Cualquiera que haya visto en acción a Pedro Sánchez en el Senado se sentirá un poco como Ulises escuchando los cantos de las sirenas cuando intentaba llegar a Ítaca: el empobrecimiento que sufre y el miedo que padece son, en realidad, una fantástica oportunidad para disfrutar de las prestaciones de un presidente que aúna los sentimientos de Teresa de Calcuta, los conocimientos de un premio Nobel de Economía y el trabajo de un obrero del metal.

Sánchez rescató el verbo triunfalista de la pandemia para hacerle ver a los españoles que, en realidad, son unos afortunados: entonces dijo, con 100.000 cadáveres en los tanatorios y camposantos, que íbamos a salir más fuertes. Y ahora asegura, con la cuenta corriente tiritando y el pollo a precio de jamón del bueno, que España es una fiesta social y que nadie se está quedando atrás.

El problema de «Pedrito en el país de las maravillas» es que la realidad, objetiva y contable, contradice su entusiasmo artificial y de corte estrictamente electoral: cada día surge un organismo, nacional o internacional, que deja en paños menores las previsiones y los anuncios de un presidente definitivamente convertido en el Emperador desnudo de la fábula.

Un día es el Banco de España, otro el FMI, uno más la OCDE, luego FUNCAS y al final son todos: España está peor que nadie em Europa, por mucho que la propaganda gubernamental difunda un crecimiento sin parangón que esconde la evidencia de que no le da para llegar a los niveles prepandemia rebasados ya por el resto. Y añade a ese pecado original unos niveles de desempleo propios de otro continente y una combinación de deuda y déficit que abocan al país a una UCI eterna.

Feijóo, que puede no gustar pero nunca asusta y eso es una virtud en tiempos de cólera, no necesitó de sus mejores virtudes para arrasar a esta Alicia venida a menos que ya no tiene conejos blancos en la chistera: le bastó con ponerle frente al espejo en el que cada día se miran millones de españoles con la cara desencajada por la inflación y sumergidos en esa tortura de vivir como si fuera finales de mes desde el principio de cada uno de ellos.

El entusiasmo de Sánchez es kamikaze, pero no casual: aspira a mantener durante un año el espejismo de que, pase lo que pase, ahí está él con una chequera sin fondos para atender a cada español a cambio de su modesto voto.

Es el tiempo máximo que puede concederle la anomalía recaudatoria de la inflación, la suspensión de las reglas fiscales europeas y la generosidad de los Fondos Next Generation: le permiten simular que hay dinero para todos de aquí a las Elecciones; aunque la ruina que deje a continuación hará que el drama de Pompeya, enterrada en lava, parezca un juego de niños al lado del solar que está impulsando este personaje de cuento de terror.

Artículo publicado en el diario El Debate de España


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