Dios, por encima de cualquier consideración, es sobre todo un padre amoroso. Y como tal, lo que más quiere para sus hijos es que sean felices.  Ese es el plan de Dios para con la humanidad. Por eso, todo lo que obstaculice, impida o se oponga al crecimiento, realización y felicidad de las personas, atenta directamente contra el plan de Dios y es lo que los cristianos denominamos “pecado”.

La Iglesia, a partir sobre todo de las Conferencias del Episcopado Latinoamericano de Medellín (1968), Puebla (1979) y Aparecida (2007), ha insistido en que, al lado de los llamados “pecados personales”, que pueden resumirse en el alejamiento voluntario de la persona con respecto al plan de Dios, existe una dimensión más estructural y colectiva que ha denominado “pecado social”.  Si bien la idea de pecado social surge con la aparición de las ciencias sociales en el siglo XVIII, que develaron el carácter estructural de los fenómenos sociales y de muchas miserias humanas, son las reflexiones y documentos emanados de estos encuentros del episcopado latinoamericano los que califican de manera inequívoca como “situaciones de pecado las realidades socio-económicas y políticas que generan injusticia”  (“Presencia de la Iglesia en la transformación de América Latina”, II Conferencia del Episcopado Latinoamericano, Medellín, 1968), y cómo con respecto a las condiciones de muchas personas en América Latina, “la Iglesia discierne en esta situación de angustia y dolor una situación de pecado social” (La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, Puebla 1979).

Pecado social es, para la Iglesia, “todo pecado cometido contra la justicia en las relaciones entre las personas… todo pecado contra los derechos de la persona humana, comenzando por el derecho a la vida, o contra la integridad física de alguien; todo pecado contra la libertad de los demás…todo pecado contra la dignidad y el honor del prójimo… en toda la amplia esfera de los derechos y deberes de los ciudadanos»  (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia Nº 118).  En síntesis, pecado social es el mantenimiento de estructuras, condiciones y prácticas socio-económicas y políticas que impiden la plena realización del hombre e impiden que este crezca y sea feliz.

Un vistazo a la Venezuela de nuestros días nos arroja una realidad lacerante: la mitad de nuestros niños y jóvenes no van a la escuela todos los días. Un tercio de nuestros jóvenes van a abandonar la escuela antes de cumplir los 16 años. 20% de los venezolanos comen una sola vez al día, y entre los pobres ese porcentaje sube a 40%. Todos los años mueren 5.000 niños que no debieron morir. La crisis de salud, alimentaria y los problemas de inseguridad han reducido la esperanza de vida promedio de los venezolanos en 3,5 años. Venezuela encabeza la lista de países más violentos del mundo: en nuestro país se registraron 16.506 muertes violentas en 2019, una tasa de 60,3 homicidios por cada 100.000 habitantes, lo cual se traduce en un promedio de 45 asesinatos por día, con un elevado número de ellos a manos de las fuerzas de “seguridad” del Estado. La mayoría de las víctimas de homicidios son jóvenes entre 15 y 29 años. De hecho, el homicidio es la primera causa de muerte en Venezuela entre los jóvenes de ambos sexos de 15 a 29 años de edad. Además, somos hoy el país más desigual del mundo, donde apenas 7% de privilegiados se queda con más de la mitad del ingreso del país.

Todo este drama constituye una auténtica situación de pecado social que impide la vida, el crecimiento y la felicidad de la mayoría de nuestros hermanos. Por ello, frente a esta insultante realidad, la Iglesia venezolana ha señalado que: ”En comunión con el Santo Padre Francisco, quien en diversas oportunidades ha repetido que: ‘En la voz de los obispos venezolanos está la voz del Papa’, denunciamos la situación de crisis que golpea a nuestra nación y que, lejos de superarse, se agrava. Se trata de una crisis social, económica y política que se ha convertido en una ‘emergencia humanitaria’ moralmente inaceptable, caracterizada por el menosprecio a la dignidad humana, pues viola el derecho fundamental a la vida, a la educación, a la salud, a la integridad y al desarrollo”. (Carta fraterna de los obispos venezolanos, 10 de enero de 2020)

La realidad que viven las grandes mayorías de nuestro país no es ciertamente lo que Dios quisiera para sus hijos. Esta situación de “pecado social” que vive Venezuela clama a los ojos de un pueblo sufriente, y demanda un cambio profundo en las actuales estructuras sociales, políticas y económicas, generadoras de opresión, sumisión y dolor.

La Semana Santa que se nos aproxima es ciertamente un tiempo de reflexión y recogimiento. Pero una reflexión que no movilice, que no conduzca a la acción, no es más que un ejercicio egoísta de autocontemplación y consuelo. Tratemos de huir de esta cómoda tentación y aprovechemos estos días para preguntarnos, en presencia de Dios,  qué nos toca hacer en esta necesaria e ineludible tarea de liberación.


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