Este cubazolano escándalo luce de tal enredo que no basta con acudir al sabio refrán «Cachicamo diciéndole a morrocoy conchúo», ni a Celia Cruz y la Sonora Matancera con su «Songo le dio a Borondongo / Borondongo le dio a Bernabé / Bernabé le pegó a Muchilanga / Le echó burundanga / Les hinchan los pies…”, menos aún al “Ya Don Rafael habló”, famoso  cliché de la radionovela El derecho de nacer.

Se requiere consulta urgente con esta escritora británica mundialmente popular por su extensa narrativa policial tan hábil en atrapar el interés del lector deseoso de saber quién es el culpable de un espantoso crimen. Sospechas múltiples desarrollan la trama hasta el imprevisto desenlace. Y para este caso la fuente más apropiada resulta Diez negritos, novela publicada en 1939.

Un desconocido convoca a diez personas de distintas profesiones y labores para vacacionar el verano en su lujosa propiedad de Isla Negra. A su llegada les exige, sin derecho a réplica, que precisen quién de ellos es el asesino que en ese momento buscan los detectives de todo el país.

Negociante, médico, juez, maestra, general, abogado, policía, cocinera y otros cargos forman la variada gama de personajes atormentados de repente por ocultos crímenes cometidos a lo largo de sus vidas, pero no pueden escapar. El barco que los llevó a tamaño confesionario individual no logra regresar debido a una espantosa tormenta que los retiene. En poco tiempo y uno tras otro, de manera diferente, son asesinados en la mansión. Trama sin igual en este género literario de larga data y grandes autores. Milagro debido a que motiva en el receptor múltiples reflexiones hacia muy afuera y por dentro.

Dejó de ser secreto cómo culmina esta ficción, pero ese detalle no le resta interés al argumento. En todas las reediciones y versiones para teatro, cine, radio, durante ochenta años, han adoptado cambios en sus diseños y títulos, a saber, Diez soldaditos, Diez indiecitos y así por el estilo.

El anfitrión se suicidó. Luego de su largo ejercicio como juez advirtió sus errores y por eso mismo su propia culpabilidad criminal. Buscó este modo de asesinar a homicidas de oficio que no fueron penalizados y decidió que con ellos merecía un castigo fatal idéntico.

Esta clase de final cumple su objetivo a través del arte compensatorio y con integridad en los sistemas constitucionales donde prevalece la justa justicia. Pocas veces, o demasiado se retarda cuando y donde reina la impunidad con el tradicional “Quítate tú para ponerme yo”, por justificativos o tácitos murmurados de esta clase: “Hermano, te despido porque nos traicionaste, tenías que avisarnos a tiempo para compartir el sabroso pecado como lo hacías y siguen haciendo verdaderos camaradas”. Y lo más actual sobrentendido: “Socio, escapa, desaparece, huye, te denuncio a gritos porque necesitamos sobrevivir como sea, parecer santos, incorruptibles salvadores de la patria grande”.

De todos modos, conviene tener a Diez negritos o Diez rojitos (cubazolanos tintos en sangre inocente) como libro de cabecera.


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