«¿Cuánto puede soportar el hombre?, ¿a qué transformaciones está dispuesto u obligado bajo el peso del terror?” Norman Manea.

El lenguaje es una herramienta que sirve a los hombres para calificar, convencer, enriquecer y promover los hábitos que embridan orden, estabilidad y ejercitan la disciplina para las virtudes ciudadanas, esas que al extraviarse someten a la población a un paroxismo hipnótico en el cual terminan por aniquilarse, lanzándose al despeñadero de la levedad y la indolencia institucional, con lo cual favorecen la destrucción de la República. La negación de lo público es la consecuencia de la ruptura del contrato social, pero en las esferas personales el proceso de intoxicación del lenguaje es el detonador de todos los dramas colectivos. Quizás es muy poco abordado el tema de la depauperación del lenguaje y cómo este es el indicador del grado de miseria espiritual de los individuos, que se traduce en daño antropológico, un daño en el cual se encuentra subsumido todo este proceso de recalificación perversa del discurso y desde luego, de sustitución de la estética por una representación hórrida de la pobreza, el chantaje y la dominación.

Norman Manea, un escritor rumano, vivió en carne propia la presencia de dos tiranías cual Jano bifronte en su país. Primero soportó la dominación nacionalsocialista, el horror de Hitler y los campos de exterminio, y luego vivió en una Rumanía subyugada por la farsa, la mentira, la manipulación aviesa y alevosa de la tiranía de Nicolás Ceaucescu, un régimen que implantó la mentira como política de Estado con el único fin de mantenerse atornillado al poder.

En la obra Payasos el dictador y el artista, Manea nos presenta cómo lo cotidiano y común puede trocarse en un acto de extrema ferocidad, justo estas sociedades distópicas pueden pasar de la indolente calma hacia la ferocidad de la ira en un palmo de ojos, pues justamente quienes manejan el poder se han encargado de extirpar del lenguaje un uso cónsono con la construcción racional. Entonces, escindidos de cadenas de causabilidad válidas y ciertas se apela al empleo de la emocionalidad, de las pasiones y el desenfreno, imponiendo el caos como norma, el desorden como tolerable y propiciando la pobreza del espíritu.

Las virtudes, los valores, la verdad y la estética son incompatibles con la propuesta del poder total y de las tiranías, pero estos regímenes tienden a socavar el lenguaje, haciendo pasar a los líderes del copamiento social por iletrados y torpes, buscando desde luego que la infravaloración de la sociedad que pretenden dominar asuma sus formas lingüísticas en un avieso plan a través del cual, por la vía de la satirización y el sarcasmo de un lenguaje connaturalmente pobre, en lugar de lograr denunciar o repudiar moralmente y con argumentos las tropelías, terminan por reforzarlo.

Así pues, quienes pretenden mantenerse en el poder lo logran, y para ello acuden al histrionismo, a la comedia bufa y chabacana, a cualquier forma de deformación de la verdad y de corrupción de la estética para morigerar, camuflar y ocultar el verdadero plan que no es otro que la dominación ciega y total de la sociedad, quien solo advierte el espectáculo superficial y es incapaz de auscultar el verdadero fin de quien pretende dominar por la vía de la licuefacción de la maldad, de la nimiedad de lo ruin y la aceptación tácita de un lenguaje avieso, pobre y depauperado.

No son payasos ni artistas; son dictadores en el sentido más perverso de este término, verdaderos artífices del control total y de la deconstrucción de la verdad. Para ellos es menester mantener a la cosa pública pervertida y mutada en una suerte de vodevil colectivo, en un espacio de nimiedad suspendida, y justo en ese proceso de expolio de la ética y de la estética, construir un espectáculo abyecto de indolencia e indiferencia. Justo en este punto conviene preguntarse: ¿el tirano es un enemigo de la sociedad o termina por convertirse en un producto de las masas­?

Finalmente, la gran propuesta o conclusión de Norman Manea, a través de su obra Payasos el dictador y el artista, subyace en los relatos intoxicados de una mitología propia de estos regímenes, la idealización de los lideres totalitarios, y cómo las sociedades adoptan los modismos, las formas del habla y hasta las representaciones semiológicas para la dominación como un mecanismo de invasión de la lengua y la comunicación, que terminan convalidando y reforzando, hasta cuando se intentan reprochar e ironizar, toda la carga de posverdad que llevan inoculadas. En Manea vemos el relato de Ceaucescu, tras la caza del oso, paralelamente embridado al relato de Francisco Franco en la pesca del atún, sencillamente la encarnación del mal en personalidades vórtices, en el Mussolini descamisado y el Putin con el pecho desnudo, hasta las tropicales y torvas representaciones de un superhéroe devenido caricatura infantil o en inflable monigote, que desfila frente a una pantalla gigante, en la cual quien es representado funge como un elemento más de esta grotesca depauperación del espíritu nacional. Debemos sentirnos profundamente preocupados, más que por la elemental sanción moral a la burla de las instituciones, por el hecho perverso de la nimiedad que se esconde tras la parodia de la caricatura trocada en jefe del Estado y en adefesio inflable. Ante tal acto de absoluta comedia bufa hemos de sentir terror y temblar.

Hoy más que nunca necesitamos coraje, solidaridad y sabiduría”. Norman Manea


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