En nuestra querida columna de El Nacional hemos mantenido por 8 semanas continuas el análisis de la Batalla de Francia, porque no solo nos hemos propuesto ir comentando y analizando cada vez que se cumplan 80 años de algún hecho importante de la Segunda Guerra Mundial, sino también porque la caída de la principal potencia de Europa marcó la mayor conflagración de la historia de la humanidad. Es bueno dedicarse a un tema en profundidad y por ello tantos artículos y que llevaremos a diez, porque todavía falta el balance de la Campaña y el impacto tanto en la opinión pública mundial (próximo escrito) como en la venezolana (último artículo de esta serie). Pero lo malo es que dejamos por fuera a nuestra querida Venezuela, historia fundamental en la formación de los jóvenes y angustia permanente de nuestra conciencia patriótica republicana (palabras que no pueden separarse) y área de investigación también. ¡Es mucho lo que ha pasado en dos meses!

Y además, este mes de junio lo consideramos histórico, por lo que pasamos a explicar de inmediato. El miércoles 15 se derrumbó el techo de uno de los pasillos cubiertos de la histórica e invaluable Universidad Central de Venezuela, y en las redes sociales miles de personas expresaron su profundo dolor ante el principal símbolo de lo bueno que todavía nos queda. No en vano, siempre se recuerda la estrofa de su himno que la define como “la casa que vence la sombra”. Fue como “el velo del templo” cuando muere nuestro Señor Jesucristo en la cruz, y me perdonan la comparación, pero sé que muchos así lo percibieron. La sombra había vencido al final… Como el finis patriae de la novela Ídolos rotos (1901) de Manuel Díaz Rodríguez, en la que lo único que quedaba en nuestro país era emigrar ante el fracaso de todos nuestros sueños colectivos. Era el colofón de 20 años de destrucción, pero incluso más allá: de todos nuestros sueños de modernización, siendo su modelo arquitectónico la Ciudad Universitaria de Carlos Raúl Villanueva. Pero eso solo fue el 15, porque ya el primer día del mes había ocurrido algo peor.

Nos referimos a que ese primer día se comenzó el cobro de la gasolina a “precios internacionales” (lo cual no es muy cierto, pues algunos señalan que es más alto). De esa forma el precio fue aumentado en 100.000% al colocarlo en 0,5 dólares el litro (de paso, se usa como referente y cobro la moneda extranjera que juraron destruir) y el subsidiado en 5.000%. Se debe recordar que Hugo Chávez dio un golpe de Estado (fracasado) en contra del presidente constitucional Carlos Andrés Pérez porque, entre otras razones, había subido el precio de la gasolina ¡30%! El país supuestamente con mayores reservas petroleras del mundo –como no dejaba de repetir ese mismo señor– ahora es incapaz de abastecer de gasolina a su población (desde finales de marzo hasta mayo solo tenía combustible para 25% de su parque automotor) y ahora han tenido que importarla desde Irán. Pero el punto final ha sido cuando, traicionando la larga prédica del “comandante eterno”, dejamos de ser productores de combustible refinado y lo cobramos sin subsidio. En conclusión: dejábamos ser un país petrolero, tal como lo fuimos durante todo el siglo XX y los inicios del XXI.

El otro gran cambio en Venezuela en los últimos días es el abandono por parte de Nicolás Maduro de cualquier posibilidad de llevar a cabo una elección democrática y libre. Hasta hace poco se tenía la esperanza de una negociación dentro de la Asamblea Nacional para conformar un organismo electoral (CNE) apegado a los procedimientos constitucionales. Pero al elegir por medio de su Tribunal Supremo de Justicia su propio CNE, y después consolidar su propia “oposición” al poner –también por decisión del TSJ– a los tránsfugas de los principales partidos políticos (Acción Democrática y Primero Justicia) en sus directivas, junto con sus emblemas y su participación en el “tarjetón electoral”; toda esperanza en este sentido ha desaparecido. En conclusión: la permanente persecución de las organizaciones políticas llegaba a su clímax, destruyendo de esa forma el corazón de la democracia que hemos conocido hasta ahora, y nos es más que el pluripartidismo.

Ahora la oposición democrática se debate una vez más entre ir a las elecciones parlamentarias o no ir. Por ahora ha señalado, con total razón, que dichos comicios no cumplen con las condiciones de constitucionalidad; pero muchos analistas y políticos advierten que lo único que le queda es esta herramienta para movilizar a sus seguidores y presionar a la dictadura. De lo contrario, puede seguir estimulando la apatía y paralización en la realidad política nacional. Aunque es cierto que en 2015 lograron una gran victoria electoral que permitió el reconocimiento internacional que hoy tienen, nunca en lo interno pudieron legislar o cumplir alguna competencia que le establecen las leyes por aquel invento del TSJ dominado por el chavismo que llamó “desacato”.

En dos meses que nos dedicamos a analizar el 80 aniversario de la Segunda Guerra Mundial barrieron con los pilares fundamentales en Venezuela, y no hemos hablado de la cuarentena por el COVID-19. Después de esta pausa en la que mostramos nuestra preocupación y abrimos la discusión de los “nuevos” temas-hechos, volvemos a nuestra serie la semana que viene para cerrar. Todo ello con la bendición de la ventanita espiritual que ocurrió este mes tan nefasto: el decreto de beatificación de nuestro “santo”: el doctor José Gregorio Hernández ¡Porque la fe y la esperanza no nos abandona!


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