El slogan  tantas veces  predicado a viva voz por el difunto hijo de…Sabaneta, sigue teniendo vigencia, por cuanto la Patria la tenemos, pero desmembrada… el socialismo nos atosiga… y la muerte es la que está acabando con cientos de venezolanos, por la senda que nos conduce este régimen.

Cuando Maduro, Cabello y otros personeros del gobierno en sus discursos apelan a la Fuerza Armada, como factor de estabilidad de la institucionalidad supuestamente amenazada por una invasión del imperialismo, se sitúan, sin eufemismos, a contrapelo de la historia, al menos de la historia reciente de América Latina, que en el lenguaje político prácticamente ha desterrado ese concepto de las democracias tuteladas y peor aún de los hábitos pretorianos.

Venezuela se descontextualiza del entorno democrático que prevalece en la región. No es imaginable que los presidentes latinoamericanos invoquen a la soldadesca para el sostén de sus mandatos. Creo que si aquello sucediera se produciría una verdadera hecatombe en cada uno de los países que dirigen.

Semejante yerro proviene de un errado criterio que está presente en la matriz del régimen y que se ha ido acelerando hasta el colmo de dejar vacío de contenido al discurso del Maduro. Sólo un estado de anomalía puede explicar que en democracia se recurra, ya no al arbitraje, sino a la intervención de militares como recurso de sostén de la legitimidad democrática; anomalía, sí, en su sentido etimológico, de malformación, porque el llamado a la fuerza revela una absoluta incultura política o, en su defecto, una incoherencia total con los postulados del Estado de Derecho en el que se sustenta un régimen democrático.

Maduro se ha zambullido y empeñado de lleno y hasta el hastío en atacar descarnadamente a sus opositores, para cuyos efectos no escatima en sus yerros utilizar un lenguaje callejero, procaz, lleno de insultos y agravios al más puro estilo pendenciero, cual guapo de barrio, que está llevando sus erráticas y fastidiosas cadenas nacionales, a que la gente comente a diario sus atribulados yerros y contradictorias expresiones huérfanas de sustento o, como en él, desatinadas, tanto para la cultura democrática del país, como para la imagen que debe proyectar en el ámbito internacional.

Por otra parte, la incultura política del régimen no es lo único que se deduce de este tipo de declaraciones, ellas se dan como producto de la ausencia de una base social de sustento. En circunstancias distintas quien enfrenta a una conspiración internacional, invocaría al pueblo como supremo garante del orden constitucional, pero este no es el caso, peligrosamente el régimen ha ido perdiendo aliados y socios como se resalta en estos últimos días. Desde sus inicios las inconsistencias e incompetencias políticas minaron el campo de apoyo popular con el que contaba el régimen y eso explica que pretenda sustituirlo con hombres de uniforme, evidenciando el carácter militar del cual no logra desprenderse. Para el oficialismo algo huele mal y no en Dinamarca como titulamos una columna, publicada hace 9 años, pues en un vasto sector de la institución castrense subyace la idea primigenia de sustentar la institucionalidad por encima de todo y ante cualquier eventualidad que desvirtuase su fundamento. Y ello mantiene en jaque a Maduro, quien para mantener el apoyo militar no escatima esfuerzo alguno para aumentarles su salario y brindarles todo tipo de prebendas, amén de los altos cargos en la administración pública.

Otra consecuencia que también causa estragos en la propia institución militar, es que al desvirtuarlas de su función empiezan sus miembros a tener percepciones erróneas de sus roles, que son precisos y concretos conforme a lo que reza la Constitución. Sin embargo, a medida que se los invoca como fuerza salvadora del régimen, se les otorga una matrícula para ingresar en un terreno que no es el suyo, que es propiamente la preservación de las fronteras y la seguridad pública interna, cuyo debilitamiento está causando estragos en la población venezolana.

Nunca antes que se sepa y registre la historia, el país  se había encontrado en una desconcertante anarquía, un caos tan profundo al extremo de que ya nadie cree en quien lo gobierna, ni tiene seguridad de nada. Un país en el que la corrupción se ha convertido en un virus mortal que está desarticulando todas las arterias vitales que sustentan la estructura social de la nación; los principios éticos y espirituales, los valores morales y cívicos que constituyen el pedestal sagrado que alimenta e impulsa el civismo, el desarrollo y la grandeza de los pueblos. Todo está siendo destruido por el tormentoso vendaval de las pasiones, del lucro incontrolable del poder de una régimen corrompido hasta la médula, que cual fístula repugnante se extiende desde la cabeza hasta los pies.

En nueve años que lleva en el poder Maduro solo ha demostrado incapacidad y desconocimiento de lo que significa gobernar un país, siendo lo más grave su persistente renuencia para rectificar los errores causantes de la debacle económica y la descomposición social, que con sus tentáculos está tiñendo de sangre los caminos de la Patria y cubriendo de dolor y lágrimas los hogares de las familias venezolanas, razón por la cual más de seis millones de mujeres, hombres y niños han abandonado el país.

Los paros y protestas que semana tras semana se producen a lo largo y ancho del territorio nacional, protagonizados por los distintos estratos sociales, se deben al engaño y a la falta de seriedad del gobierno que incumple con las obligaciones y compromisos adquiridos, lo cual se traduce en el descontento general de una clase trabajadora decepcionada y asqueada de tantas promesas, y con un salario de 7 bolívares que no le alcanza para cubrir sus necesidades. Todos estos hechos han generado en la familia venezolana un estado de angustia que se ha convertido en una verdadera pesadilla, lo cual más pronto que nunca puede alcanzar un nivel irreversible, en un país que  se halla en el despeñadero del abismo.

Lawrence Britt, un renombrado politólogo y autor, ha desarrollado una tipología del perfil del fascismo. Expresa Britt que “la doctrina fascista hace uso intenso del nacionalismo y de sus mensajes a través de canciones, eslóganes, símbolos y arengas puntuales debidamente confeccionadas y orquestadas. El fascismo, dice, no es adepto a reconocer los derechos humanos, prefiriendo enfatizar la seguridad del Estado, y es obcecado por el crimen y el castigo. Recurre a la identificación individual y grupal de sus opositores, pintándolos como enemigos y como la causa de todos los males”.

¿Entonces, quién es el fascista? ¿La oposición o el régimen?

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