Nuestros valses. Zhandra Rodríguez y Zane Wilson. Ballet Internacional de Caracas | Foto Miguel Gracia.

El ballet latinoamericano tiene en Vicente Nebrada a un representante lúcido y revelador. De visión y sensibilidad universales, el coreógrafo no evadió, sin embargo, el casi ineludible y controvertido tema de la identidad en el creador. Y, aunque firmó obras inscritas dentro de disímiles tendencias contemporáneas del ballet, algunas significativas abordan el tema de la pertenencia a un lugar y a una cultura, en su caso la venezolana y latinoamericana.

Dentro de las creaciones de Nebrada, se encuentran miradas diferenciadas del mismo coreógrafo sobre el tratamiento del sentido del arraigo y la identidad. Todas reflejan al autor libertario y universal, también al intuitivo y apegado a su cultura, y realizan una aportación a la configuración de la identidad del ballet venezolano.

Nuestros valses, creada sobre música de Teresa Carreño y Ramón Delgado Palacios, estrenada 1976 en el Teatro Cristóbal Colón de Bogotá, es tal vez la obra más representativa del ideal coreográfico en Nebrada. En ella, el sentido de pertenencia viene dado por la utilización de los valses venezolanos para piano del siglo XIX, como base para lograr una abstracción coreográfica evocadora del baile de salón y del amor como sentimiento atemporal, a través de diferentes estadios dentro de un marco social determinado.

Sus vertiginosos desplazamientos, la ligazón permanente de sus pasos y frases, el baile en pareja llevado a extremos de compenetración emocional y complejidad física, evidente en movimientos encadenados y levantadas sorprendentes en su dificultad y énfasis esteticista, así como su exhaustivo diseño con multiplicidad de focos escénicos, hacen de esta obra una pieza singular.

De este modo sentía Nebrada su obra maestra: “Es el cuerpo en movimiento, la energía formando círculos. Una energía no lineal, sino circunferencial, no basada en una anécdota, sino en estados anímicos románticos y apasionados”.

Nuestros Valses contiene una exaltación vigorosa del sentimiento amoroso y de las distintas emociones que este puede provocar. Es una sobria recreación de las danzas sociales que reproduce en frases coreográfico-musicales y en trazos pictóricos, los diferentes matices de una relación sentimental.

Identificación con un ideal de danza, pleno dominio y singularización en el modo de acercamiento a un estilo, además de personalidades escénicas sólidas y atractivas por parte de sus intérpretes, resultan fundamentales en esta obra.

Los acordes de valses venezolanos orientan el deambular nostálgico y carente por completo de pasos codificados de diez bailarines. Progresivamente, los cuerpos solitarios adoptan formas sutiles y multicolores que danzan bajo la impronta del balanceo incesante en círculos, rondas y cadenetas, expresándose a través de un vocabulario libre y espontáneo.

Nuestros valses. Everest Mayora. Ballet Internacional de Caracas | Foto Ricardo Armas

Los colores rojo, sepia, lila, rosa y naranja, con los que se identifica a cada pareja, permiten una primera valoración plástica de la obra, que se acrecienta en la medida que aflora el característico lenguaje de Nebrada orientado por la fluidez continua y la libertad irrefrenable de movimientos. Se evidencia así, en toda su plenitud, el estilo neoclásico desde una perspectiva autoral, hasta llegar a su propia apoteosis en los duetos de honda compenetración física y espiritual, compartida musicalidad, brillante lirismo, excitante virtuosismo y atrayente belleza formal.

En Nuestros valses destacan los modos de relación de un conglomerado elitista. Sin embargo, sus características musicales afincadas en manifestaciones genuinas, así como la fuerza emotiva de sus impulsos corporales, derriban cualquier estanco y la hacen preponderantemente colectiva.

El conjunto gratifica por su armonía y por la celebración compartida del movimiento. Logra así la expresión cultural de una época abolida en el tiempo, hace referencia a una condición social altiva, llevada hasta un ámbito allanado y consensuado, y se convierte a partir de una influencia musical foránea -el vals europeo- en identificable manifestación autóctona.

Tanto los teóricos como la crítica nacional e internacional han sido casi unánimes en la exaltación de los valores de Nuestros valses como un título de sólido concepto y alta factura estética. Dentro del imaginario colectivo venezolano permanece como referencia elevada y llana a la vez, de lo auténtico y lo intrínseco del modo de sentir de un gentilicio. Se trata del código corporal sofisticado convertido en vocero de lo esencialmente popular.

Esta expresión de la venezolanidad encontrada en Nuestros valses, adquirió una extendida dimensión latinoamericana al momento de ser interpretada por bailarines del Ballet Nacional de Cuba, del Teatro Colón de Buenos Aires, del Ballet de Santiago de Chile, del Teatro Municipal del Río de Janeiro, del Ballet Nacional Sodre de Uruguay, del Ballet de Monterrey de México o de la Compañía Colombiana de Ballet, quienes se reconocieron culturalmente en ella.

Nuestros valses. Ballet Teresa Carreño | Foto Roland Streuli

Pero también alcanzó clara validez mundial, de notable amplitud y alcance, al ser asumida por intérpretes pertenecientes a los elencos multiculturales del English National Ballet de Londres, el Ballet de Australia o el Royal Winnipeg Ballet de Canadá.

De este modo, la gestualidad romántica, lírica, pasional  y profundamente nacional contenida en Nuestros valses, alcanzó una dimensión de sentimiento universal compartido.


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