Puede que Chile, como dice Cristián Warnken, sea capaz de improvisar en momentos difíciles, y que ese talento de crear soluciones de emergencia explique que sea tierra de poetas. Quizás tenga razón, pero no quedo convencido, algo me salta por dentro. No conforme Warnken, añade que la precariedad y los límites impuestos por la naturaleza a los chilenos, sirven también para entender que sean amantes del orden. Entonces cita a mi compatriota Andrés Bello cuando afirma que en ese país existe una pasión natural por el orden, una especie de mandala que regula la condición del ser chileno y que arrastra hacia la poesía. Bien podría ser esto lo que quiso decir Warnken y yo no entendí del todo, pero ni así deja de inquietarme.

Sigue Warnken con Diego Portales y su enigmática afirmación chilena: “El orden social se mantiene por el peso de la noche y porque no tenemos hombres sutiles, hábiles y cosquillosos: la tendencia casi general de la masa al reposo es la garantía de la tranquilidad pública”. El peso de la noche de Portales me recuerda la noche unánime de Borges. Me pregunto si no habrá una especie de conexión cósmica entre ambas noches. Pero bueno, el caso es que Cristián Warnken concluye que la izquierda chilena no ha entendido esta condición nocturna de sus propios ciudadanos, y para muestra sobra la tragedia de Salvador Allende. Tragedia orquestada por el celo de los guardianes de la noche, pues la noche también toca los extremos porque, en opinión del ensayista venezolano Miguel Ángel Campos, “el orden chileno es una imposición que la sociedad asume con desdén y sin aceptar, aunque le haya sido útil. Es de naturaleza intelectual en su origen, pero la chilenidad está lejos de ser una condición ilustrada,  tampoco cívica”.

Luego pienso en Venezuela, sin duda, país de sólidos poetas. Desde el propio Andrés Bello (1781-1865), Eugenio Montejo (1938-2008), Rafael Cadenas (1930) y Yolanda Pantin (1954). Y sin embargo, la pasión por el caos es un asunto genético. Podríamos periodizar, empezando por La Cosiata, en 1830, para divorciarse de Bolívar y su imperial Colombia, pasando por la lucha intestina de gamonales ridículos e ignorantes que consumió más de un siglo, 128 años, contados hasta 1958, y retomados con remasterizada ridiculez e ignorancia desde el inicio de la revolución chavista y todo su legado de caos y sangre, que algunos catalogan de genocidio.

¿Cómo podemos tener poetas como Bello, Cadenas, Montejo o Pantin siendo como somos? Es un enigma, quizás se deba a nuestra incapacidad para narrarnos, para vernos en un espejo. Hemos pasado mucho tiempo en el festín de Baltazar. Borrachos, drogados, oliendo “mene” a nuestras anchas, sin saber quiénes somos y sin importarnos la inevitable catástrofe.

La poesía despertó antes de que se hiciera patente esta nueva Era de caos y barbarie que vivimos ahora los venezolanos. En otras palabras, Venezuela huye de la noche como el monstruo de Bram Stoker de la luz del día.

Y acabo estas líneas con la voz del poeta Vicente Gerbasi, a quien conocí en mis días de mozo y cuyos versos reverberan en mi recuerdo: “Venimos de la noche y hacia la noche vamos”. Sin duda, una noche muy distinta, sin peso y nada unánime.

 


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