“Los judas son obras de arte destinadas a ser sacrificadas,

para alegría y diversión del pueblo que las produce…

El valor plástico de los Judas es enorme,

es indudable que, como objeto plástico,

expresión conjunta de estructura, forma y color,

son indudablemente lo más valioso”.

Diego Rivera

 

Ha pasado el Domingo de Resurrección, Domingo de Pascua, conmemoración cristiana, católica, apostólica y romana que encuentra sus correlatos en otras profesiones de fe. Con vocación gregaria, también ritualista y como parte del sacrificio -en lugar público, pero puertas afuera de los templos- se ha quemado el Judas en algunos pueblos y algunas ciudades de Venezuela, así como de otras regiones de nuestra Hispanoamérica, como ha venido ocurriendo con algarabía desde hace mucho más de chorropocientos años.

Hacia el final de la tarde de este domingo y en una liturgia más bien pagana se ha quemado un muñeco de trapo con ganas de sorna. Un pelele de trapo, grotesco y enorme, hecho de manera colectiva con las ropas viejas que han puesto unos y otras, caracterizando a algún maluco de turno. Manufacturado con tanto tino, tanto ahínco y tanta travesura que el monigote ha quedado igualito al bicho traidor, al usurpador, al mentiroso. Es un Judas. Otros del pueblo han escrito un testamento en verso que se lee con altavoces antes y durante la quema del muñecón. Es una muy antigua tradición venida de España donde la comedia revienta en guasa y petardos con el que lo rellenan. La burla expurga a la rabia y es una manera de venganza, una pequeña revancha, un evento teatral para la catarsis que favorece un nuevo aire al momento y para los días siguientes. La contención de la cuaresma ha explotado en risas y alegrías.

¡Ah!, pero unos policías de una tal comisión anticorrupción han encontrado a uno de los Judas y han decidido decomisarlo porque -argumentan- es una falta de respeto a las autoridades mayores. Lo que no saben estos uniformados es que existe un centenar de muñecos más, un millar de muñecos, un millón de muñecos más y más por todas partes. Tantos que se hacen equivalentes a los malestares del pueblo nuestro que está por el suelo. Estos serviles a quienes seguramente han mandado otros adulones mayores no tienen ni idea de los beneficios que ofrece la aguda parodia teatral y poderosamente pueblerina. A lo mejor, ellos mismos quemaron sus propios muñecos de Judas cuando fueron niños, pero ya no se acuerdan, tristemente para ellos.

En todo caso, es el cierre de la Semana Santa. Es la Pascua de la Resurrección que supone un cambio al día siguiente, la semana próxima, los próximos meses, los días y noches por venir. Es un rito anual que nos religa a una poderosa y hoy día sofocada potencia pública, civil y, además, religiosa. Pero los temores de caer de quienes están temporalmente arriba los ha llevado a condenar hasta las expresiones propias del espíritu colectivo, de nuestra cultura.

La resurrección y el cambio que propone esta pascua, la exuvia a la que nos invita este ritual, es una nueva posibilidad de acceder al natural proceso de la eclosión. Un fenómeno que se produce entre aves, entre insectos y también entre los seres humanos. Es un proceso físico, biológico, propio del desarrollo.

Ampliamente entendido, hondamente sentido, este fenómeno de la eclosión, puede llegar a ser una epifanía, un insight, un caer en cuenta, una posibilidad de cambio para que, como ocurre cuando la oruga se transforma en mariposa, podamos acceder al vuelo, hacia otras posibilidades anímicas, hacia otras probabilidades de la existencia; a ser una mejor versión de nosotros mismos y darnos el chance de cambiar para optimizarnos como seres humanos, de cambiar con el corazón henchido de visiones proteicas, valores proteínicos y propósitos atómicos e insistir en la posibilidad cierta de cambios para el sí mismo, el país y la región ojalá que sin tantos Judas que nos han traicionado y a quienes habrá que seguir convirtiendo en muñecos de trapo para seguir quemándolos hasta el final de los días.

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