Los cristianos celebramos hoy Pascua de Resurrección, es decir, la vuelta a la vida de ese Mesías que se había hecho hombre para salvarnos del pecado y, para ello, morir de un modo traumático y humillante.

No puedo sino escribir sobre lo que creo con tanta fe en este día que me toca entregar mi artículo de cada quince días.

El hijo de Dios se hizo hombre como nosotros y sufrió en esta semana que llamamos “santa” la traición y el abandono de los suyos, la indiferencia y el desdén de tantos que tal vez lo habían aclamado como el Mesías esperado hasta que llegó la Cruz, que no gusta a nadie.

La resurrección es la fuerza que hace que nuestra fe no sea en balde. Jesús vuelve a la vida después de morir tan horrorosamente, para mostrarnos que el venció la muerte y el pecado con ella. En momentos difíciles, cuando pareciera que el mal puede con nosotros y vence al bien, nos ayudará contemplar la resurrección para convencernos de que algún bien traerá consigo el mal que podemos trascender. El país parece vivir su pasión en cada uno de nosotros; por eso la fiesta que celebramos hoy nos debe convencer de que todo lo que sucede, incluyendo los fracasos y tristezas, puede vencerse unidos a Jesús en la Cruz, para después resucitar con Él.

Todos los dolores, físicos y morales, pueden superarse si los asociamos a ese dolor de Jesús en la Cruz por nuestra salvación. Moveremos almas, removeremos a los indiferentes, si asociamos nuestro dolor al de Cristo. Aunque parezca descabellado decirlo, en la historia de la Humanidad son personas insignificantes las que tienen más responsabilidad en el giro de los acontecimientos. Personas solitarias y sufrientes que saben que sus dolores son asociables a la Pasión de Cristo. Los grandes de la tierra no tienen a veces la incidencia en la historia que tienen a veces personas humildes y silenciosas que rezan por los cambios de las personas y de su sociedad. Con frecuencia nos quedamos viendo lo visible, lo grande y portentoso, y no vemos a estas almas, postradas a lo mejor en una cama, pero que rezan por el mundo entero desde lo íntimo. Ellas tienen un poder inmenso ante Dios, como lo tuvo Jesús en la Cruz y como Él, resucitarán muchas vidas muertas a los ojos de Dios, de personas que están paralíticas espiritualmente.

Vale la pena considerar esto: el poder que tienen nuestras oraciones ante el padre cuando sufrimos, cuando asociamos nuestro dolor al de Jesús en la Cruz, confiados en esta resurrección que celebramos hoy como base de una fe alegre, esperanzada, creyente de un Dios que triunfa sobre el mal y reencauza los acontecimientos por el bien de todos.


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