El polímata Blas Pascal (1623-1662) fue sin duda una de las figuras más relevantes del siglo XVII. Este geómetra, físico, matemático, filósofo y teólogo francés asombró a sus contemporáneos por la precocidad y universalidad de su genio que se manifestó cuando sólo tenía 12 años de edad. Tras llevar una vida mundana, alcanzó el estado de iluminación religiosa la noche del lunes 23 de noviembre de 1654.

Poco después de su muerte, un criado encontró casualmente un pequeño pergamino escrito, oculto en el forro de su levita, en el que revela su experiencia de conversión y entrega, en aquel significativo día de noviembre:

“A partir de las diez y media de la noche aproximadamente hasta cerca de media hora después de la medianoche, FUEGO. ¡Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no el de los filósofos y los sabios! El Dios de Jesucristo: sólo por los caminos que enseña el Evangelio se le puede hallar (…) se le puede guardar”.

Pascal deja así establecido que la certeza radical es alcanzada a través de la fe. En el pergamino antes indicado apunta, a modo de exhortación para sí mismo, lo siguiente: “Total subordinación a Cristo Jesús y a mis guías espirituales (…) No olvidaré tus palabras. Amén”.

Lo anterior, sin embargo, no implicó que desestimase la valía de la razón: eso lo dejó expresado cuando señaló que hay dos exageraciones: “excluir la razón y admitir solamente la razón”. Fue su manera de hacer ver los límites de René Descartes y su cógitun ergo sum (“pienso luego existo”) que tiene sus antecedentes en la Ética Nicomaquea de Aristóteles.

A raíz de la anterior experiencia mística, Pascal inició el proceso de escribir los Pensamientos, que -aún sin haber sido concluidos- son considerados como una obra maestra. Allí, en el capítulo XXI, que lleva por título “Miseria del hombre”, el asceta francés nos dice:

Cuando a veces me he puesto a considerar las diversas agitaciones de los hombres, y los peligros y penas a los que se exponen en la corte, en la guerra, de donde nacen tantas riñas, pasiones, empresas aventuradas y, a menudo, funestas, he comprendido que toda la desdicha de los hombres se debe a una sola cosa: no saber permanecer en reposo en su habitación. Un hombre (…) si supiese quedarse en casa con placer, no saldría de allí (…) Si nuestra condición fuese verdaderamente feliz, no nos sería preciso divertirnos para ser dichosos. (Pascal, Blas, Pensamientos y otros escritos, Editorial Porrúa, 1996, pp. 295 y 299).

Sí, ese es el origen del gran lema de hoy en la lucha contra el COVID-19. Sin embargo, las acciones que se han puesto en práctica se han ejecutados con rigor variable alrededor del mundo. De ahí que su eficiencia haya sido diferente en uno y otro lado, producto del enfrentamiento que se produce entre los intereses estrictamente sanitarios y los de carácter económico.

Conforme a lo anterior, quedarse en casa reduce el riesgo de contagiarse y hasta morir, pero lamentablemente dicha acción impacta severamente la actividad económica y, en el largo plazo, lleva irremisiblemente a muchos negocios y empresas a la quiebra. Esto último expande sus efectos a un amplio número de personas que pierden sus fuentes de ingresos. Así, el drama se escenifica en estos términos: “O nos agarra el chingo o el sin nariz”.

En el caso de Venezuela, la pandemia nos toma en la peor de las condiciones. Al grave problema que deriva de dicha enfermedad epidémica hay que añadir el estado de postración en que ahora nos encontramos como consecuencia de la crisis política y económica que padecemos. El rico país petrolero que fuimos no produce hoy casi nada por la criminal e irracional destrucción del aparato productivo público y privado que han llevado a cabo los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, en los últimos 20 años.

Frente a ese sobrecogedor escenario, lo deseable sería que Maduro y Juan Guaidó dieran un paso a un lado, se acordara la formación de un gobierno provisional y se llamara a nuevas elecciones debidamente supervisadas por la comunidad internacional. Lamentable, en las cabezas ardientes de la dictadura venezolana no hay cabida para tal tipo de racionalidad. Es por ello que una acción indispensable como esa (ponerse a un lado) solo se adoptaría mediante presiones y acciones extremas de las más poderosas democracias del mundo. Esto último, para desgracia nuestra, es poco probable con un coronavirus todavía rampante a nivel global.

Ante esa realidad, lo deseable es que las partes en pugna (Guaidó y Maduro) alcancen los acuerdos mínimos y necesarios que permitan definir un plan consensuado en la lucha contra el COVID-19 y así asegurar más recursos económicos para atender la crisis y lograr mayor efectividad en las medidas que deben ponerse en práctica. De lo anterior depende salvar un superior número de vidas de venezolanos.

Si ese pacto no se concreta, peor será nuestro sufrimiento. De cualquier manera, en esta lucha denodada contra la irracionalidad yo seguiré plantando mi semilla en cada línea que escriba.

@EddyReyesT


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