La primera masacre que se conoce del siglo XX fue cometida en Namibia, África, en 1907 cuando los colonizadores alemanes fueron rechazados por la población autóctona siendo su respuesta de un grado de tal contundencia que desparecieron dos poblados de la región en disputa.

Sigue a esta una ocupación territorial que asombraría al mundo cuando Japón ocupó la nación China continental en 1937 causando durante el tiempo de ocupación millones de victimas, muchas de las cuales fueron producto de experimentos biológicos desarrollados por sus invasores.

La Primera y Segunda Guerra Mundial fue cruel principalmente para la población civil que desguarnecida tuvo que solucionar como pudo las consecuencias de tal hecho militar. Además de buscar el sustento diario para sí y la familia debían enterrar los muertos para evitar epidemias que diezmaran aún más a la localidad.

Es a partir de la década de los treinta cuando cuentas particulares o de comando arrojaban estadísticas principalmente sobre el resultados de los combates, victimas y pérdidas.

Observo con gran disgusto y total rechazo la campaña que llevan adelante los herederos de la práctica genocida implementada por lósif Stalin jefe del Soviet Supremo, quien causó la muerte de 9 millones de personas por reclamar ellos voz en cuello el derecho de ser libres y vivir en paz.

Adolf Hitler, autodenominado jefe del Tercer Reich, consideró y obtuvo en la oferta económica a los resentidos, sumar adeptos. De igual manera con el terrorismo sistemático reduce la población una vez sometida, tal como sucedió con el holocausto judío, en el que murieron injustamente por su condición étnica y espiritual 6 millones de Israelitas.

No tomamos en cuenta al componente armado fallecido en operaciones militares, aun cuando no existía un enfrentamiento como tal por cuanto la diferencia de tiros entre Polonia, primer país invadido, y Alemania era de consideración.

Hitler en su estrategia global de ocupación territorial, además de llevar a los campos de exterminio humano a civiles judíos, somete a crematorios, paredones de fusilamientos o muertes súbitas a más de 5 millones de discapacitados, creyentes religiosos, delincuentes, homosexuales y gitanos entre otros.

Tales crímenes catalogados a partir de los cuarenta posterior a la conflagración mundial como “crímenes de lesa humanidad” recibieron severos castigos en el proceso ad hoc Juicio de Nuremberg que llevaron a los condenados a permanecer, casi todos, de por vida en prisión.

Operaciones de exterminio con fines de genocidio se castigaron severamente en confrontaciones intestinas aun de un número de víctimas menor que las arrojadas en la primera mitad de la centuria pasada.

En la década de los ochenta, en el conflicto entre serbios, croatas y bosnios intervinieron los cascos azules de las Naciones Unidas como fuerza imparcial. Esta conflagración étnica fue resuelta con la asistencia de la ONU.

Cuando observamos hacia el hemisferio occidental en el siglo XXI vemos desde el XX el resurgimiento de la persecución a la población civil por parte de las autoridades.

En la república antillana de Cuba vemos cómo su dirigencia se mantiene indefinidamente al frente del poder sin que la autoridad electoral garantice elecciones directas y secretas supervisada con testigos internacionales que den fe del desenvolvimiento del proceso y la pulcritud del resultado.

La política alimentaria y de control poblacional se logra mediante la represión, cárcel y paredón sin el debido proceso a pesar de la demanda popular.

En Venezuela y Nicaragua, sus presidentes consecuentemente violan la licitud del ciudadano y convierten el poder delegado por el patriota electoralmente, en un ejercicio tiránico contra el común del ciudadano.

Ante tal actitud el pueblo sin armas ni recursos para la defensa frente al atropello, fortalece las instituciones militantes en su prédica por los derechos humanos. La participación beligerante aumenta en los partidos políticos de Venezuela y la solidaridad plural es manifiesta a nivel regional e internacional.

Cien días de protesta en 2017 a nivel nacional repercuten en Caracas, donde el vecino local como el proveniente del interior y barriadas piden andar hacia el Palacio de Gobierno.

Marchar una vez más a la esquina de Llaguno es el llamado que se puede escuchar por la carencia de alimentos, medicinas y salud pública.

El temor de una nueva confrontación con numerosos muertos y heridos como la del 11 abril del 2002 inhibe a la dirigencia plural y el hombre de a pie regresa a su terruño temeroso del futuro con ausencia de comida, medicinas y ahora sin glorias efectivas que mostrar ante la anhelada pero incierta remoción del tirano Nicolás Maduro.

Solo recordar esta jornada de protesta en el callejón capitalino de la avenida Baralt convertida en masacre por el sanguinario Chávez, asusta.

Maduro cree que basta un plumazo de los abogados del supuesto Tribunal Supremo para acabar con los entes tradicionales Acción Democrática, Copei, Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo, Voluntad Popular, conformados por humildes aldeanos que son la mayoría del país.

Los seguidores y simpatizantes son el alma de las agrupaciones proselitistas, las cuales existieron, existen y existirán a pesar de los deseos del mandatario de turno.

La historia republicana sustentada en el pluralismo ideológico estará próximamente de aniversario, al cumplir 100 años la generación de 1928 que dio a luz Venezuela. Valientes hijos por la libertad, el trabajo, la comida; lo que con el tiempo se rubricaron junto a otros valores inviolables como derechos humanos del hombre.

Aventureros, montoneros, caudillos, hombres con armas robadas a la república terminan en esta centuria onomástica como una vaga referencia del pasado por considerarse seres mesiánicos, predestinados, despreciando el sentir populacho convencidos que ellos y solo ellos eran la pequeña Venecia del mañana.

Venezuela es la madre patria que ha derrotado a través de la participación política ciudadana contemplada en la Constitución a los tiranos de hoy y ayer quienes han pretendido en estos 100 años hacerla suya sin darse cuenta de que son muchos quienes la aman y defienden sin ultrajarla a cambio.

Juan Guaidó consolida junto con el mandatario norteamericano Donald Trump, la OEA y las estructuras beligerantes el apoyo internacional para la transición.

Las organizaciones de base, movimientos electorales, reuniones vecinales, defensores por la justicia junto a los sectores políticos y el habitante del pueblito son el muro de contención vivo que han derrotado siempre a los asaltantes del poder, máxima que solo reside en el soberano.


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