Jorge Rodríguez inició esta semana con una sesión de su diálogo excluyente para celebrar elecciones presidenciales en Venezuela en algún momento de este año.

Presionado a establecer un cronograma y fecha electoral, el negociador oficial del régimen se olvidó de lo firmado en el Acuerdo de Barbados el pasado 17 de octubre y optó por reunirse con partidos, agrupaciones religiosas, individualidades políticas y empresariales que son en buena parte militantes oficialistas en tareas encubiertas, aunque muy detectables, o  simples siglas partidistas sumadas a la causa revolucionaria por decisiones judiciales y mucho pescador en los siempre ríos revueltos de la política y los negocios locales.

Ahora que la atención también la ocupa la serie beisbolera del Caribe cabe imaginarse a Rodríguez reforzando el equipo campeón para competir contra sus similares de República Dominicana, Puerto Rico, México o los sorprendentes panameños. Armaría un line up de puro bate quebrado con la esperanza de que un árbitro benévolo viera bolas donde hay strikes.

El resultado esperable sobre el terreno electoral desde este primer lanzamiento de Rodríguez está cantado. Unas elecciones sin competidores reales, reglas de juego inexistentes -el anfitrión le dijo a sus convidados que había que establecer los principios básicos que deben regir las elecciones, que son los que su desmemoria le impide recordar de Barbados- y perpetuar la permanencia del régimen en medio del mayor rechazo jamás conocido de un desempeño gubernamental. Seis años más de Maduro ni siquiera se sostiene como construcción gramatical.

La respuesta a Rodríguez y su diálogo de risas y abrazos -la cosa es entre amigos y compinches, según el testimonio gráfico- le llegó desde Bruselas y si prestara atención recordaría que las condiciones para celebrar elecciones son muy simples: «libres, transparentes y justas», como lo sintetizó la comisaria europea de Interior, Ylva Johansson, en el debate del pleno de la Eurocámara. Como Rodríguez rubricó el 17 de octubre en Barbados.

A la Unión Europea le preocupa la ola represiva desatada por el régimen en las últimas semanas, luego del anuncio de unas «conspiraciones retroactivas» descubiertas desde marzo del año pasado pero que nunca se hicieron públicas hasta ahora, y las inhabilitaciones confirmadas por la máxima corte del régimen contra Henrique Capriles Radonski y María Corina Machado, la candidata de las fuerzas opositoras que arrasó en la primaria del 22 de octubre y cuyo liderazgo estremece y mortifica a los jerarcas al mando.

Johansson, que no debe tener ni idea de la pelota, le envió sin embargo una seña muy clara al manager Rodríguez: el régimen no puede escoger con quién compite. Por lo tanto, el ágape al que convidó a sus simpatizantes y relacionados puede servir para escoger el candidato oficialista, si persisten las dudas sobre el rumbo de la candidatura de Nicolás Maduro. La de la oposición -la oposición de verdad- está muy clara y confirmada con el voto popular, de lo que carecen Ecarri, Bertucci, Ratti, Brito y el imperturbable Claudio, además del hijo predilecto del comandante supremo.

Volver al Acuerdo de Barbados es el único diálogo posible, del que pueden salir las condiciones para una competencia electoral que rescate a Venezuela del estado comatoso en que se encuentra. Que ofrezca garantías para todos sus participantes, ganen o pierdan, y permita reordenar la vida política, económica y social que es el reclamo profundo de los venezolanos empujados al exilio o sometidos a una vida de sacrificios sin recompensa a la vista.

 


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