Durante el Festival de Cine de Mar de Plata pudimos ver El año del descubrimiento, el documental español de 2020, según la opinión de expertos y conocedores, quienes lo consideran para obtener la nominación en el Goya.

De momento, su fama procede de la proyección en certámenes internacionales de categoría A, como es el caso de la principal muestra de Argentina.

El filme merece la atención del respetable, por diferentes motivos.

La película de no ficción narra, para empezar, un hecho histórico de enorme significado global.

En 1992 corre la fecha de celebración del 500 aniversario de la llegada de Colón a las tierras de América.

La madre patria exhibe sus mejores galas en el montaje de dos eventos paralelos: la Olimpiada de Barcelona y la exposición universal de Sevilla. Pero casi al mismo tiempo, estalla una huelga sindical en Murcia, donde el Parlamento de Cartagena termina abrazado por los flamas del descontento.

Literalmente, la protesta prendió en fuego a la casa de los representantes de la región.

Durante unos impactantes 200 minutos, el realizador Luis López Carrasco reconstruye los hechos, desde el presente, a partir de las voces de los clientes de un típico bar de tapas y cañas.

La cámara pasa desapercibida, al punto de ser un personaje más de la trama. El foco sigue las conversaciones aparentemente banales de los jóvenes, mostrando su desazón por la eterna crisis.

El naturalismo y el verismo rehuyen de la solución complaciente. Los chicos fuman y beben, elaborando pensamientos con su jerga de tribu urbana.

En sus miradas y palabras se presienten los efectos colaterales del paro, de la precariedad extendida, de la vida pospuesta, del modelo agotado de la sociedad del bienestar.

La edición divide la pantalla en dos, para remarcar el estado de fragmentación y polarización del tejido social.

A veces, el lado izquierdo queda en negro, desplegando letreros explicativos sobre el tema de análisis.

El director confía en el poder del testimonio, de la tradición oral compartida por los antropólogos franceses de la posguerra, así como por los estudiosos del género en la escuela de Cataluña, el País Vasco y demás autonomías con ascendente vanguardista.

Nunca faltará el influencer precoz que diga: “no es cine, es un noticiero, es un reportaje”. Son los que le piden al documental que cuente historias. Descalifican el trabajo de los entrevistadores, ignorando que existen largometrajes de horas de personas disertando, como los de Claude Lanzmann, Errol Moris y Wang Bing.

El contexto del largometraje une dos aires de familia. Por un lado, el carácter de arte y ensayo recupera el estilo de “En construcción”, la obra maestra de José Luis Guerín.

Por el otro, la sucesión de cabezas parlantes, un método para el que los críticos no tienen paciencia, redibuja los planos de “La Pelota Vasca”, una denuncia dolorosa contra el terrorismo de ETA.

En ocasiones, solo hay dinero y recursos para rodar conversaciones. La diferencia con el Podcast radica en la profundidad de la imagen y el alcance de los planos fundidos.

El año del descubrimiento contiene algunas de las frases y reflexiones más lúcidas del fin del franquismo, la transición, la caída del muro de Berlín, la polémica entre la izquierda y la derecha.

Conviene disfrutarlo de un tirón y discutirlo en un foro con un panel de expertos.

Por su espíritu de intercambio en un espacio democrático, resulta una lección de ciudadanía y apertura popular.

Hablan los chicos, los ancianos, los veteranos, los jornaleros, los manifestantes, los que estuvieron en el lugar de los enfrentamientos con la policía, los que se enteraron de oído, las mujeres comprometidas, los hombres sinceros y honestos.

La media hora final comprende una secuencia de una impresionante capacidad de autocrítica, para un país.

Solo naciones avanzadas culturalmente permiten concebir milagros documentales como “El año del descubrimiento”.

Tenemos cosas que aprender, teorías que aplicar, ideas que replantear.

El filme es aún más poderoso en su contraste con la época de la cuarentena.

 

 


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