“El borrón y cuenta nueva que pretendió impulsar el chavismo quiso arrebatarnos el orgullo de la civilidad. Eso debe cambiar, volver a lo que somos, ver nuestras luces, enfrentar nuestras sombras, retomar con madurez nuestras raíces.” Paola Bautista de Alemán, «La hora de la representación real», La Gran Aldea, Caracas 14 de marzo de 2022.

Antes abundamos sobre el lado obscuro de los sistemas presidenciales y parlamentarios y, cabe agregar que la eventualidad política y el siempre difícil trance de domeñar las contingencias, mostró que era menester para la estabilidad, la madurez institucional. Sin ese requisito, sin esa disciplina, ni el uno ni el otro en nuestro país ofrecerían garantías.

El sistema conocido como Estado Constitucional exhibe, entre otros, un elemento capital, la adhesión y convicción de su legitimidad articulada en el regular y sistémico desempeño de la sociedad en sus linderos y no solo la institucionalidad gestionaría ceñida a sus referentes y parámetros.

La Constitución y el orden que disfrutamos desde 1958 hasta 1998 construyó un marco de convivencia y consecuencia existencial que le dio soporte y arraigo al sistema, y lo que queda todavía de eso, como apego a su dinámica, es con lo que hemos de transitar ahora y luego de superar el trance en que vivimos, desrepublicanizados, desconstitucionalizados y desciudadanizados.

Refundar o transformar el Estado como se ha sugerido es algo más que sancionar desde una constituyente, otra constitución que apunte a una serie de cambios como los que se mencionan, e incluyo un giro copernicano como el que significa ir a un sistema de gobierno como el que abunda en Europa, a una democracia parlamentaria digo. Supone entonces más bien e insisto, un reto ciudadano y un compromiso vital en otra dirección.

En Venezuela y desde el primer día de nuestra vida, voceamos que éramos una república y, además, un Estado federal. No hemos sido una república o por muy poco tiempo acaso y una federación tampoco. Ni siquiera en aquellos años del discurso y de la constitución de 1864.

Digan lo que digan, nos persiguió y asedia, acosa, sitia como nación y como entidad pública el caudillismo militarista o los regímenes signados por los hombres de armas, deviniendo siempre en genuinas oligarquías.

La genética de Carujo está presente en la genealogía de lo que somos, sesgando siempre de sus maneras la dinámica del poder con la no pacífica pero congruente república civil, y quizá redundo que se instauró en 1958 y dejó de ser en 1998, período de cuatro décadas que luce como la excepción en la cíclica histórica criolla.

Hago notar que las declaraciones e incluso las fundacionales no fueron veraces porque entre el discurso y la práctica siempre hubo o surgió una brecha que lo comprometía. Fuimos siempre y en todo caso, ahora mas que nunca, un Estado centralista y centralizado y en estos 23 años de chavomadurismo, se abusó con obscenidad e impudicia de las regiones estados y municipios. Hay una deuda allí añeja que no se ha pagado debidamente. Un federalismo cooperativo como modelo, pudiera servir en ese dibujo de arquitectura estructural que debemos idear para que tengamos un proyecto de país diferente.

En paralelo, debemos apreciar que, si queremos cambiar el país, es menester redefinir el papel de la fuerza armada. Es vergonzoso lo que ha pasado con ella, mutándola completamente hasta convertirla en otro apéndice del PSUV. Lo más irritante es verla renunciar a su compromiso con la soberanía y permitir, facilitar, militar en el irrespeto a sus más importantes tradiciones, hasta desconocer el mérito que signaba su ascenso jerárquico.

Hay que apartar a la fuerza de defensa y seguridad nacional de la política y concentrarla en sus tareas naturales que, dicho sea de pasada, están descuidadas como jamás, tolerándolo todo y humillándolas constantemente. Reconcebirla es una de las asignaturas pendientes y me refiero a pensarla, modernizarla y protegerla dentro y fuera de los que se han servido de ella, a costa de la mismísima patria.

Otro tema importante y tan complejo como los brevísimamente comentados es el que aborda con brillo Paola Bautista de Alemán, y me estoy refiriendo a la crisis de representación que nos anula y enerva. En el acápite me permití citar esa dama de excepcional talento y clarividencia a la que, en otro trabajo sobre el daño antropológico, también pude leer y admirarla, además. No tenemos partidos ni un liderazgo respetado y respetable, hay que construirlo.

Debemos hacer política desde donde la misma es posible, desde el espacio público, en la acción, en la fe, en el sabaneo de las voluntades como dijo otrora don Pedro Del Corral redescubriendo al otro porque sin alteridad no hay consciencia y sin consciencia no puede haber libertad. Ciudadanizar es otra de las materias que tenemos que adelantar en el programa de sanar a Venezuela de las patologías que la aquejan. Para hacerlo es indispensable confrontarnos, deliberar, compartir y hacernos escuchar, pero también aprender a oír.

No resolveremos nuestra problemática pasando de un extremo a otro, de presidencialismo a parlamentarismo, pero, una obviedad aconseja revisar dónde colocar los pesos y contrapesos porque lo que tenemos es defectuoso.

Tal vez un híbrido como el que experimentan los franceses con su quinta república, me dijo un amigo, y le respondí que somos tan distintos que tenemos que crear nuestro propio modelo. Aunque añoro y lo confieso algunas de las experiencias que se echaron andar durante la llamada república civil.

Finalmente, quiero responder algunas críticas que desde las redes sociales he recibido por andar pensando en otra cosa que no sea cómo sacar a Maduro. Las recibo y las pondero pero, me interrogo, porque la política es poiesis y reflexionar para comprender exige crear y producir respuestas que obran y aparecen, cavilando, meditando, problematizando y ello requiere como enseño Sócrates, del diálogo, la dialéctica, la ironía y la mayéutica.

[email protected], @nchittylaroche

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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