En todo el mundo democrático, es inevitable percibir una inconfundible sensación de desasosiego.

En nuestro país asoma un anacrónico nazismo andino que buena parte de la izquierda elegante busca edulcorar, en la vana esperanza de controlarlo y coparlo. Mientras tanto, el gobierno parece ir de tumbo en tumbo y se mantiene porque una parte importante de las bancadas parlamentarias no apuesta (aún) por elecciones anticipadas. En todo caso, su supervivencia depende del cálculo de terceros y no de fortalezas intrínsecas, por mucho que tenga la Constitución de su lado. ¿Estaremos en el preámbulo de la catástrofe definitiva o simplemente cruzando un río ancho y revoltoso?

En Venezuela, la tiranía castrochavista está en firme control. Con los millones de emigrados no solo huyeron los elementos jóvenes, vitales y dinámicos de su sociedad, también infiltrados de diverso tipo y “marielitos” que siembran violencia donde llegan. El hecho concreto es que el aparato represor funciona sin rajaduras a la vista, siendo improbable su colapso salvo un devastador golpe externo. Los que quedan adentro están demasiado preocupados en sobrevivir para estar oponiéndose, en especial si a los disidentes les caen sofisticadas y crueles torturas, especialmente diseñadas por los mastines cubanos, así como largos encierros en las húmedas y oscuras mazmorras del régimen. ¿Continuará la tierra llanera sumergida en una cadena perpetua en las tinieblas?

En Argentina, la cosa pinta distinto. El presidente Milei busca revertir ochenta años de peronismo o “justicialismo”. Una gran batalla ideológica. La gravitación cultural de la Argentina es enorme en América Latina y más allá. De la misma forma que Perón contaminó con fascismo a toda la región, Milei hoy podría oxigenarla. Un motivo para el optimismo.

España, España, aparta de mí este cáliz. Su mediocre presidente de gobierno, orgulloso de su preclaro suegro, dueño de peculiares “saunas” y negocios afines, se abraza con Bildu, el brazo político de la banda asesina ETA, el Sendero español, guiado no por el pensamiento Gonzalo y la cuarta espada del marxismo, sino por un mediocre y ramplón etnonacionalismo vasco. Su Vicepresidente de Gobierno, señora Díaz, hace suyo y proclama como propio el lema de Hamás “desde el río hasta el mar, Palestina será libre”. Hacer realidad ese lema implicaría extirpar a todos los que habitan entre el río y el mar. Es decir, el gobierno del Reino de España está llamando al exterminio de la población israelí, toda. Mientras tanto, la oposición del PP es tímida; en las elecciones pasadas se preocupaban más en atacar a VOX que al gobierno del yerno del señor de los saunas. El resultado fue que quedaron primeros, pero sin los suficientes votos para lograr la investidura en las Cortes (parlamento español). Lo peor del caso español es que es una tiranía en ciernes conducida por pequeños y mediocres seres, cuya única característica resaltante es la absoluta falta de escrúpulos. ¿Logrará España sacudirse de los pigmeos que la gobiernan?

Gringolandia. La política en Estados Unidos ha devenido en casi bananera. Lo mejor que se les ocurre a los demócratas para contrarrestar a Trump es empapelarlo en procesos judiciales disparatados, en los que los jueces despliegan obvia animadversión y prejuicio, en jurisdicciones hostiles donde lograr un jurado neutral o aséptico es tan probable como ganarse la Tinka. Mientras tanto, Biden busca contentar al ala izquierda de su partido, pero lo único que logra es ofender a todos. Si sigue de candidato es porque todos están convencidos de que una Kamala en pleno uso de sus facultades mentales y particular inteligencia es infinitamente peor que el semi senil Joe, respecto de quien se tiene la disculpa de la edad para excusar sus desatinos.

Podemos seguir, pero lo innegable es que en todas partes abruma una sensación de desgobierno. No hay nadie capitaneando la nave, el viento y la lluvia arrecian, se navega a la deriva, sin motor y con el mástil a punto de romperse. Los marineros parecen inexpertos. En los costados asoman equipos de recambio, pero no les dejan acercarse. A lo lejos, no parecen los más adecuados; erráticos, radicales, de prosa rimbombante, llaman a la batalla y no quieren contemporizar. Despiertan miedos; dicen sus detractores que llevarán el mundo a la guerra y que son racistas o cosas por el estilo. Pero quizá, solo quizá, ahora que todo lo demás ha fallado, es la hora de los riesgos, de las soluciones radicales, de los golpes de timón y de apartar del Estado a los que nos han llevado a este desastre.

Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú


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