Primero, fue la remoción, destitución o designación de un nuevo pasante para la vieja cárcel situada de Monjas a Principal, originalmente adquirida por el Cabildo de Caracas en 1696; posteriormente, el mismo edificio fue escenario del llamado a Cabildo del padre Madariaga aquel glorioso 19 de abril de 1810 para repudiar la presencia del capitán general Vicente Emparan; además del pintoresco episodio dado por Cipriano Castro, mejor conocido como «el Cabito», quien presa del pánico saltó con paraguas de uno de sus balcones a la calle durante el terremoto de 1900, evento sísmico que le llevó a mudar la residencia oficial a lo que es hoy el Palacio de Miraflores; entonces la Casa Amarilla pasó a ser sede de la desaparecida Alta Corte de Casación.

Según la mitología griega la maldición de Sísifo consiste en subir una pesada piedra por una montaña empinada, y cuando estuviera a punto de llegar a la cima, la gran roca caería nuevamente montaña abajo, para que Sísifo volviera a subirla sucesivamente por toda la eternidad. Así mismo parecería que todos los elegidos para la Casa Amarilla tendrán que subir y subir repetidamente la pesada piedra de la política exterior.

Fue inesperado y sorpresivo el cambio del ministro del Exterior, quien le había dado una nueva imagen al despacho -menos conflictiva que su antecesor-. Me rehúso a llamarle canciller, puesto que dicho cargo no existe en nuestro sistema de gobierno ni es el apropiado para sus funciones, además de ser el menos apropiado en los actuales momentos, por ser el nuevo juramentado un ignoto en la complicada agenda internacional que amenaza al país.

No sabemos si hubo un error de imprenta puesto que por su perfil académico y profesional parecería más apropiado para un ministerio industrial o tecnológico y no político, al exhibir un excelente currículum en materia eléctrica, incluso con un Cum Laude en una universidad de la gran y valiente Ucrania. Pero no. Va para el Ministerio del Exterior, donde tendrá que recomendar a Maduro qué hacer ante uno de los asuntos más graves y complicados en nuestra política exterior, desde el bloqueo imperial de 1902, la reclamación del Esequibo. De este juicio depende nuestra soberanía en el territorio en reclamación y una decisión adversa afectará la seguridad nacional e integridad territorial. En este contexto, deberá dejar claro al país si se va a ir a la Corte Internacional de Justicia o se le regalará el Esequibo a Guyana al no comparecer. Pregunto ¿sabrá de qué se trata este tema? Igualmente, la investigación abierta por la Corte Penal Internacional, de oficio es un asunto de la Fiscalía General de la República, pero también es un tema de alta política exterior ya que este pende como una espada de Damocles sobre el gobierno; y si fuera poco, una de las duras tareas será recomponer las relaciones con todos los países con que se tiene fronteras. Venezuela es el único país que no tiene relaciones amistosas con ninguno de los países con los cuales tienen fronteras terrestres y marítimas; esto sin contar los sesenta países que por re o por fa reconocen a Guaidó, una tarea que como ministro del Exterior debería tener entre sus prioridades; sin dejar de lado las relaciones bilaterales con Biden, el levantamiento de las sanciones, el contradictorio mensaje de la diplomacia de paz con el apoyo irrestricto a Rusia, Putin y la guerra de Ucrania.

Desde el 16 de enero de 2013 hasta la fecha, en nueve años y dos meses, por la Casa Amarilla han pasado siete ministros de Relaciones Exteriores. Esta alta rotatividad en uno de los despachos que requiere mayor estabilidad impide el desarrollo de una política exterior acorde con los retos y amenazas que enfrenta Venezuela en los actuales momentos.


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