Se celebra hoy el Día Internacional de Hablar como un Pirata, extravagante y ficticio festejo promovido por un par de bromistas de Arizona, John Baur y Mark Summers, uno de los cuales se habría lesionado mientras disputaban una amistosa partida de raquetbol y exclamado ¡Arrgh!, interjección endosada por guionistas e ilustradores de cómics a bucaneros de su invención, y recomendada a usarse este 19 de septiembre en vez del convencional ¡hola! Si toca hablar en jerga filibustera, también cabría, durante el ceremonial conmemorativo, interpretar en el teatro de la imaginación el papel del capitán Kid o de Henry Morgan, y descargar el mosquetón de los reproches sobre quienes en tierra atacan, roban y saquean a placer; de una forma u otra, todos hemos padecido el azote de ese bandidaje, en la casi totalidad de nuestro faenar. En Venezuela, abundan choferes, estudiantes, políticos y gobernantes piratas encarnados en una sola persona, sin parches, garfios, patas de palos, argollas en las orejas o loros al hombro. El Sr. Maduro es antonomástico ejemplo de esa fauna. Fiel a su vocación y formación corsaria, con patente (¿cubana?) para gestionar despropósitos, dar sentido a los sinsentidos y razonar las sinrazones, sin temor al ridículo, ordenó infiltrar, al grito de ¡al abordaje!, un polizonte en el bajel del incipiente diálogo azteca: un pillo de siete suelas y diplomático de embuste, reo de un tribunal caboverdiano, a ser entregado velis nolis a la justicia norteamericana. La desesperada e inútil maniobra ha dado en la línea de flotación de las epilépticas discusiones en curso. Y, desde luego, la reacción ha sido tan airada cual destemplada fue y es la piratería nicochaviana.

«Pretender la incorporación Alex Saab a la delegación de Nicolás Maduro en México es una falta de respeto al Reino de Noruega, a los gobiernos acompañantes y a la delegación opositora», aseveró el abogado constitucionalista y profesor de la UCAB y el IESA Juan Manuel Raffalli, al enterarse de tamaña insensatez. Y acertó el exalcalde metropolitano de Caracas Antonio Ledezma,  al sumar su voz al coro de la perplejidad y la irritación ocasionadas por la impertinente (mal)intención de sumar a Alex Saab a la   troupe de los morisqueteros rojos presentes en el cónclave mexicano —todos convidados de piedra, porque la única voz cantante y parlante de la delegación nicochavista es, según el opositor Stalin González, la del vengador Jorge Rodríguez—, y tildar  al empresario colombiano encanado en Cabo Verde, en trance de ser extraditado a Estados Unidos, de «genuino representante de una corporación criminal», por lo cual no le sorprendería una   convocatoria al Koki o Iván Márquez para reforzar el team bolivariano.

Gerardo Blyde, en nombre de la Plataforma Unitaria, puso los puntos sobre las tres íes de indignación en sobrio comunicado rechazando la payasada pesuveca. ¿Es un error de cálculo, un deliberado bombardeo al diálogo o ambas cosas al mismo tiempo? En todo caso, la insólita estratagema, última pancada de ahogado en favor de una improbable liberación del mercader devenido en embajador plenipotenciario de la República Bolivariana de Venezuela ante gobiernos afines al fachosocialismo del siglo XXI —ninguna nación seria podría concederle  el  plácet o un exequátur a semejante individuo—, duplicó con similar infructuosidad, la improcedente exigencia de las FARC-EP de invitar a los diálogos de paz con el gobierno de Colombia, desarrollados a partir de 2012 en La Habana, al guerrillero vallenato Juvenal Ovidio Ricardo Palmera, alias Simón Trinidad, preso bajo acusaciones de secuestro y tráfico de drogas en Estados Unidos, país no invitado al tejemaneje antillano.

Como es sabido o sospechado, porque el guarimbero del Zócalo, André Manuel López Obrador, con su majadera requisitoria a España de perdones extemporáneos con motivo de los abusos  perpetrados hace quinientos años durante la toma y ocupación  de Tenochtitlán por las huestes de Hernán Cortés —indígenas en su mayoría—, el origen de la expresión «quemar las naves», en tanto  sinónimo de lanzarse a por un objetivo a la desesperada, descartando culipandeos ante un ocasional fracaso, suele atribuirse al hundimiento (no quema) de la flota expedicionaria, ordenada por el conquistador extremeño, a raíz de un motín y el correspondiente consejo de guerra, a fin de evitar recules.  En realidad, la locución de marras existía mucho antes del descubrimiento de América y está asociada a una maniobra debida al genio estratégico de Alejando Magno, quien, al arribar a costas fenicias, se dio cuenta de la superioridad numérica del enemigo y dispuso prender fuego a sus barcos, arengando a su tropa de este modo: «Caballeros, mirad como arden nuestras embarcaciones. Debemos salir victoriosos en esta batalla, y solo hay un camino de vuelta y es por el mar; cuando regresemos a casa lo haremos de la única forma posible, en los barcos de nuestros enemigos». Pero esa historia no la saben los adelantados de Nicolás Maduro, quienes ya comienzan a levantarse de la mesa, dispuestos a carbonizar las galeras del debate y regresar al país culpando a sus interlocutores de un naufragio cantado. El petitorio del régimen quiso hacer de Saab no solo arte y parte de la tertulia facilitada por el reino de Noruega —ello no es factible en términos reales y ni siquiera virtuales—, sino simbólico ejecutor de su condena a muerte. Y lo está logrando. ¡Hemos quemado las naves, como Cortés!, exclamará exultante el zarcillo, procurando quizá significar «hemos agotado todos los medios a nuestro alcance» o algo por el estilo, haciendo gala de su crasa ignorancia; tan gruesa como la incultura de Hugo Chávez, cuando habló de «derrota pírrica» en relación con el rechazo popular de 2007 a la reforma constitucional por él solicitada mediante referéndum consultivo.

Hollywood nos ha legado una abultada filmografía basada en aventuras y romances de piratas. Desde la muda The Black Pirate (Albert Parker, 1928) hasta las 5 entregas de Pirates of the Caribbean (Walt Disney Studio Entertainment, 2003-2017), pasando por El halcón del mar (Michael Curtiz, 1940) y Hook (Steven Spielberg, 1991), modelos en miniatura de bergantines, goletas, fragatas, carabelas, galeones y barcos fantasmas, embanderados sus palos mayores con la Jolly Roger, la aterradora enseña negra de la calavera blanca sobre dos tibias, surcaron piélagos de vértigo o fondearon en paradisíacas ensenadas, mientras la tripulación trasegaba ron o excavaban fosas lejos de la playa para sepultar el producto de sus pillajes, legendarios y codiciados tesoros escondidos, cuyas mapas de ubicación guardarán en insondables escondrijos capitanes tuertos, mancos y cojos; escenas inolvidables, sin duda, y  vienen a cuento, porque en una de las películas de la franquicia Piratas del Caribe, emitida por enésima vez en un canal de cable, escuchamos y vimos a Jack Sparrow (Johnny Deep) preguntar ¿Para qué pelear si podemos negociar?

Excluyendo acaso a las legendarias Zhèng Shih, Anne Bonny y Mary Read, poco se sabe de aventureras de la mar; sin embargo, en viejos y nuevos filmes, las damas, si no están encerradas contra su voluntad en un camarote, aparecen monda, lironda y orondamente maquilladas para alegrar con su prestancia y el fru-fru de sus trajes  las cubiertas de siniestros navíos capitaneados por émulos de Barbanegra. Aunque las aguas ocupan dos terceras partes del planeta, es en tierra donde se mueven a sus anchas. En la Organización de las Naciones Unidas tenemos a la doctora Verónica Michelle Bachelet Jeria, alta comisionada para los Derechos Humanos. Sus últimas actuaciones delatan una cojera ideológica mal disimulada con la prótesis de la ambigüedad. Tal el monomaníaco capitán Ahab, la exmandataria chilena está fascinada con una blanca ballena dura de matar: la justiciera utopía socialista, lo cual pone a su corazoncito a latir al ritmo de la revolución bonita. No del todo, pero algo le impide distanciarse, crítica y brechtianamente, del esperpento castrobolivariano. Por su parte, la bielorrusa Alena Douhan, relatora especial de las Naciones Unidas sobre el Impacto Negativo de las Medidas Coercitivas Unilaterales en el Disfrute de los Derechos Humanos, ¡uf!, ha dejado claro de cuál ojo bizquea: gracias a su estrabismo zurdo, caletreó como un loro, en febrero de 2021, el alegato chavista respecto a la deplorable gestión doméstica de la pandemia y, tras una visita al país, fugaz y cordial, sobre todo cordial, achacó a las «sanciones económicas y el bloqueo» la imposibilidad de adquirir vacunas contra la covid-19. ¡Habrase visto! Y no hablemos de la vicemaduro, al menos no en esta oportunidad, porque en este puerto atraca la nave del olvido. Ya zarparemos en la del recuerdo.


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