A estas alturas del acontecer político nacional, debería estar claro para todos que la concurrencia a las elecciones de diciembre (o de cualquier otra fecha posterior) será menguada, muy posiblemente por debajo de 50% del padrón electoral. Ello significa que el chavismo obtendrá la mayoría en la Asamblea Nacional, como ha ocurrido otras veces, y pondrá en práctica su consabida gestión arbitraria, prepotente y restrictiva, con un reglamento de debates ajustado a sus fines, con limitación de las intervenciones, aplicando la “tijera” para cortar los debates y con finales tipo APEM (aprobado por evidente mayoría), sin contar los votos ni las manos alzadas y sin mirar siquiera a los diputados votantes desde el alto sitial de la silla presidencial de la Asamblea. Tal situación, ¿modificaría en algo nuestra situación política, económica y social actual?

Supongamos ahora que se produjera un acuerdo de abstención total de la oposición como ocurrió en el año 2005, lo que le permitió al chavismo ocupar todos los escaños de la Asamblea Nacional, hecho que ha sido machaconamente reprobado por muchos dirigentes opositores que achacan a ese hecho el origen de todos nuestros males actuales, porque permitió al chavismo hacer lo que le diera la gana y someter a su arbitrio a los otros poderes del Estado, en especial al Tribunal Supremo de Justicia, que a partir de entonces se convirtió en el verdugo de la oposición y en el ariete con que el régimen derribó todas las puertas de la democracia. ¿Esa situación, nuevamente repetida, modificaría en algo nuestra realidad actual? La nueva Asamblea Nacional chavista simplemente sustituiría a la ilegal asamblea nacional constituyente chavista y todo seguiría igual.

Por último, supongamos que la oposición concurriera monolíticamente unida a las elecciones parlamentarias próximas y como resultado de ello obtuviera la mayoría calificada de las dos terceras partes de los diputados electos como ocurrió en diciembre de 2015. Pregunto de nuevo, ¿esa situación tendría alguna importancia para la oposición, más allá de propinar una buena derrota al chavismo y demostrar nuevamente que la oposición es la gran mayoría? ¿Podría, por ejemplo, lograr que el régimen aceptara la convocatoria a corto plazo de una nueva elección presidencial  limpia y transparente, con un gobierno de transición nacional, como se lo ha exigido insistentemente la actual Asamblea Nacional “en desacato”, elegida justamente con esa misma mayoría? o  ¿aceptaría Maduro realizar una consulta popular sobre su permanencia en el poder como lo hicieron Pérez Jiménez en Venezuela y Pinochet en Chile?

En síntesis, lo que quiero demostrar es que en Venezuela se han dado todas las situaciones posibles de participación en elecciones parlamentarias con resultados de nula, importante y absoluta mayoría opositora, sin que tal cosa haya logrado torcer el proyecto chavista de asumir el poder absoluto y ejercer un gobierno totalitario, porque ha utilizado preponderantemente medios ilícitos, arrollando la Constitución, las leyes, los reglamentos y todo lo demás. Sobre este particular no debería haber dudas, imprecisiones ni desacuerdos en el campo opositor porque nadie puede negar que tal cosa haya ocurrido. Por eso, no se comprende bien la importancia que le han dado al proceso electoral en curso algunos políticos de oposición, que los ha conducido a aceptar la intervención oficial de sus propios partidos, la imposición de un CNE designado por el TSJ y el irrespeto a los supuestos acuerdos logrados con el régimen en la llamada Mesa de la Unidad Nacional.

No estamos, para nada, en una democracia. Por si no nos hubiéramos enterado, Padrino López, el capitoste militar del régimen, se ocupó de señalárnoslo públicamente no hace mucho, sin haberse retractado en ningún momento. El chavismo no saldrá del poder por los votos. Saldrá por otro medio, no sabemos cuál, pero existen tres opciones, a saber: a) el golpe de Estado que en este país no sería ninguna novedad, aunque muchos “puristas” de la legalidad (que hoy brilla por su ausencia) se rasgan las vestiduras cada vez que alguien menciona esa posibilidad; b) una implosión, o derrumbe sobre sí mismo, como ocurrió en la URSS, al no poder el régimen resolver los gravísimos problemas del país que se agravan día a día y van erosionando sus bases de sustentación y 3) una intervención militar externa, poco probable hoy, pero no descartable si los conflictos de Estados Unidos con China, Rusia, Corea del Norte, Cuba y sobre todo Irán, se agudizan a tal grado que Venezuela, aliada de todos ellos, llegara a ser “el enemigo agazapado en la retaguardia”.


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