Evergrande Group, el grupo inmobiliario chino al borde de la quiebra se ha salvado, por ahora, mediante negociaciones tras bambalinas. La mano del gobierno chino impide in extremis la insolvencia inminente del gigante de pies de barro y mantiene por los momentos la tapa sobre una olla financiera y social en ebullición.

Esta es una de las curiosas paradojas que el mundo posmoderno nos estruja en la cara. China, “siempre grande” digna de admiración por su progreso y objeto de temor y estupor ante su crecimiento desmesurado. El mundo sufre de escalofríos ante su poderío económico, militar, científico, demográfico, pero también tiembla de miedo cuando es frágil y temblorosa, como lo demuestra el caso del conglomerado Evergrande.

Evergrande es el segundo grupo inmobiliario más grande de China, un coloso en un país de 1.400 millones de habitantes que se urbaniza a un ritmo acelerado. Su portafolio de negocios es impresionante. Para ello los números son más elocuentes que las palabras: 100 millardos de dólares americanos en ventas en 2020, 12 millones de propietarios/clientes, 132 millones de metros cuadrados en proyectos en construcción, 231 millones de metros cuadrados de parcelas para construcción, solo por brindar algunos datos de acceso público. Asimismo, produce vehículos eléctricos, invierte en temas de salud, en bancos, es dueño de un equipo de fútbol y mucho más.

Pero bien dice el viejo adagio, no todo lo que brilla es oro. A pesar del nombre pomposo y trascendente, Evergrande: siempre grande y, si lo leemos sin la “e” al final, siempre grandiosa, la empresa pretendía ser un reflejo de la majestad eterna del Imperio Celeste, la gran China moderna bajo el estoico diktat del neomandarinato.

Pero la realidad es cruel y muerde. La acción de Evergrande pierde 90% de su valor y se encuentra al borde de la quiebra. Aplastada bajo el peso de una montaña de deuda cercana a 300 millardos de dólares americanos. Léase bien la cifra, es un número 3 con 11 ceros a la derecha (300.000.000.000 dólares americanos) de deuda.

Un hedor de riesgo sistémico al estilo 2008 sacudió los mercados globales de capital. Enseguida se temió un “Lehman Brothers chino”, en trágica referencia a la quiebra del banco americano que disparó la Gran Crisis financiera de 2008. Al borde del abismo, Evergrande anunció que podrá saldar un primer tramo de la deuda vencida. Paliativo que logró calmar los excesos por el momento. Aunque nada definitivo, pues la burbuja inmobiliaria china permanece intacta.

Esta situación merece varias lecturas paradójicas.

La primera, nos muestra que una de las grandes diferencias entre la Guerra Fría con la Unión Soviética y la que se está formando con China es la globalización económica y financiera. En los días de la Unión Soviética, habría sido imposible que los aprietos financieros de una empresa soviética motivaran una caída de los mercados de capital occidentales. Sorprendentemente, los banqueros hipercapitalistas del mundo occidental pierden el sueño por la salud de un grupo inmobiliario chino. Al mismo tiempo, demócratas y republicanos en Washington se quiebran la cabeza para frenar la expansión e influencia de Pekín. Mundo de curiosas paradojas.

La segunda y, probablemente la más importante lectura, es que el Partido Comunista Chino no puede permitirse un «Lehman Brothers» nacional. El riesgo sistémico es palpable. El tamaño de Evergrande y su impacto en millones de clientes, familias y modestos propietarios podrían verse perjudicados si el conglomerado cierra las puertas definitivamente. Es extremadamente peligroso y políticamente imposible. Otra cifra nos muestra el tono del problema: se calcula que la empresa tiene pendiente la entrega de 1,6 millones de apartamentos en construcción para los cuales los compradores hicieron adelantos, contrataron deudas y compromisos con bancos y prestamistas. Fácilmente se intuye el efecto dominó de una debacle.

En la economía híbrida china, a pesar de las apariencias capitalistas, la política siempre tiene la última palabra. China es un bastión sobreviviente del capitalismo salvaje. Sin sindicatos, sin derecho a protesta, sin libertad de expresión ni libertades y garantías al estilo occidental. Al mismo tiempo, con un poderoso capitalismo de Estado que ha amparado el crecimiento vertiginoso de un enorme sector privado. Sin embargo, permanece sujeto al gobierno central del Partido Comunista Chino.

Por ello, el mismo tinglado burocrático que de un plumazo decide apartar al magnate del Internet Jack Ma, sin mayor trámite y debate se permitirá rescatar a Evergrande de la bancarrota irreversible, mientras aplica castigos ejemplares a sus ejecutivos. Es la tónica del momento en China, moderar el entusiasmo de sus capitalistas salvajes. Así se ha hecho en los últimos meses con los casinos, la educación, los mercados financieros, las criptomonedas, los medios, el precio de los inmuebles, los servicios banqueros informales “bajo la sombra” y tantos otros sectores.

En efecto, la convivencia del capitalismo y el comunismo en China ha dado lugar a extremos. Por un lado, enriquecimiento súbito y actividad empresarial galopante y por el otro los desajustes legales y regulatorios propios de un sistema comunista no diseñado para el control y supervisión de un motor económico privado increíblemente dinámico. Por ello, el neomandarinato decide en su estilo totalitario imponer el orden. No con negociaciones, ni diálogos entre partes interesadas, como sucedería en una verdadera democracia, sino con imposiciones, medidas perentorias y castigos ejemplares. Aún estarían pendientes las consecuencias para el presidente ejecutivo de Evergrande, Hui Ka Yan, quien según la revista Forbes desde 2009 recibió 8 millardos de dólares americanos en dividendos mientras la empresa apilaba su montaña de deuda y se iba al garete.

Y las sorpresas no se agotan por esas remotas latitudes. Se trata de un régimen comunista totalitario, donde se desconocen libertades básicas, la gente no protesta y no exige sus derechos individuales. Sin embargo, son los problemas de una empresa capitalista china en un régimen comunista, los que provocan las protestas de inversionistas frente a su sede en Shenzhen. Singulares paradojas evocadoras de la novela Cambios del premio Nobel de Literatura chino, Mo Yan.

Este es el peor escenario que el neomandarinato desea ver. Justo a un año del XX Congreso del Partido Comunista Chino, donde se eliminará el límite de dos mandatos impuesto por Deng Xiaoping después de los excesos del maoísmo y le otorgará un tercer mandato de cinco años al premier Xi Jinping. Por ello, no es el momento de una explosión social. Todo debe estar en orden para la consagración del nuevo “caudillo” chino.

Por eso los comunistas chinos no tienen más remedio que salvar el capitalismo. Otra paradoja, en un momento en que la tensiones en el mar del sur de China suben de nivel, como lo demuestran la polémica sobre los submarinos australianos y Reino Unido, Estados Unidos y Australia aliándose en contrapeso a la influencia china, señales inequívocas de la creciente división y militarización en la región del Indo-Pacífico. Las apuestas están abiertas.

¿Será China Evergrande?

Twitter: @A_Urreiztiet


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