Por Asunción Suniaga

Históricamente, la modernidad comienza en el medioevo con el Renacimiento a finales del siglo XIV, época que originó un despertar intelectual en el hombre y un deseo enorme de hacer ciencia, que desarrolló al positivismo como corriente filosófica, el método científico para la interpretación de la realidad, diferentes disciplinas científicas, la escolarización, expansión y masificación educativa como fenómenos que incluyeron a personas de clase media y de escasos recursos, y mujeres en las aulas de clases, entre otras cosas.

Además, destacan en esta época el descubrimiento de un nuevo mundo y un avivamiento del sentido humano que generó nuevas ideas, inventos, conocimientos y creatividad que apuntaban hacia la liberación y emancipación del hombre, lo que hizo derrumbar una serie de preceptos que sustentaban la producción del conocimiento. Hechos que dejan atrás el pensamiento ilustrado y marcaba una nueva pauta signada por la fe en el progreso continuo e indefinido, y en las posibilidades de los ciudadanos para dominar y transformar el mundo basados en la ampliación de las ciencias, el secularismo, el criticismo, el universalismo, el antropocentrismo, formulaciones de utopías, separación de poderes, desarrollo de constituciones y sociedades científicas.

En cuanto a la docencia, la modernidad trajo consigo métodos totalmente autoritarios: clases teóricas y expositivas, en las que predominaba el castigo, la supremacía, la vigilancia y la disciplina como modo de poder imperante en las aulas que encerraban consigo un ejercicio individual de modelaje de la conducta que más adelante Michel Foucault (2008) llamará Tecnologías del yo, procurando con ello un aprendizaje memorístico, repetidor y transmisivo que aún sigue vigente en nuestros espacios académicos.

No obstante, ser docente en aquella época se consideraba un privilegio que lo etiquetaba como poseedor de grandes competencias intelectuales que propiciaba el reconocimiento del otro. La función docente era de importancia trascendental en el ámbito pedagógico, de formación y de las exigencias dadas por la Academia, debido a que su actuación iba más allá del acto educativo, pues abarcaba la investigación, la extensión y otras tareas organizativas o directivas en las instituciones educativas. Esto brindaba un estatus al docente, que lo impulsaba a ser agente de cambio no solo en el ámbito académico sino en la política, la economía y en la sociedad.

Actualmente, en pleno siglo XXI, ante las corrientes emergentes los nuevos modos de hacer ciencia, la evolución tecnológica y la virtualización del espacio y tiempo, queda la duda de si seguimos en la modernidad o estamos viviendo una época posmoderna. Cada día, podemos evidenciar cuál nombre del progreso y la libertad, contrariamente ha sido hacia el detrimento del ser humano, ocultar la verdad a cambio de intereses particulares y rompiendo con ese espíritu de unidad de normas y hechos.

Huellas de la modernidad están presentes en los ambientes educativos donde aún persisten rituales, sinos, símbolos, rutinas y tradiciones, donde prevalecen las clases magistrales sobre cualquier estrategia didáctica o pedagógica reciente; elucidar textos o hechos, repetir conceptos y memorizarlos, elaborar representaciones evaluativas está a la orden del día; se mantienen programas muy extensos y poco útiles para la vida; el conocimiento se transmite y se concilian opiniones sobre premisas predeterminadas donde la ética, la moral y las luces se diluyen ante ciertos intereses, entre otros.

En este sentido, es inminente, despertar en el docente la necesidad de hacer rupturas en su praxis, de cuestionar y de interpelar sus cimientos. Si seguimos en el barco de la modernidad,  ¿adónde vamos a parar?

El docente, hoy día, debe ser planificado, organizado, participativo, creativo, integrador, reflexivo, con habilidades tecnológicas, de liderazgo y trabajo en equipo que contribuya a la integración del ciudadano que deseamos ver en nuestra Venezuela.

La invitación es a asumir el compromiso de forma individual y/o colectiva en la construcción de individuos reflexivos, críticos, humanistas y responsables a través del análisis, la reflexión, la construcción de conocimientos y saberes y principalmente, la formación en valores, tales como la responsabilidad, la democracia, la justicia social, la tolerancia, la equidad, la solidaridad, la colaboración y la libertad en cada individuo.

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