Con el título que encabeza estas líneas y en los mismos diarios (El Nacional y La Nación) publiqué hace algún tiempo un artículo. Pero tratándose de una inagotable materia, vuelvo hoy sobre el tema. Creemos que la interrogante arriba formulada debería motivar e invitar a las personas a hacerse frecuentes reflexiones. En razón de ello, de la forma impersonal como aparece pasémosla al presente del modo indicativo: ¿Para qué vivimos?

El preciado don de la vida se nos concedió sin pedirla, podríamos afirmar que misteriosamente nos llegó, está con nosotros, y sigue transcurriendo como los días que se suceden sin pausa pero acompañando siempre nuestra existencia, o como los mismos actos diarios, algunos muy alegres y satisfactorios; otros, sorteando dificultades y entuertos tratamos siempre de vencerlos para no abandonar el tan importante camino que hemos emprendido. Pues la vida es un camino no exento de escollos.

El Manual de la Academia Española de la Lengua define así la vida: es el estado de actividad de los seres orgánicos. También, como la sucesión de actos muy alegres y satisfactorios la mayoría, otros no lo son tanto. El vocablo vida es una muy bella y significativa expresión que reiteradamente pronunciamos en nuestras habituales conversaciones. ¿Por qué lo hacemos? Porque la sentimos vibrar dentro de nosotros acompañando nuestra existencia; y no podemos estar sin ella, pues si nos falta –paciencia– hasta allí hemos llegado.

Reflexionemos: la vida, además de ser el máximo valor humano que poseemos, también es un derecho inviolable que debe ser respetado por todas las personas, sobre todo por el Estado y protegido por todas las autoridades. Sobre tan preciado don abundan disposiciones en las constitucionales nacionales que la han consagrado, al igual que otras disposiciones que las han revestido de legalidad. Además, abundan las razonables argumentaciones esgrimidas por los credos políticos y religiosos.

Con el acto del nacimiento, además de la vida y el talento humano, adquirimos el sagrado derecho a la libertad, como también la personalidad jurídica que es esencial para nuestra actuación como ciudadanos o, dicho en otra forma, es la capacidad para ejercer derechos y asumir obligaciones.

Volviendo a la interrogante inicial ¿para qué vivimos? Como nuestra vida es un don divino y la poseemos gratuitamente, debemos justificar el poseerla. Ello obliga a corresponder a tan preciada dádiva haciendo aportes a la sociedad, a la humanidad y a la propia naturaleza. Estamos endeudados con nuestros predecesores por cuanto al llegar encontramos la rica y novedosa cultura reflejada en las ciencias, las artes, y en los grandes inventos y descubrimientos que nos legaron. Cabe aquí otra interrogante, ¿para qué vivimos? Ciertamente, estamos obligados a corresponder a esas ricas dádivas que se nos otorgaron. Para ello contamos con la capacidad intelectual, con la voluntad y perseverantes fuerzas para trabajar, para abrir y alumbrar caminos, construir y hacer aportes a las presentes y futuras generaciones. Así justificaremos nuestra existencia terrenal y dejaremos el ejemplo nuestro a quienes nos  sucedan, para que ellos, al pasar por la vida también dejen rica cultura a quienes los sucedan. Más aún, el buen comportamiento ciudadano, la responsabilidad en el cumplimiento de obligaciones son formas de educar y, con ello, dejar positivos mensajes.

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