Los hombres y mujeres infectos de inmunodeficiencia intelectual que vociferan improperios y ordenan la antipoética de la existencia nacen, crecen, se multiplican y fallecen sin dejar nada provechoso: pero, los hacedores de Literatura trascienden lo aciago y futilidad de la ira. Los creadores inferimos que el Ser Humano tiene prohibido preguntarse para qué sirve la Poesía porque sin ella no mereceríamos celebrar la presencia de nuestra especie en el Mundo.

Tras indignar a los apodícticos, algunos profesionales de la «Historia» hacen esfuerzos por falsificarla mientras ciertos sociólogos la fustigan o intentan dilucidar las causas científicas de ciertos sucesos importantes y los psicólogos buscan pedacitos de atrofiados sesos desordenadamente esparcidos por todas partes luego del abatimiento de la Humanidad. Pandemónium generado por sujetos que se autodefinen «estadistas» y conducen rebaños de ovejas, que no a seres pensantes. Empero: en la obscuridad de un Mundo que es (con inexplicable y hasta absurda persistencia) enemigo de quienes lo habitan, los poetas como Arnulfo Quintero López celebran o lloran mediante una escritura magnífica. No permanecen inmutables, impávidos o absortos. A un precepto importante, formular con inobjetable lucidez y enamoramiento, responde la aparición de su libro titulado De rockolas, sombras y olvidos (1)

«Una noche es posible determinarse por el sueño, alargar las manos hasta los que nos interrogan en silencio. Perder el temor y establecer la suerte del que vino una tarde a decir cuál viento cargaría el reclamo de los hombres que sin suerte no están en el sitio por donde pasaría el vendedor cielos» (2)

Conocí a Quintero López en el curso del primer lustro de la década de los años setenta del siglo XX en Mérida, cuando los poetas celebraban la vida (como, incisivo, solía decirme un Lord de la Intelectualidad Venezolana Emancipada llamado Edmundo Aray). Nunca más experimenté que mordaces hacedores de Literatura y Artes, de la estirpe de Arnulfo, emprendiesen tan oportuna y sabiamente convites para que libásemos y proferir que gracias a la institucionalidad del Ars Poética la Humanidad trascendería.

-«[…] No he conocido a un poeta que haya realmente muerto, ni siquiera Víctor Valera Mora» -infería Quintero López, una lluviosa y fría noche, en presencia de Baco y Orlando Flores Menessini-. «Cuando caminamos por cualquier calle de la ciudad, al escribir y cantar, veo a esos inmortales que han celebrado la vida como nosotros lo hacemos hoy»

Arnulfo, quien ya era un hombre de leyes, recibió esa noche de celebraciones la notificación gozosa y académica de los profesores (que también escritores) Flores Menessini y Juan Pintó según la cual «un poeta como él no tenía ni siquiera que presentar monografías o ensayos de pregrado para que lo consagraran, y le firmasen la una licencia que lo acreditara». Durante esos días, recuerdo EnnioJ iménez Emán me había invitado a una habitación de estudiante que ocupaba en el centro de la ciudad para leerme Primavera Negra (3) mientras bebíamos una caja de cerveza. Los docentes de la Escuela de Letras de la Universidad de Los Andes se incomodaban ante la presencia de hombres como Quintero López, los hermanos Gabriel y Ennio Jiménez Emán, entre otros que buscaban pergaminos en la carrera de la Literatura. Pero, ellos eran prematuramente notables. No necesitaban recibir permisos para ser y el genio que ostentaban no admitía se le calificara, vulnerase, delimitara, desestimase o ultrajara. Aquellos docentes lo sabían y fomentaban que se les percibiese incuestionablemente como individuos de Letras.  Leámoslo:

«Cuando/acechas/mis noches/y te ocultas/de los que buscan/sembrar tempestades/en mis sueños/No es para vivir/que me defiendo/es para soñar…» (4)

Advierto en De rockolas, sombras y olvidosun intelectual imponderable: de indiscutible talento, sensibilidad y hermandad al cual no abatió la desesperanza que a todos nos ha sitiado en muchos instantes. Porque, a mi juicio, Illeintellectualis pugna non mortis similis. Tiene razón el también mi pródigo amigo Carlos Danéz cuando afirma en sobre el poeta lo siguiente: «[…] En Arnulfo Quintero López la celebración es la sustancia del poema mismo y sus encuentros con lo femenino son expresiones poéticas que secretan partes del todo, que se cristalizan en el poema y que se levantan y se transmutan emborrachándose de canto […]» (4)

He leído (varias veces) De rockolas, sombras y olvidos. La primera ocurrió el 20 de diciembre de 2013, en voz alta y en presencia de la poetisa polaca-venezolana Agmary Feder. Lo retomé e hice anotaciones que el 16 de Abril, durante un viaje en metro-cable hacia las calles que tantas veces en mi vida he recorrido. Me satisfizo, nuevamente, una sabia inferencia del poeta Quintero López: -«[…] Reinicio ahora un canto del hombre/para el hombre/y espero que todos/ retomen el camino/para el tiempo nuevo/Hoy celebro el ocaso del tirano […] (5) A mi admirado formulé que vaticinaba tiempos sin déspotas: en los cuales sólo protagonizarán filósofos, poetas, artistas plásticos, cineastas, dramaturgos, magos, tecnólogos y científicos. Reinarán quienes, como nosotros, se muestren emancipados y defiendan la inexpugnable libertad de las mujeres y hombres para celebrar dionisíacos, pacífica y fraternamente, la vida.

NOTAS.-

(1) QUINTERO LÓPEZ, Arnulfo: De rockolas, sombras y olvidos.- Fundación Editorial El Perro y la Rana y Ediciones Gitanjalí. Guarenas, Venezuela, 2012.

(2) Ob. Cit., p. 44

(3) MILLER, Henry: Primavera Negra. Publicada por primera vez en París, 1936.

(4) Supra., p. 35.

(5) Idem., p. 197.

@jurescritor


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