La historia se empeña nuevamente en poner frente a nosotros otro desafío supremo: el 28 de julio debemos elegir al próximo presidente de la república. En circunstancias normales, este no sería más que un trámite de alternancia para una democracia estable y arraigada.

Pero no es ese el caso venezolano. Nuestra situación es sumamente distinta. No estamos eligiendo un presidente: nos estamos jugando nuestro futuro y sellando el destino de las próximas generaciones. Estamos eligiendo entre barbarie y bienestar; entre dolor y alegría; entre bonanza y pobreza, entre democracia y autocracia.

Nunca se habían presentado condiciones tan favorables para triunfar como las que existen en este momento. La corrupción oficialista, su descaro irrespetuoso, la desconsideración hacia el ciudadano y su incompetencia infinitas hundieron al gobierno en un colosal desprestigio, deterioro que llevó su aceptación y popularidad a niveles que hoy son insignificantes.

Estas son condiciones inmejorables para el país. Representan ciertamente la oportunidad para asestar un certero golpe a la autocracia. Es razonable pensar que estas condiciones quizás no se vuelvan a repetir en años, pero, a pesar de eso, hay muchos entretenidos en asuntos domésticos y marginales, que es justamente lo que quiere Maduro.

Hoy, a poco más de 100 días de este gran acontecimiento electoral, no estamos lo suficientemente preparados para afrontar ese trascendental reto y salir victoriosos.

Son muchas las tareas vitales a las que nos convoca esta fecha. En ellas ya deberíamos estar trabajando:

  1. Reconstruir la confianza de los ciudadanos en el voto como instrumento de expresión democrática, constitucional e institucional.
  2. Acudir a votar masivamente.
  3. Defender cada voto en todas las mesas en cada centro electoral; y
  4. Organizarnos para que, luego del triunfo, se respete la voluntad que expresemos ese día.

Voy a tratar esos temas en varios artículos. En esta entrega me ocuparé del primer punto.

Durante casi 20 años, si contamos a partir de las elecciones parlamentarias de 2005, cuando se promovió la abstención como estrategia, líderes, personalidades, especialistas, partidos políticos, periodistas, medios de comunicación, centros de investigación dedicaron miles de horas y ríos de tinta para desacreditar el voto, las autoridades electorales, el sistema electoral, las máquinas de votación, el sistema de transmisión de datos y todo el andamiaje institucional que legitima el voto como medio de expresión de la opinión ciudadana; y, lo que es más grave, el voto aún sigue bajo ataque, recibiendo feroces embestidas desde flancos que aún no comprenden el desafío histórico y la encrucijada en la que se encuentran nuestra democracia y nuestra república.

El daño ocasionado fue descomunal. Se perdió la confianza en el voto debido a la implacable campaña desatada contra el sufragio. No deja de ser alarmante que muchos hoy siguen convencidos de que votar es inútil. Leo con espanto a algunos ya asomando la abstención como una posibilidad.

Devolverle al voto su prestigio, su fuerza y su capacidad para canalizar las opiniones políticas de los venezolanos es un gran reto, es una tarea urgente que ahora mismo nadie está atendiendo. Salvo algunas voces huérfanas que insisten solitariamente en defender el voto, no se observa una campaña intensa dirigida a conseguir ese objetivo. Un ejemplo de tal situación es que miles de jóvenes aún no se han inscrito en el Registro Electoral y expresan que no lo harán o que no saben cómo hacerlo. Y en ese escenario, sigue sin existir una campaña para incentivar su participación de esa juventud cuyo destino es justamente el que está en juego.

Hablan de elecciones, pero no hablan de la importancia y el poder del voto. Las elecciones serían un ejercicio inútil, si no se cuenta con el nivel de conciencia y sensibilización necesarios para que la concurrencia a las mesas electorales tenga un caudal avasallador hacia una opción ganadora que se requiere para neutralizar cualquier intento de fraude, ventajismo o desconocimiento por parte de la administración de Maduro.

Revertir ese daño, requiere una participación multitudinaria y masiva, demanda un esfuerzo constante y coordinado. Es necesario que los movilizadores de opinión comprendan esta urgencia y trabajen en la misma dirección. Que los partidos políticos, los líderes, la academia, los medios de comunicación, los comunicadores sociales, las organizaciones sociales de base y las fuerzas vivas en cada comunidad inicien de inmediato acciones dirigidas a reconstruir el poder que le quitamos al voto.

Nada de eso se está haciendo. No hay una estrategia dirigida al objetivo de asegurar que el más de 80% de rechazo contra el gobierno que reflejan las encuestas se convierta en votos decididos contra el régimen el día de la elección.

Desde el gobierno ilegítimo de Maduro los ataques no cesan. Su empeño en crear divisiones y enfrentamientos que impidan la acción coordinada y la cooperación entusiasta entre los sectores que lo adversan sigue sin pausa. Sus acciones están todas dirigidas a minar la confianza de los sectores opositores en el voto y los medios democráticos, empujándolos a solicitar condiciones absurdas o inviables; generando distracciones políticas en otros flancos; persiguiendo y encarcelando personas o marcando una agenda de opinión desvinculada del voto y de todo lo que pueda generar cohesión en las filas opositoras del país.

Desmontar esta estrategia mediante el desarrollo de una poderosa e intensa agenda de promoción y defensa del voto es la tarea urgente que tenemos que desarrollar. Todos sabemos que la única manera de ganar y de obtener una victoria es participando y votando por una sola opción ganadora. Impulsemos, pues, campañas a favor del voto, incentivemos la inscripción de nuevos votantes, promovamos que los votantes regulen su inscripción si cambiaron de domicilio o de país. Impulsemos la realización de debates, foros. Hagamos publicaciones, o medios para difusión de noticias y toda clase de actividades comunitarias, para devolverle a los venezolanos la confianza en que su voto es poder, y que, si se utiliza con conciencia, con confianza, de manera masiva y determinante, ese voto es capaz de transformar situaciones tan apremiantes como las que hoy vive Venezuela.

Nos estamos jugando el futuro de nuestra democracia y las venideras elecciones son un escenario de lucha único. No debemos desperdiciarlo. El cambio tan anhelado es algo que podemos hacer nosotros mismos y el poder con que contamos para acabar con la desgracia que azota a Venezuela es el voto. El poder de cambiar las cosas está en nuestras manos. ¡Vamos a usarlo! Pongamos nuestro nombre en ese capítulo de la historia que se reseñará en los libros como la rebelión electoral de un pueblo que descubrió y utilizó el inmenso poder que la Constitución puso en sus manos.


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