¡Atención… fir! 

Un 24 de junio de 1939 Andres Eloy Blanco en un discurso alusivo al aniversario de la Batalla de Carabobo que es a la fecha también Día del Ejército, estableció un tremendo parangón que ha quedado registrado para la historia como una magnífica pieza literaria. Muy propia del bardo de Cumaná y de su pluma. Para incurrir en un lugar común pudiéramos calificarla como una auténtica joya poética a la que se acude en la formalidad y la gala de los discursos aniversarios en el campo de Carabobo. Impepinable en las alocuciones que atinadamente les escribía cada año el doctor Régulo Rojas Medina a cada comandante general del Ejército para que lo leyera con la pompa, el rigor y la formalidad ante de iniciarse el desfile bajo el brillante sol de Carabobo. Exactamente a mitad del discurso se empezaba a oscurecer de nubes el cielo y al cierre caía un diluvio que empapaba a todos. La bendición anual con las lágrimas celestiales.

 ¡A discre… ción!

Decía Andrés Eloy que «Si se pudiera concebir un hombre que le escribiera una carta al Ejército venezolano, se vería en apuros el remitente, porque no sabría adónde dirigirla: lo mismo podría dirigirla a Ayacucho que a Junín, lo mismo a Boyacá, lo mismo a los helechos y a las piedras por donde se va al desaguadero. Pero estando Carabobo ubicado en Venezuela, y siendo la función carabobeña totalmente venezolana, es por eso que es la sabana de Carabobo el domicilio histórico del Ejército venezolano». Una auténtica composición que le hace un homenaje al Ejército y por extensión a todos los componentes constitucionales de la Fuerza Armada Nacional (FAN). Ese párrafo en el momento era la antesala de los eventos que motorizaban el año militar desde una semana llena de resoluciones de traslados, de condecoraciones, de asignaciones de cargos y de ascensos. Y que se sellaba cada 5 de julio con el desfile militar conjunto en el paseo Los Próceres con motivo de la conmemoración de la declaración de la independencia y el día de las Fuerzas Armadas Nacionales (FF.AA.NN). Todo terminaba cuando en el proceso de renovación institucional -básico en una institución que se nutre de sangre nueva anualmente– se programaba una ceremonia muy sentida del pase a la situación de retiro a los oficiales por tiempo de servicio cumplido y otra de graduación conjunta de alféreces y guardiamarinas. Unos se iban con la satisfacción del deber cumplido y cerrando su etapa profesional de actividad. Otros llegaban a empezar a escribir su propia historia institucional. Un ciclo corporativo que se repetía cada año. Uno de esos episodios en el patio de honor de la Academia Militar de Venezuela fue el correspondiente a la entrega del sable de mando a los alféreces Rafael Eduardo Arreaza Soto (2011) promoción Pedro Pérez Delgado (a) Maisanta y Ronald Leandro Ojeda Moreno (2012) promoción Coronel Diego Jalón. El teniente coronel Hugo Chávez en su condición de comandante en jefe se los entregó. A mí me lo entregó en 1977 Carlos Andrés Pérez. Como decíamos anteriormente, unos se iban y otros  llegaban. Todos de la manera más anónima y desconocida. En cierta forma cuando te gradúas eres un completo desconocido y al pasar a la situación de retiro empiezas a caminar un rumbo desconocido. Se es el propio soldado desconocido.

Defender la patria y sus instituciones hasta perder la vida

La mañana del viernes 1º de diciembre de 2017 un grupo de nueve oficiales subalternos eran trasladados desde el tribunal militar en Fuerte Tiuna donde habían sido llevados desde la cárcel militar de Ramo Verde en Los Teques, para rendir declaración por un expediente que se les instruía por conspiración, traición a la patria, rebelión militar y otras zarandajas legales de que dispone el régimen en esa quincallería jurídica en que han convertido a los tribunales y a la justicia para apaciguar a la institución militar cada vez que la revolución se siente en riesgo en la permanencia en el poder. La de estos nueve oficiales era la enésima conspiración develada por el régimen a sabiendas de que al final, en el cambio político, ante una transición, frente a una provisionalidad; la extremaunción política y militar se la aplicarán cualquier grupo de jóvenes militares como estos nueve que trasladaban de retorno a la cárcel. Los clavos de la urna del régimen estarán martillados por otra escuadra como esta donde junto a otros siete van los primeros tenientes Rafael Eduardo Arreaza Soto y Ronald Leandro Ojeda Moreno rumbo a sus calabozos. Unos perfectos desconocidos en ese momento. Como los restos heroicos que se honran en cada tumba y monumento funerario que se levanta en todos los países al soldado desconocido que murió en defensa de su patria, y tal cual como es la exigencia que se hace frente a la bandera nacional, en una alineada y cubierta agrupación de parada y desfile, sobre el patio de honor de cualquiera de los institutos militares de formación profesional. En julio de 2011 y 2012, Arreaza y Ojeda, respectivamente, vocearon con toda la fuerza de sus pulmones y empujaron con la violencia juvenil su sable de mando el ¡Sí, lo prometo! cuando el comandante en jefe les preguntó: ¿Prometéis a Dios y a la república, en presencia de la bandera nacional, defender la patria y sus instituciones hasta perder la vida? Probablemente en eso pensaban Arreaza y Ojeda cuando sometieron a sus custodios, los desarmaron y huyeron ejerciendo el derecho prioritario que tiene todo preso político: fugarse. Arreaza cayó abatido en plena calle por las balas del régimen y Ojeda logró escapar hasta Chile, donde los tentáculos rojos lo alcanzaron. Murieron cumpliendo el juramento de defender la patria y sus instituciones que les tomó el mismo Hugo Chávez. Fueron leales a la Constitución Nacional.

Un camino conocido

Desde 1821 en que se alcanzó la independencia en la punta de una espada, a la actualidad, los militares venezolanos han tenido una participación protagónica en la vida republicana de Venezuela. A lo largo de todo el siglo XIX el dominio político en la primera magistratura nacional estuvo encabezado por hombres de capa, de sable de mando y de montura. Bolívar, Páez y Guzmán Blanco lo dominaron en buena parte. Más de la mitad del siglo XX fue con hombres procedentes de los cuarteles. La función pública la comandaba un general. Castro, Gómez, López, Medina, Pérez Jimenez ocuparon el poder más de la mitad del siglo pasado. Este régimen que gobierna en el siglo XXI desde hace 25 años es de corte militar. Y no hay nada en el panorama político del país que indique que eso vaya a cambiar. El testigo político y el destino del país va a permanecer hacia el futuro en las manos de los uniformados con un rol protagónico tanto en el cambio político como en la transición y la provisionalidad. De uniformados desconocidos en su momento como Arreaza y Ojeda que murieron en el cumplimiento de su deber. Y eso lo sabe el liderazgo político de la oposición y el régimen. Sobre todo el régimen usurpador rojo rojito que insiste en su lema de pie de página a sabiendas de que saldrán oportuna y sorpresivamente desde los patios de formación de lista y parte muchos Arreaza y Ojeda desconocidos, a tirarle la última paletada de tierra a la tumba del régimen. Por eso la insistencia de ¡Leales siempre, traidores nunca!

Siempre hay tiempo para escribir cartas con destino al Ejército y en extensión a toda la Fuerza Armada Nacional (FAN) desde donde reside la fuerza desconocida por muchos y la esperanza conocida por todos, en un camino que ya hemos recorrido en toda la historia republicana de Venezuela.

¡Atención… fir! (Aquí se puede colocar un toque de atención con el corneta de órdenes).


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