“Nacido en la frontera, entre lo que hay dentro y lo que ves por fuera. Pisa cada pie su propia tierra. A un lado el hoy, a otro un ayer cualquiera”. “A medio camino”. Antonio Vega).

No sé ustedes, pero yo estoy llegando a una edad, o más bien ya he llegado e incluso superado una edad en la que, a poco consciente que seas, tienes o debes tener claro que ya has sobrepasado, sin lugar a ninguna duda, el ecuador de tu vida. Esto es así. Por muy optimista que uno quiera ser, la realidad y el sentido común se imponen al optimismo; por eso yo hace tiempo que deje de serlo para reconvertirme, si bien no en pesimista, si en pragmático.

Y es precisamente ese pragmatismo, que ha conquistado mi ánimo y mi psique en el sentido más literal, el que me ha hecho darme cuenta de que, llegado este punto, solo tengo dos opciones. Una de ellas, la más habitual y fácil, sería pensar que ya he llegado donde quería llegar y sentarme, tranquilamente, entre las lilas de mi jardín, si yo tuviera jardín, a ver trascurrir los bellos amaneceres, cultivando el sosiego, la lectura y la contemplación de la vida, desde el lado del espectador.

Sin duda, es una opción. Puede incluso parecer una buena opción, pero en mi caso, muy al contrario, he decidido que aún queda mucho por aprender, queda mucho por hacer y, por supuesto, no he llegado, ni mucho menos, al lugar al cual quiero llegar, que si bien no se cual es, si que puedo intuirlo; y lo que intuyo en el horizonte, si bien se encuentra velado por la neblina y la distancia, creo que empieza a gustarme.

“Crecí a medio camino, entre el ser mundano y el poder divino. Tan pronto vi el mañana inalcanzable, como un paseo la cima inexpugnable”. (“A medio camino”. Antonio Vega).

Como he dicho, es muy fácil dejarse invadir por la desidia, sobre todo en situaciones como la mía en la cual, afortunadamente, el trabajo realizado con anterioridad, el acierto y, por supuesto, la suerte y la ayuda de aquellos que me han acompañado en mi camino, me han colocado en la afortunada posición de poder decidir, de poder elegir con calma el camino a seguir, en este cruce en el que me encuentro ahora. Es verdad que, como es lógico, ya me persiguen los fantasmas de las Navidades pasadas, de los veranos pasados y, en general, de los años pasados. No he sido un ejemplo, en algunas materias, sin duda; pero en otras no lo he hecho mal y, al menos, puedo sentirme orgulloso de tres o cuatro aciertos que nivelan los errores, sin duda más abundantes, pero mucho menos densos.

Así pues, en mi caso, he decidido luchar contra las noches de insomnio tratando de superar todo aquello que hice mal; de perdonarme, y de pensar que todos los pasos han de ser hacia delante; que ya no tengo edad para decir que no a nada y que voy a afrontar esta nueva etapa, la de la infancia de vejez, como me dijo una vez una mujer sabia, como un nuevo nacimiento, un reset, en todo aquello que no resultó como tenía que resultar. Sin arrepentimiento, sin rencor. Apagando y encendiendo de nuevo, como se hacía con los ordenadores en los noventa.

“Mi vida es esa canción, amiga de la luna, escrita en el corazón, para ahuyentar la noche oscura”. (“A medio camino”. Antonio Vega).

Es, precisamente, la pérdida del miedo a la oscuridad, entendida como todo aquello que nos acecha, la que marca la diferencia, la que motiva el impulso. A fin de cuentas ¿Qué podemos perder?. Es la sensación de que ya no soy necesario, que soy prescindible, la que, irónicamente, me regala la libertad que en otros ciclos de la vida no tenía, permitiéndome arriesgar sin temor al fracaso, que, por otro lado, es una opción razonable.

“Si tuve dos destinos, entre la razón y el loco desatino, fue porque conocí juegos prohibidos. Para morir y vivir, muero por estar vivo”. (“A medio camino”. Antonio Vega).

Ahora al menos soy consciente de que, en ocasiones, he sido mi mayor freno, mi mayor crítico y censor y no me he permitido avanzar por los convencionalismos, por los lugares comunes y por los miedos; el miedo al fracaso, el miedo al qué dirán, el miedo a no ser comprendido. Y esa amalgama de miedos ha sido la telaraña que me ha tenido atrapado hasta que he decidido que, a partir de ahora, caminaré por los caminos que mi corazón, mi ánimo y mi intelecto me reclamen, soltando lastre, ascendiendo libre.

Sin miedo a la caída, que, sin duda, ha de venir.

@elvillano1970


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