Para los que viven en Venezuela, hace tiempo que la televisión satelital ha sido una salvación. Aunque parezca insólito, comenzó a ser un artículo de primera necesidad desde que el presidente difunto acaparaba las pantallas en las casas con cadenas que duraban más de siete horas.

Mucho se habló entonces de lo que significaba esa retahíla de mentiras que se escuchaba sin cesar, porque no había más alternativa. Además de limitar terriblemente la libertad de expresión, funcionó como una máquina de lavado de cerebro de la que todavía estamos viendo las consecuencias.

Pero hasta los que escuchaban fielmente al presidente cantar, regañar, tomar café y mentir infinitamente, se cansaron. Hoy las redes sociales reproducen fotos de zonas populares de Caracas que muestran que no importa cuán endeble sea el rancho, siempre tendrá una antena de Directv. Y hasta nuestro (ese sí inmortal) Pedro León Zapata lo retrató en sus «Zapatazos».

Pero el último porrazo que le ha dado el régimen a los venezolanos es dejarlos sin televisión satelital. Es cierto que hay otras compañías que ofrecen el servicio de cientos de canales, pero lamentablemente no tienen el alcance de Directv, pues transmiten a través de cable.

Hay que admitirlo, Directv es una vía de escape, y más en confinamiento. Por eso el régimen se empeñó en obligar a la empresa a incluir a Globovisión y Pdvsa TV en su programación, con la esperanza de que alguien los viera. Sabían que los venezolanos se cansaron de las mentiras que se transmiten por estos canales.

Hay quien se llena la boca adjudicando esta medida de Directv a las sanciones del gobierno de Estados Unidos. Debe ser que se olvidan de que Venezuela tiene más de 20 años sufriendo los ataques a la libertad de expresión que este régimen constantemente y desde su origen perpetra.

La culpa de que los venezolanos se queden sin esta vía de escape y de comunicación es del régimen, no hay que buscar más. Parece que su empeño de hacerle daño a los ciudadanos no tiene límites. Insiste en ejercer despóticamente el poder contra la empresa privada y en aplastar el derecho a la información de los venezolanos.

Este panorama no puede ser más sombrío, con una pandemia que recorre las calles y que nadie sabe a ciencia cierta qué alcance ha tenido; con medios de comunicación cada vez más disminuidos por una conexión a Internet pobre o inexistente; con miedo y autocensura en los pocos que quedan. Los venezolanos están cada vez más incomunicados.

Lo que queda por pensar es que, como en otros períodos de la historia, se trata de las horas más oscuras, esas que ocurren justo antes del amanecer.


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