Pangloss, para los que no lo sepan, es un personaje del maravilloso cuento de Voltaire, Cándido, caracterizado por su optimismo sin límites, que lleva a su discípulo, precisamente Cándido, a cometer toda suerte de errores, tanto así que permanentemente ambos, orientados  por las desacertadas  recomendaciones de Pangloss, experimentan desgracias e infortunios, pese a lo cual  este insiste en que los males sufridos conducirán inevitablemente al mejor de los mundos posibles. Voltaire fustiga en el cuento, sin misericordia hacia los humanos, la manía del optimismo de sostener que todo va bien cuando todo va mal.

Ha regresado a mi memoria la figura ridícula de Pangloss y la agudeza de un autor como Voltaire, siempre actual, a tenor de la consulta popular que algunos sectores de la oposición (¡no toda la oposición!) pretenden llevar a cabo en los días por venir. Se trata de una consulta innecesaria, inoportuna y sobre todo riesgosa, punto este último en que insistiré en el artículo. Las mentes democráticas nunca negarán el valor de las consultas populares, por lo demás figura establecida expresamente en la Constitución, para auscultar la opinión de los ciudadanos sobre asuntos de relevancia para la colectividad. Podemos sostener además su carácter vinculante, a pesar de que la figura no ha sido reglamentada por la ley, tema de controversia jurídica con argumentos a favor y en contra. Mi preocupación no va en este sentido, pues soy un ferviente partidario de la democracia participativa en tanto principio superior a la democracia representativa, como lo reconoce expresamente nuestra Ley Superior sino, repito, en atención a su sentido de oportunidad y los consiguientes riesgos de su eventual fracaso.

El primer adversario de la consulta es la pandemia, el coronavirus, por su efecto desmovilizador. Una consulta popular nacional exige una fuerte y entusiasta participación de todos los sectores de la sociedad, desde los habitantes de los sitios más recónditos de la geografía nacional hasta los barrios y comunidades de las grandes ciudades. La movilización hoy se nos torna muy precaria dado el peligro siempre al acecho de la pandemia, y no se puede aglutinar, algo en que se empeñan sus adalides, exclusivamente en los medios digitales, a los que no tiene acceso la gran mayoría de la población. En efecto, los proponentes han dado énfasis a la consulta virtual, con todos los problemas de credibilidad y verificación que ello apareja, en un país donde, para citar solo un ejemplo, el sistema educativo, tanto los colegios como los  liceos y universidades, tiene grandes problemas de operatividad, que dificultan su normal funcionamiento. En suma, el tema Internet termina siendo un obstáculo difícil de superar en la situación actual. Por último, nos guste o no,  el optimismo volteriano que nos recuerda con ironía que todo está bien cuando todo anda mal, es hecho trizas por las encuestas de opinión, al recoger estas la dramática crisis de confianza de la gente en el actual liderazgo opositor, buena parte del mismo en el exilio, pues suponemos debería ser, y no lo es (pues se ha dejado la iniciativa a determinados sectores de la sociedad civil), una palanca principalísima del fervor por la participación, muy diferente al entusiasmo unitario de la consulta de 2017. El punto terminará siendo de hondo calado, nada menos que la reestructuración de las relaciones entre lo social y lo político, que observaremos con toda su crudeza a partir de principios del año 2021.

En conclusión, las probabilidades de fracaso de la consulta popular nos sumergen en una situación temible y terrible, pues afectaría duramente la legitimidad de la Asamblea Nacional, institución que en definitiva convocó la consulta y aprobó formalmente las preguntas, y pondría a Juan Guaidó, en su condición de presidente interino, en una posición altamente comprometida, ante el inmisericorde desgaste de su ya de por sí alicaído liderazgo, que el fracaso de la consulta llevaría consigo. Algunos promotores de la consulta sostienen, en una postura absolutamente ilusa, que vale la pena el riesgo (se necesitarían para su éxito más de siete millones y medio del sí a las preguntas, lo alcanzado por la consulta de 2017), y que en todo caso es útil en la actual coyuntura consultar la voluntad popular; no lo creo así, es un síntoma más del optimismo volteriano, pues en política actos de esta naturaleza tienen consecuencias, algunas imprevistas, y a todo evento negativas, que me temo producirán un doloroso revolcón de dificultades que entorpecerían  el camino hacia la ansiada democracia que todos anhelamos.


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