De una muestra de 56.000 pacientes infectados por el coronavirus, covid-19 o “pandemia inducida”, la Organización Mundial de la Salud ha presentado hallazgos como los siguientes: “80% desarrollará síntomas leves (fiebre, tos y, en algunos casos, neumonía), 14% síntomas severos (dificultad para respirar y falta de aire) y 6%  sufrirá una enfermedad grave (falla pulmonar, choque séptico, fallo orgánico y riesgo de muerte)”.  Al respecto se  verifica con el informe de Johns Hopkins University (Estados Unidos, marzo 2020), el cual reporta a nivel mundial aproximadamente 200.000 personas infectadas y de ellas 8.000 fallecidas.  Nota: de interés estimar esta relación para cada país.

Por otra parte, basado en un modelo matemático-estadístico, el Imperial College de Londres en su crítica (marzo, 2020) al gobierno británico por su débil  política y accionar de mitigación y de “inmunización de rebaño” para enfrentar la “pandemia inducida” (al priorizar lo económico ante lo social), detalla que la cantidad estimada de contagiados para la Gran Bretaña podría alcanzar a 80% de la población y consecuentemente la mortalidad sería de  510.000 habitantes. Agregando que para el caso de Estados Unidos que ha retardado la aplicación de medidas de supresión, dicha estimación se ubica en 1.200.000 personas.

Sea oportuno recalcar la postura actual del gobierno mexicano basándose en la experiencia propia del país (que data del año 2009 a raíz del AH1N1), que obligó la declaración de un estado de emergencia sanitaria. Por ende se considera que aún se aplique el plan más estricto para combatir el coronavirus, igualmente se producirá el impacto negativo esperado en lo social pero también en lo económico, por lo  cual la estrategia de contingencia tratará de no afectar al sistema económico del país con una paralización de actividades, al igual que hacer hincapié en un plan comunicacional que neutralice la natural reacción de miedo y pánico de la población en situaciones de riesgo mortal inminente.

Lo cierto del caso es que así se apliquen medidas de mitigación, supresión o no se haga nada, estos estadísticos que representan un costo significativo de fatalidad para la población mundial en general, en realidad no son tan altos, alarmantes e impactantes como los que se reflejan con el aborto, el hambre, la mortalidad en general y la crisis alimentaria en el mundo; y que no generan la preocupación y pánico  colectivo mundial por parte de los gobiernos, las empresas y la población. A manera de ilustración la siguiente fábula:

“Se encuentra el labriego con la peste y pregunta: ¿peste adónde vas? Contesta: voy para Bagdad a matar a 500 personas. Luego vuelven a encontrarse y el labriego le dice a la peste: mentirosa, me dijiste que ibas a Bagdad a matar a 500 personas pero mataste a 5.000. La peste responde: maté a 500 personas, las demás murieron de miedo”.

Entretanto, lo que representa 45% del total es ilegal, inmoral, cruel, inhumano y contraria a los mandamientos de la ley de Dios. Cada año se realizan 25 millones de abortos en el mundo. Además, 23.000 mujeres perecen por complicaciones en el parto.  Asimismo, cada 5 segundos muere un niño por hambre y desnutrición, lo que equivale a 6,3 millones de menores de 15 años. Destacan 2 aspectos interrelacionados con los anteriores: i) la crisis alimentaria que padece la población mundial (que supera con creces los 100 millones de habitantes); y ii) las principales causas de mortandad en el mundo, entre ellas la infección de las vías respiratorias (con más de 3 millones de personas fallecidas por año). Fuente: organismos internacionales como la OMS, la FAO, Unicef, la División de Población de las Naciones Unidas y el Banco Mundial, entre otras.

No existe ninguna contrariedad entre la ciencia y la espiritualidad, por lo que es más que evidente que esta pandemia es inducida. El diagnóstico y solución favorable a esta tribulación se sustentan en las Sagradas Escrituras. Todo daño (traducido en hambruna, guerra o epidemia) se deriva de su quebrantamiento continuado, por ende, la conversión es más que necesaria, lo que obliga o motiva a usar el tiempo de la cuarentena con el fin de orar y  hacer un examen de conciencia para rectificar, lo que significa en la práctica cumplir (por ejemplo) con el mensaje de Jonás 3, 1-10: “¡Quién sabe si Dios cambiará y se comparecerá!

Finalmente, recomiendan que se debe acopiar alimentos, tomar medidas de prevención y estar encerrados en nuestros hogares (resulta sensato y razonable). Sin embargo, los pobres y más vulnerables (sin poder adquisitivo y sistema de salud efectivo) no lo podrán hacer,  y muchos necesitan que les hablen de Dios, que les den esperanza, que les den algo de comer, que los ayuden en todo caso a bien morir”. Pero “de cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos, mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis…” (Mateo 25, 31-46).

Fuente: “Perspectiva Económica y Académica Contemporánea”. UNET. Años: 2018-2020. [email protected]

@tipsaldia


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