El covid-19 le ha dado, sin duda, un sacudón a nuestro planeta y a nuestra manera de actuar en su vasta dimensión. Por primera vez se registra en la humanidad un fenómeno que prácticamente nos horizontaliza, que nos atañe a todos, que asusta por igual a los que están en primera línea padeciendo su agresión; como a los que están luchando desde las trincheras contra el enemigo del que hay que aprenderlo todo para tratar de llegar a conclusiones ciertas de cómo sobrevivir.

Desde la retaguardia, pienso en la sensación que deben haber tenido los londinenses, como una de las miles de referencias posibles en la historia, cuando durante la Segunda Guerra Mundial fueron bombardeados por más de 300 días consecutivos por los aviones de la temible Luftwaffe . Vivian en la incertidumbre permanente, trataban de hacer una vida normal esperando que el golpe de esa noche no cayera sobre sus cabezas, sus hogares. Sus vidas y la de los suyos. Los cascos, al igual que los tapabocas de hoy, no eran suficientes para garantizar que ya no habría futuro.

Sin duda, esta realidad nos ha colocado en una dimensión totalmente distinta que nos obliga, entre otras cosas, a trabajar por revertir una verdad que en definitiva no está en las manos de uno, no de pocos, ni de países desarrollados o en desarrollo. Estamos ante un nuevo reto que obliga a la unión, cooperación, a trabajar como un equipo. A dejar atrás asperezas y diferencias. Nadie está a salvo, todos tenemos una ficha de entrada hasta tanto se encuentre una vacuna, se conozca la dimensión real del enemigo que nos acecha.

Si coincidimos en esta ultima afirmación, pues no nos queda otra que fortalecernos como unidades y trabajar en conjunto con las otras. Todos los países, ciudades, comunidades e individuos somos importantes en la creación del clúster que permitirá la creación de una cadena indestructible. El golpe ha sido duro, sorpresivo. Las cifras en Europa, China y Estados Unidos inimaginables. En la guerra de Vietnam, Estados Unidos perdió en casi 10 años de feroces combates menos de los que hoy en 2 meses de pandemia han muerto en su territorio como consecuencia del coronavirus. Quien en su sano juicio, apenas en la última Navidad, se imaginaba un giro tan sorprendente. Pero llegó y no tiene por qué quedarse. Nos abre una oportunidad para replantearnos la nueva vida que se merece el planeta y la que nos corresponde a cada uno de nosotros como individuos. Tiempos sin duda para nuevas prioridades.

Entre otras, trabajar multilateralmente. Fortalecer las instituciones de los sistemas de integración planetaria y regional. El mundo necesita mayor coherencia en sus instituciones, pero también las requiere más fuertes. Los organismos Internacionales son una pieza clave para luchar contra esta pandemia, por una parte; pero, además, la oportunidad para fortalecer un sistema global de alertas tempranas, de respuestas inmediatas y control de daños para evitar que situaciones como estas se desarrollen bajo la responsabilidad o el peso de un solo país.

Estos organismos son la oportunidad para enseñarnos buenas prácticas, nuevos enfoques y cómo accionar ante nuevas crisis. La improvisación nacional, los errores y políticas equivocadas no pueden quedar en manos de burocracias incapacitadas o sin formación para enfrentar situaciones como esta. No hay nación suficientemente poderosa para individualmente señalar un camino ante la gravedad de desastres naturales que confronte el planeta.

Gran oportunidad para que la dirigencia mundial reciba esta dolorosa alerta temprana en su debida proporción.


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