La pandemia  ciertamente la genera un virus pero la padecemos los seres humanos que  somos sus víctimas, absolutamente indefensas sujetos a vaivenes de factores que desconocemos y poco podemos controlar.

Es por eso que los humanos que a nivel individual, grupal, nacional o universal sobrellevamos los rigores que impone un encierro imprevisto con el subproducto del impacto económico aun no suficientemente evaluado, comenzamos ya a exteriorizar las reacciones cuya aparición no era difícil de anticipar.

Ya ha comenzado la atribución de culpas desde quienes encuentran motivos para atribuírsela a los chinos a quienes algunos responsabilizan fundados en supuestos experimentos y planes de dominación mundial,  hasta los muchos que arremeten contra las dirigencias de sus respectivos países acusándolas de una mala gestión de la emergencia basándose en dramáticas cifras de infectados y fallecidos cuya contabilización produce escalofríos. De paso, es de notar que cuanto más democráticos sean los gobiernos más negativas son las estadísticas, lo cual al menos permite sospechar que la transparencia informativa es la que permite que se sepa cuál es la realidad, mientras que en lugares donde ni la democracia ni la transparencia son la regla resulta que los contagios son menores, se contienen con mayor éxito y dicen avizorar una flexibilización de las restricciones establecidas.

Sin embargo, parece generalizada la percepción de que nadie –ni los más desarrollados- estaban preparados para una emergencia de esta magnitud. La culpa de ello se atribuye a mala planificación, falta de preparación, falta de recursos, politización del evento, corrupción y cuantas más causales puedan traerse a colación para desviar los dedos acusadores.

En Venezuela –como era de esperarse- quienes planifican y administran el sistema de sanidad apuntan a la existencia de sanciones internacionales como si las mismas hubieran aparecido justamente ahora a causa de un complot mundial en contra de la usurpación que desde hace dos décadas dejó de lado todo atisbo de desempeño democrático interno y conducta internacional compatible con los principios básicos de la convivencia entre naciones. Valga recordar que toda sanción que se ha aplicado a Venezuela y a algunos de sus dirigentes, exceptúa expresamente la provisión de alimentos y medicinas.

Esta es también la hora cuando el manejo de cifras se convierte en el arte de hacerles decir a ellas lo que más convenga. En Venezuela, por ejemplo, se reportan pocos contagios. En  Europa y Estados Unidos los despistajes se han practicado por centenas de miles y por eso la detección de casos es tan significativas sin perjuicio de algunas otras razones que hayan podido afectar negativamente a esas zonas del mundo. En todo caso, parece evidente que el aislamiento social expresado en la cuarentena ha sido más exitoso cuanto más temprano se haya exigido (Corea del Sur, República Checa, etc.) El impacto ha sido peor cuando la necesidad política de los gobiernos requirió minimizar lo sanitario y considerar la necesidad de proteger la economía (Estados Unidos y México al principio, y luego Brasil, cuyo jefe de Estado se conduce en una irresponsabilidad rayana en la negligencia dolosa o la insania mental).

Venezuela ha tenido la “suerte” de encontrarse desde hace meses en un estado de aislamiento del intercambio internacional de personas como consecuencia de la supresión de viajes internacionales como resultado de alienantes políticas en materia de viajes aéreos internacionales. Sin embargo, en estos mismos días quienes dicen promover un gobierno humanista han resuelto cerrar las fronteras inclusive para nacionales que llegan regresando de un ya doloroso exilio. Con ese nuevo elemento más la mejora en la detección de casos sería muy malo tener que afrontar un panorama sanitario peor al existente.

Lo que sí pudiera hacerse es disminuir la pugnacidad que genera la polarización política. De allí pues que la necesidad de convenir en un gobierno de emergencia nacional sea evidente aun cuando ello implique concesiones que en otra circunstancia serían inadmisibles. No parece razonable que la usurpación se dé el lujo de rechazar o demorar ayuda humanitaria internacional para sacar provecho político a la situación. Tampoco vemos como útil la posición inflexible de quienes por no querer dialogar con la usurpación prefieren no convenir en la necesidad de que todos empujemos hacia un mismo lado. No se trata de ser “comeflores” ni ingenuos sino en dar prioridad a estar vivos como condición previa para seguir luchando por nuestros ideales.

En todo caso, la situación política y económica de quienes aún controlan la administración pública nunca ha sido más débil, por lo que no luce utópico esperar una implosión. ¿Cuando ella ocurra seguiremos peleando por parcelas o habrá la grandeza para empujar juntos? Gran interrogante que tiene partidarios en una y otra vertiente.


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