El dios romano Jano representa la transición de un plano a otro, la puerta, el pasaje a nuevos estadios, no necesariamente malos, tampoco tienen que ser buenos, allí otra característica propia de esa naturaleza dual de la deidad, sus ambas caras o dimensiones que acompañan a cada principio, a cada tiempo, por lo que no en vano es en su nombre que se ha nombrado el primer mes con que iniciamos cada año.

A pesar de que era imposible para nosotros saberlo el primer día de 2020, incluso antes de la celebración del Año Nuevo chino que esta vez correspondió al de la rata y cuya celebración ya se había suspendido en muchas provincias de China, este año marcará un antes y un después en la historia de la humanidad. No solo respecto del gran número de personas infectadas y que han fallecido, o las que seguirán infectándose y falleciendo, lo cual es muy lamentable, sino por otros graves peligros que nos acechan, como son los riesgos de perder nuestras más elementales libertades y las instituciones democráticas que están llamadas a garantizar y proteger a las primeras, o que por lo menos en ello justifican su existencia y la del Estado mismo.

Fui invitado para el día de hoy (24/04/2020) por parte de los amigos de Universitas Fundación[1], una plataforma enseñanza virtual y divulgación de conocimiento jurídico, para que hiciera una breve exposición relacionada con la pandemia del coronavirus covid-19 y que de alguna manera se vinculase con la condición del Estado de Derecho, y cómo se vería afectado, llegando a mi mente nada distinto de cómo los regímenes totalitarios del orbe se están viendo favorecidos con esta general afectación y cómo se utilizará para racionalizar y justificar sus desmanes.

Desde siempre, las pestes y epidemias que han azotado a la humanidad, más allá de su atención desde la ciencia médica y los conocimientos que analizan estos fenómenos y que son absolutamente a nuestras áreas de estudio, ellas han tenido grandes efectos en el orden económico, moral, cultural, jurídico, entre muchos otros de la sociedades que las han padecido. Son comunes en estos acontecimientos que elementos de poder aprovechen el argumento de indicar que tales males no eran más que castigos por parte de los dioses ante las indebidas conductas de quienes hacen vida en la sociedad. Así achacan a grupos que le resultaren incómodos o desagradables la responsabilidad de las penurias padecidas y de esa manera proceder, sea como castigo, expiación u ofrenda, sacrificios, principalmente de los considerados responsables, como lo fueron por ejemplo las masacres masivas de comunidades judías a finales del siglo XIV, señaladas como responsables de la peste negra. El resultado fue cientos de sus miembros lanzados a la hoguera, práctica de gran uso durante la inquisición y que tuvo gran influencia en la idea del derecho, más específicamente del derecho procesal y que en la actualidad mantiene algunos vestigios, pero no es ese el tema que hoy nos reúne, prosigamos.

Muchos hechos son harto conocidos sobre el coronavirus covid-19, no obstante ello, hay unos que no podemos dejar de recalcar cada vez que se pueda.

Li Wenliang fue el médico chino que el 30 de diciembre de 2019 efectuaba tempranas advertencias sobre la presencia del virus; el régimen totalitario chino con uso de la fuerza pública, la policía de Wuhan, lo acalló y reprimió por haber “esparcido rumores en línea” y “severa alteración del orden social”. Indicaron que ninguna organización o individuo podía emitir información sin autorización, obligándolo incluso a suscribir un documento mediante el cual declaraba que eran falsas sus declaraciones.

El doctor Li Wenliang se infectó con el coronavirus, el 12 de enero de 2020 ingresó en el hospital y falleció el 7 de febrero. Recientemente, el gobierno central chino manifestó que la actuación de las autoridades regionales no fueron las más apropiadas, pero como siempre ocurre con los regímenes totalitarios, estas no son más que comunes prácticas para intentar argumentativamente evadir toda responsabilidad al indicar que fue una autoridad no central la que trató indebidamente al doctor, cuando en la realidad se está ante todo un sistema totalitario que hace uso de tales estratagemas argumentativas y retóricas: baste ver los casos de Cuba, Venezuela y sus acólitos.

Actualmente observamos y se nos  presenta en los medios  de comunicación y redes sociales, además de fenómenos propios de la llamada “infodemia” que merece especial tratamiento en otro artículo, ejemplos de cómo las tecnologías de la información y comunicación  tienen un importante papel en las tareas de prevención de la expansión de virus en las que son de gran importancia las medidas de cuarentena, distanciamiento social y más específicamente la práctica de pruebas de detección de la infección y el seguimiento de las personas a las que se les realiza.

No es desconocido y debemos tener presente que si bien prácticamente casi la totalidad de estos fenómenos como catástrofes y epidemias ocurren de manera imprevista, siempre habrá intentos y acciones en los que se utilicen como justificación o más bien racionalización de actuaciones y  posturas ideológicas o políticas, por lo general por parte de agentes de poder con vocación totalitaria; baste recordar episodios como los ocurridos durante la mencionada peste negra, en la que como es propio de esta clase de actores mediante el recurso a la falacia de falso dilema y sesgo de confirmación se señalaron como responsables a quienes se consideraban pecadores, infieles o herejes; imputaciones que llevaron a la hoguera y más aún acallaron y continúan haciéndolo, a cientos, a miles, a millones de personas, práctica que salvando las diferencias propias del tiempo no son muy distintas hoy con el covid-19 cuando observamos entre la lista de clásicos pecados, además de la ancestral apostasía de los principales credos, nuevos pecados, o no tan nuevos, como el capitalismo, el comunismo, el socialismo, aquellos que atribuyen la ocurrencia de la epidemia a prácticas alimenticias que más allá de la preparación e ingesta de fauna que llamaremos exótica o el apartarse del vegetarianismo y más recientemente del veganismo, y qué decir de quienes incluso lo relacionan con teorías conspirativas de toda índole como la manifiesta intención de iniciar la quinta guerra mundial, la implementación de plataformas de telecomunicaciones de 5ta Generación, la de un nuevo orden político mundial y hasta teorías sobre machismo y violencia de género se han escuchado como causantes de este fenómeno, pero que más allá de la genuina racionalidad que puedan tener los planteamientos que nos invitan a su particular desarrollo, lo que nos interesa aquí destacar es la idea que tenemos del uso de los medios para la detección de la infección, evitar su propagación y el potencial tratamiento se encuentra íntimamente relacionado el uso de las actuales tecnologías de información y comunicación, Internet, los teléfonos inteligentes y sus aplicaciones, redes sociales y los datos utilizados, lo que nos obliga a efectuar reflexiones mucho más allá de su utilización, tanto ahora como luego de superada la pandemia, que como ha ocurrido con todas las pestes anteriores, esta también pasará.

Desde millones de cámaras de vigilancia con reconocimiento facial y medición de temperatura corporal, hasta prestaciones de geolocalización instaladas en nuestros teléfonos, y nada impide que puedan ser injertados en nuestros cuerpos, además de que toda nuestra información más allá de la que sea inteligible en nuestros dispositivos, pero también toda aquella relativa a nuestra actividad biológica, y por qué no, nuestra actividad cerebral y su contenido, podrá y puede ser utilizada con la finalidad expuesta por las autoridades que atienden la pandemia el salvaguardar y preservar el bien común, el interés general con el que históricamente, aunque recientemente con mucha más insistencia, se han instalado y sostenido regímenes de corte totalitario que contrariamente a lo que postulan, trasgreden toda clase de derechos y libertades, por lo que el apoyarse en dichas tecnologías les resulta absolutamente favorable al no tener que recurrir a la tradicional violencia física que en otros tiempos era la más eficaz para sus fines. No necesariamente por razones de humanismo valga decir, sino que tiene otras formas más sofisticadas de hacerlo, que no dejan de ser igualmente otras formas de violencia ya que aun inconscientemente y sin recurrir al dolor físico, quiebran la voluntad de la víctima de maneras que seguramente asombrarían al propio Orwell.

Tanto para la superación del coronavirus como para las nuevas formas de intercambio social poscovid-19 que habremos de adoptar, juegan y jugarán un papel preponderante las tecnologías, especialmente aquellas cercanas al individuo, y que más cercano que esos temibles artefactos que se han convertido en extensión de nosotros mismos como los “teléfonos inteligentes” que contienen cada vez más detalles íntimos de nuestro ser, incluso información que nosotros mismos desconocemos, lo cual hacen a través de las siempre presentes aplicaciones, las famosas “Apps”, y qué decir de las “SuperApps”, lo que nos obliga a destinar especial atención a aspectos de protección y garantía de la identidad y privacidad digital, así como el celo que debemos tener por la seguridad de los datos vinculados como usuarios, no solo ante su potenciales mayores violadores como lo son los Estados, sino también frente otros agentes de poder ideológico, político, económico o social, aspectos que nos obligan a enfocar nuestros esfuerzos en analizar la cada vez más necesaria implementación de redes y sistemas distribuidos que puedan ofrecer de manera tanto transparencia como garantía de privacidad de las comunicaciones y donde pudieran encontrar gran penetración las cada vez más elaboradas “apps” y “Superapps”.

Indudablemente que la reciente pandemia y las tecnologías existentes constituyen un gran atractivo para los regímenes despóticos del mundo, tanto para hacerse de argumentos para racionalizar sus desmanes, como para instaurar sistemas tecnológicos de control social que posibiliten una supervigilancia y formas de influir y quebrar la voluntad de los ciudadanos de maneras más sutiles pero igualmente violentas, lo que a la postre pudiera resultar en plataformas de absolutismos tecnológicos “white label”, una suerte de “despotismo como servicio” fácilmente adaptables a las particulares formas de estados policiales 3.0.

En la misma manera que debemos entender que la libertad de prensa y de expresión constituyen libertades privilegiadas y que no pueden concebirse únicamente en poder transmitir  las ideas mediante expresiones sino que abarca también toda clase de información y en especial derecho al acceso a la información pública toda vez que son los poderes públicos los que han de estar ante el permanente escrutinio de la sociedad civil, toda la información y todos datos relativos a los ciudadanos podemos, sin duda alguna, afirmar que son naturalmente ingobernables, por lo que no debemos jamás aceptar ninguna actuación que permita la implementación de lo que podríamos catalogar como neototalitarismos digitales y reafirmar en todos los espacios, ahora en los inmateriales propios de estas tecnologías nuestra vocación y propensión hacia la idea de libertad.

[1] www.universitasfundacion.com


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