• Si los “antivacunas” pueden optar por no vacunarse, necesitamos evitar la asimetría moral de que arriesgan nuestras vidas y no podemos impedirlo
  • Para regresar a la normalidad es imperativo que la mayoría de la población mundial participe en la vacunación y esto no va a ocurrir, de modo que vamos a necesitar un documento simple antifraude, como un pasaporte
  • En Estados Unidos la renuencia a vacunarse por las dos terceras partes del Partido Republicano ha adquirido ribetes políticos increíbles que parecieran relacionados con el poder del “culto a la ignorancia”

El mundo, en especial los países más desarrollados, están a punto de entrar en una nueva fase de la pandemia; la vacuna que salva vidas. En mayo, según los expertos, la mayoría de los que quieran vacunarse las podrán recibir. El problema es que un alto porcentaje de la población mundial aún necesita ser persuadido de aceptar la vacunación. Líderes mundiales y expertos en salud del mundo creen que los meses venideros serán tan o más confusos que los precedentes y se preparan para enfrentarlo. Para que la vida del planeta y la economía regresen a la normalidad es un imperativo que la mayoría de la población mundial participe en la vacunación y esto no va a ocurrir.

Mucho antes de la pandemia del covid-19, un gran porcentaje de estadounidenses ha desconfiado de las vacunas. A principios de 2020, hasta un tercio de los padres estadounidenses retrasaron intencionalmente o se saltaron las vacunas para sus hijos. Rechazar una tecnología que salva vidas de una pandemia y que ya ha sacrificado a más americanos que todas las guerras del siglo pasado luce irracional.

Se espera que la próxima fase de esta crisis sanitaria va a resultar de la incapacidad de los gobiernos para constreñir a sus poblaciones a vacunarse de modo que nos encaminamos a una realidad que ya existe. Cualquiera tiene derecho a intoxicarse con alcohol, pero no tiene derecho a matarnos conduciendo un automóvil. ¿Tenemos derecho a salir a la calle sin que nos contagien; pero, ¿tienen otros derechos a no vacunarse? Los antivacunas son como conductores ebrios, no podemos obligarlos a vacunarse. ¿Estamos atrapados por una minoría peligrosa e ignorante con capacidad de arruinar nuestra vida en sociedad?

El poder político de la ignorancia

En Estados Unidos la renuencia a vacunarse ha adquirido ribetes políticos porque surgió al calor de un año electoral controversial y en el ejercicio de la presidencia estaba un hombre que se negó obstinadamente a reconocer la crisis sanitaria, bien por su inconveniencia política o por su negación a la ciencia. La inconveniencia política fue exacerbada por un fenómeno que el mundo moderno ha desestimado, la ignorancia. Una energía presente en toda comunidad humana organizada que ha devenido es un gran poder político, especialmente en Estados Unidos, donde el sistema indirecto de elección les abrió las puertas. Seis presidentes en la historia de Estados Unidos, incluido Trump, han sido electos con el voto popular minoritario.

Estados Unidos es un modelo complejo de esta situación. En el país más desarrollado del mundo y más avanzado científica y tecnológicamente del planeta, según una encuesta de CBS, la mayoría de los miembros del Partido Republicano rechaza la vacuna anticovid-19. Muchos de los republicanos encuestados citaron la ‘desconfianza en el gobierno’ como una razón para no vacunarse. Les preocupa que las vacunas se hayan producido demasiado rápido. Colbert, el conocido showman de la cadena de TV NBC, trató de exhortarlos a vacunarse con humor: “¡Vamos, republicanos! La vacuna se produjo rápidamente porque la ciencia abandonó todo para concentrarse en los ensayos clínicos. No se van ustedes a parar frente a su casa en llamas para reclamarles a los bomberos: ‘Espere, espere, ustedes llegaron aquí sospechosamente rápido’”.

El “culto a la ignorancia” 

Lo hemos dicho antes, pero es necesario repetirlo. El culto a la ignorancia es la reverencia popular al no-conocer, una forma de “antiintelectualismo o antielitismo”, que adquiere otras formas como igualitarismo, pluralismo o populismo. La influencia en Estados Unidos de estas corrientes antiintelectualistas es tan normal que el rechazo al elitismo conlleva una resonancia de “muy educada” y esta, asociada a “impopular”. Paradójicamente, en el país más avanzado del mundo, gracias a una clase “elitista” que ha obtenido la mitad de todos los premios Nobel de Ciencia y Tecnología de la historia, el “culto a la ignorancia” corre paralelo a este enorme desarrollo. El profesor y escritor Isaac Asimov explica este fenómeno así: “Un aspecto triste de la vida contemporánea es que la ciencia acumula conocimientos mucho más rápido que el tiempo que la sociedad tiene para educarse”.

Políticos conservadores educados han identificado a esta gran masa americana ignorante que, rezagada en el tiempo, se encuentra esparcida en esas enormes extensiones de tierras entre las dos costas del Atlántico y el Pacífico, al este y oeste del Mississippi, no muy lejos culturalmente a aquellos puritanos que llegaron a América en el siglo XVII huyendo de las persecuciones religiosas de Europa.  Esta comunidad ha devenido en materia prima de las ideas republicanas que organizadas, se les inoculó recientemente la idea de que el neoyorquino Donald Trump representaba el más puro cristianismo calvinismo-protestante, la supremacía blanca y la redención de la corrupción imperante en Washington. En Estados Unidos, cinco estados de la Unión han presentado los últimos dos años proyectos con la propuesta de imponer en las escuelas la teoría “creacionista” del mundo formado en 7 días. 31% de los americanos está convencido de que el hombre ha existido desde Adán y Eva en la misma forma actual. La revista National Review Law asegura que esta tendencia americana hacia el “creacionismo”, junto con la postura “anticiencia”, creció exponencialmente con la llegada de Donald Trump. Irónicamente, grupos republicanos ven  a estas comunidades, y ellas a sí mismas, como «supremacistas», solo porque tiene la piel blanca.

El “culto a la ignorancia” no es pues una conjetura, es una realidad que se manifiesta en forma concreta, en mayor o menor grado, en todas las sociedades. En Venezuela, un país que presumía de instituciones democráticas sólidas, una masa ignorante, desestimada y olvidada por los líderes demócratas, fue organizada por un demagogo uniformado y la incrustó en el poder y, por alguna misteriosa razón, la promisoria generación opositora que desplazó a los próceres fundadores de la democracia venezolana, no han podido deshacer este entuerto en más de 20 años de prueba y error.

El cisma republicano

Como era previsible, el Viejo Gran Partido (GOP) está en vías de dividirse y lo más probable es que Donald Trump se quede con la parte de león, es decir, el “culto a la ignorancia”, descrita por Asimov  como esa corriente constante que se ha abierto paso a través de nuestra vida política y cultural”. Líderes de este desgarre trumpista están persuadidos de que “nuestra ignorancia es tan buena como tu conocimiento” y la mejor manera que han encontrado para sobrevivir es contener lo que parece irremediable, la tendencia política-social de Estados Unidos hacia la diversidad étnica y en consecuencia el rezago de la etnicidad blanca. Con el propósito de detener esta demoledora rueda del progreso, los republicanos han modificado los límites de los distritos electorales para dividir o excluir a grupos étnicos diferentes a los blancos. Igualmente han multiplicado proyectos de leyes en legislaturas de los estados, a fin de represar por todos los medios, el voto de afroamericanos, de latinos y asiáticos que en las pasadas elecciones le dieron el triunfo a Joe Biden en estados como Georgia, Pennsylvania, Michigan y Minnesota. El «fraude», al cual apelan con desesperación, negado por más de 60 tribunales y la CSJ, es en realidad un eufemismo republicanista que le niega legitimidad al voto de afroamericanos. No lo expresan porque es políticamente incorrecto. Esta semana, un supremacista blanco, en extremo confundido, acabó con la vida de 8 mujeres, 6 eran de origen asiático y un latino. Trump y otros republicanos llaman al covid-19, el “virus chino”.

La ley, aprobada por la Cámara de Representantes, que provee a los Dreamers de una vía hacia la ciudadanía, es parte de esta marcha hacia el progreso y la justicia igualitaria que los republicanos luchan desaforadamente por detener. Los Dreamers son jóvenes que siendo menores de edad acompañaron a sus padres a ingresar ilegalmente a Estados Unidos. Muchos no hablan otro idioma que el inglés y no conocen el país de sus orígenes. Obama les otorgó un estatus legal temporal que los republicanos se negaron a formalizar y se empeñaron en devolverlos a un país que desconocen.

Ese empeño antinatura republicano nos evoca a Vargas Llosa: «El rechazo de lo real y lo posible, en nombre de lo imaginario y la quimera. Nadie la ha definido mejor que el poeta peruano Augusto Lunel, en las primeras líneas de su Manifiesto: ‘Estamos contra todas las leyes, empezando por la ley de gravedad'».

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