La aparición del covid-19 en China, en diciembre de 2019, y su declaración como  pandemia a partir de marzo de 2020, ha producido una crisis mundial de graves consecuencias en la salud y en la economía que podría transformarse en un impacto tan devastador, como fue el Crack de Nueva York de 1929, si los gobiernos no logran enfrentar el reto de modernizar sus estructuras sanitarias, productivas y sociales de manera eficiente y en el menor tiempo posible. Este reto ha sido asumido con un éxito importante en materia sanitaria mediante la realización de numerosos estudios científicos y la producción de nuevas vacunas, reduciendo sustancialmente la mortalidad y demostrando un permanente avance en la cura de la enfermedad. No obstante, este encomiable esfuerzo, la pandemia ha producido un triple efecto negativo en la economía mundial: disminución de los volúmenes de producción, interrupción en las cadenas de suministro y debilidad financiera en las empresas y mercados de valores, con una significativa pérdida de puestos de trabajo. Este último aspecto ha influido política y económicamente, de manera particular, en las grandes potencias. De allí que considere importante analizar, en varios artículos, las consecuencias de la pandemia en Estados Unidos, Rusia, China y la Unión Europea.

Iniciaré el análisis con Estados Unidos. Donald Trump, a principios del año 2020, parecía imposible de derrotar. Sus índices de aprobación mejoraban diariamente al presentar Estados Unidos la menor tasa de desempleo en medio siglo. Tres razones se han esgrimido para justificar su derrota electoral: el desplome de la economía, un liderazgo incierto en tiempos de crisis y su antipatía personal. La economía del país experimentó una fuerte contracción durante ese año cercana a -3,5%, más alta que el -2,5% ocurrido durante la Gran Recesión del año 2009, y solo superada por la de los años 1946 y 1932, que alcanzaron respectivamente -11,6%  y -12,9%. Sin embargo, la recesión del año 2020 pudo ser mayor de no haberse establecido los numerosos estímulos fiscales y monetarios establecidos por el gobierno republicano. En tan compleja situación, Donald Trump empezó a realizar imprudentes comentarios sobre la pandemia, generando un importante rechazo en la opinión pública. En verdad, su figura no fue realmente popular. El rating de aprobación, durante sus cuatro años de gobierno, fue menor a 50%. Para colmo, ante la ola de protestas tras la muerte del afroamericano George Floyd, exigió mano dura e intentó deslegitimarlas, evitando abordar sus causas y sin plantear la urgencia de un necesario diálogo.

En las elecciones del 3 de noviembre de 2020 votaron más estadounidenses que en cualquier otra votación presidencial, mostrando así su fe en el sistema democrático. Joe Biden obtuvo 81.283.786 votos (51,3%); Donald Trump alcanzó 74.222.552 votos (46,8%). Lamentablemente, la  actitud asumida por el presidente Trump de demandar la nulidad del resultado electoral por un supuesto fraude, sin presentar suficientes pruebas, y convocar a manifestaciones violentas de calle, las cuales provocaron el enfrentamiento en el Capitolio, opacaron el resultado electoral. No obstante, el Tribunal Supremo de Justicia, con absoluta independencia, rechazó dicha demanda en medio de una fuerte polémica, demostrando así el equilibrio de poderes existente en el régimen político estadounidense. El 14 de noviembre de 2020, el Colegio Electoral confirmó la elección de Joe Biden como el cuadragésimo sexto presidente de Estados Unidos, encargándose el 3 de enero de 2021. Su trayectoria lo presenta como un demócrata moderado, de amplia experiencia política obtenida en sus largos años como senador y en su desempeño como vicepresidente de la República. Acostumbrado a negociar, realizará, así lo creo, un gobierno discreto, orientado al diálogo, que superará el enfrentamiento existente en la sociedad norteamericana.

De inmediato, emitió 31 órdenes ejecutivas. La mayoría de esos decretos orientan su gobierno hacia políticas más progresistas, dejando a un lado las prioridades de su predecesor. De todas maneras, su acción de gobierno exigirá hábiles negociaciones en el Congreso con el Partido Republicano debido a la muy estrecha mayoría que tienen los demócratas, muy diferente a la sólida mayoría que tuvo en su gobierno Franklin D. Roosevelt. Aunque la polarización en el Congreso ha obligado al presidente Biden a aceptar que los cambios no llegarán con la rapidez que desearía, la Casa Blanca ha insistido en su sentido de urgencia, especialmente en lo relativo a la campaña de vacunación contra el covid-19 y en el rescate de la economía. En el plano internacional, su gobierno ha tomado ya un conjunto de medidas importantes: aprobó el regreso de Estados Unidos al Acuerdo de París sobre el clima y a la Organización Mundial de la Salud; ofreció a sus aliados que su gobierno se implicaría nuevamente en la escena mundial; revocó los permisos para la construcción del Oleoducto Keystone XL, obra fuertemente criticada por activistas del medio ambiente y grupos nativos  americanos; y anunció que Estados Unidos dejaría de apoyar los bombardeos dirigidos por Arabia Saudita en Yemen. En definitiva, un nuevo gobierno, con una política diferente, que tiene el reto de fortalecer la paz del mundo y la defensa de los derechos humanos.

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