La vida de la sociedad árabe ha sido marcada por el dominio de los otomanos, que se remonta al inicio del siglo XVI cuando el sultán Salim I tomó Alepo y conquistó Siria, y duró hasta inicios del siglo XX, al finalizar la Primera Guerra Mundial. También han ejercido efecto los imperialismos europeos, específicamente francés e inglés, y desde mediados del siglo XX, la presencia del poderío estadounidense. La política y,  por ende, las concepciones sobre el ejercicio del poder y el gobierno en general sobre las sociedades árabes en los últimos cinco siglos, han sido marcadas por el control de potencias extranjeras. Los imperios dominantes han tenido un impacto fundamental para la definición de las propias identidades políticas y de sus proyectos colectivos.

Al principio del siglo XIX y en pleno dominio otomano, nacen movimientos reformistas políticos que favorecen la conformación de un nuevo clima intelectual en el mundo árabe. En Egipto, Líbano y Siria aparece Al Nahda  (النهضة) como un renacimiento cultural para retomar y reforzar el vínculo lingüístico árabe, que propicia el inicio de movimientos federalistas y la fundación de los nuevos partidos, da origen y va “creando una conciencia árabe dentro del Imperio Otomano”, es el nacimiento del panarabismo. Y cuando es derrotado el Imperio otomano al inicio del pasado siglo, la aparición de distintos tipos de gobiernos, así como la ocupación de grandes e importantes regiones divididas arbitrariamente por parte de los imperios británico y francés, dieron origen al desarrollo de los nuevos nacionalismos, así como al resurgimiento y desarrollo del ideal panarabista, un noble proyecto histórico de unificación del “pueblo árabe”, con intención de eliminar las fronteras establecidas en la región por los imperialismos europeo. El deseo era “levantar una nueva gran comunidad socio-económica árabe, que fuera protagonista de un proceso de modernización de la sociedad, enlazado con el fortalecimiento de una comunidad nacional, que se articulara entre la identidad árabe y las identidades locales”. (Rogan, Eugene L., “Los árabes: del Imperio Otomano a la actualidad”, España, 2010).

En el período comprendido entre el ocaso de dominio otomano después de la Primera Guerra Mundial, y hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, se presentaron pugnas ideológicas en la sociedad política árabe bajo el dominio francés o inglés, entre los dirigentes defensores del panarabismo y por otro lado los defensores de los nacionalismo locales; además del desarrollo de las ideas socialistas y el resurgimiento de un moderado panislamismo. Estas pugnas de ideologías, todas contrarias al dominio extranjero, culminaron con el predominio del panarabismo. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, y la conformación de la Liga Árabe en 1945, surge en 1947, el Partido del Renacimiento Árabe Socialista (llamado Baaz también transcrito como Baath), como un partido panárabe, de carácter laico y socialista radical. Había sido fundado por los pensadores sirios Michel Aflaq y Salah Bitar en 1932 pero solo adquiere una personalidad política fuerte tras la Segunda Guerra Mundial. El Baaz tuvo un papel predominante en la divulgación y el predominio de la ideología panárabe, en especial en 1948,  luego de los primeros enfrentamientos de los países árabes con Israel por el conflicto palestino.

El proyecto panarabista logró mayor esplendor y se manifestó con más vigor tras la revolución egipcia de 1952, en la que Gamal Abdel Nasser derrocó al rey Faruq, abolió la monarquía constitucional, proclamando las repúblicas de Egipto y Sudán. Fue un gran triunfo para el panarabismo en la vida política de la región, consolidando los Estados nacionales vinculados con las revoluciones y el proceso de descolonización. (Ysrrael Camero, “La metamorfosis de una tensión límite de la modernidad política: el panarabismo y el panislamismo”, Universidad Central de Venezuela, Escuela de Economía, 2013).

Otro hecho trascendental de relevancia del panarabismo fue la creación de la República Árabe Unida (R.A.U.), Estado que nace de la unión de Egipto y Siria en enero de 1958, representadas por sus respectivos presidentes, Gamal Abdel Nasser, con su voluntad de crear una gran unión entre todos los países árabes, en el contexto del panarabismo emergente; y Shukri al-Kuwatli por Siria, demostrando un genuino espíritu integracionista al unirse y acepar ser parte de Egipto. Inmediatamente, en marzo del mismo año, Yemen se unió a la R.A.U., el conjunto tomó desde entonces el nombre de Estados Árabes Unidos (E.A.U.). Se presentó así geográficamente una interesante conjunción de tres países no fronterizos, a la espera de adhesiones para formar un gran espacio compacto geopolítico.

Esta unión duró tres años, se disolvió el 28 de septiembre de 1961, retornando los tres Estados a sus autonomías.

La separación de los Estados Árabes Unidos representó el inicio del debilitamiento del ideal del panarabismo como entidad sociopolítica. El ejercicio del poder en las naciones quedó en manos de las distintas élites nacionalistas. Y según Ayubi “El panarabismo fue un reactivo, más que un programa de acción, tratando siempre de responder a lo que se ha percibido como un desafío, sin reales muestras de esfuerzos para lograrlo”. (Ayubi, Nazih, “Política y sociedad en Oriente Próximo. La hipertrofia del estado árabe”, Barcelona, España, Edicions Bellaterra, 2000).

Las condiciones geopolíticamente estratégicas, sumadas a las riquezas petroleras de algunos  países del medio oriente, han sido siempre determinantes en sus políticas exteriores. Desde el fin de la segunda guerra mundial las dos potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética de entonces y la actual Rusia, han venido realizando grandes esfuerzos por lograr acercamientos  con los países árabes, sean o no grandes productores petroleros, y sin importar sus sistemas de gobierno, sean estos autocráticos, fundamentalistas o de cualquier tendencia. De igual manera, cada país árabe ha requerido el apoyo de alguna potencia y su respaldo para enfrentar los conflictos externos, bien sea con países vecinos o no. Así, actualmente, y luego de estrategias, conflictos, y hasta enfrentamientos bélicos que han tenido mayúsculos niveles desde el 2011 a raíz de la primavera árabe, existen dos bandos claramente diferenciables de países alineados con las potencias. Por un lado Arabia Saudita, los Emiratos Árabes y demás monarquías del Golfo, mantienen alianzas con Estados Unidos; por el otro, Irak, Siria y Egipto están del lado de Rusia. Esta división, estas posiciones de alineamiento de los países árabes con las potencias antagónicas, prevalece hoy sobre los lazos existentes históricamente en los pueblos árabes, que comparten idioma, religión, cultura y costumbres. Se podría afirmar que la situación actual indica, lamentablemente, que estamos más alejados que nunca de ese noble proyecto panarabista.


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