«Todos somos prisioneros de nuestros miedos, de nuestro pasado y de nuestro arbitrario concepto del bien y del mal «.

La frase no es mía, qué más quisiera yo. La pronuncia Cecilia Roth en un episodio de la serie El embarcadero.

Es bastante evidente que somos prisioneros de nuestros miedos. Unos más, otros menos. Hay gente muy miedosa, que evidentemente vive atenazada por cada circunstancia. Por lo general, son gente llena de inseguridades, incapaces de tomar una decisión sin darle mil vueltas al asunto, y que, cuando la tienen tomada, y analizando los posibles contras, reculan.

Luego estamos los miedosos moderados, que generalmente nos tomamos nuestro tiempo, y por último los que prueban como es de hondo el río con los dos pies.

Estos últimos, suelen ser protagonistas de los más rotundos éxitos o los más sonados fracasos, pero, como le cuenta el formidable actor Christopher Walken a su hijo -interpretado por Leo DiCaprio- en Atrápame si puedes, hacen de la leche mantequilla para no ahogarse y renacen de sus cenizas.

En cierta ocasión tuve la suerte de asistir a una conferencia de José María Ruiz-Mateos, en petit comitéRuiz-Mateos era un hombre preclaro, un empresario de raza.

Al margen de otras consideraciones legales, fue en su tiempo el mayor creador de empleo en España. Expoliado por la administración socialista en la figura del ministro de Hacienda Miguel Boyer, que acabó malvendiendo y desmantelando las empresas del holding Rumasa para dejar en la calle y sin indemnización a miles de trabajadores. Muy socialista el asunto.

En un país como España cuyos medios se han encargado de que las nuevas generaciones no sepan quién fue Miguel Ángel Blanco, hay que suponer que Ruiz-Mateos es sin duda polvo y paja.

Pero volvamos al tema.

Ruiz-Mateos nos explicó, en aquella ocasión, algo que le ocurrió cuando estaba tratando de sacar adelante su primera empresa, dedicada a exportar vino a Inglaterra.

Como el gran empresario que era, se dedicó a ponerse en contacto con potenciales clientes, principalmente mayoristas de la distribución de bebidas alcohólicas o empresas de restauración. Al parecer, cada una de estas empresas respondió a su misiva, unas en positivo y otras para agradecerle su interés. Todas, menos una.

Mientras desarrollaba su labor empresarial, Ruiz-Mateos siguió escribiendo a este potencial cliente semana tras semana. Para los millennials, aclararé que entonces la comunicación era por correo ordinario, en papel. Ya sé que resulta surrealista, pero los que nacimos en los sesenta y setenta del siglo pasado crecimos sin Internet, sin móvil y sin otra forma de comunicarnos que el teléfono de baquelita y la carta escrita. Y aquí estamos, oye. A ver si os lo hacéis mirar.

A lo que iba. Tal fue la insistencia de don José María, que finalmente su interlocutor acabó respondiendo, mediante una carta en la que decía que, evidentemente, alguien le había informado mal en su caso, ya que su profesión era dar clases en un instituto, pero, dada su insistencia, que le mandase una caja de diez botellas de ese vino, si esto era posible. Y que, por favor, no le escribiese más cartas.

En un país como España donde la envidia es deporte nacional, figuras como Ruiz-Mateos o como Amancio Ortega, dueño de Inditex, entre cuyas marcas se encuentra Zara, benefactor y mecenas de numerosas causas, están destinadas a tener más críticos que adeptos, a despertar más odios que afinidades y ciertos sectores de la sociedad, ciertas tendencias ideológicas, buscarán su destrucción, pues son la demostración de que con trabajo y esfuerzo, se puede llegar adonde uno se proponga y, a toda la casta de subvencionados de sofá que el gobierno de España promueve, no les gusta que les recuerden que hay más posibilidades que poner el cazo a cambio de un voto cada cuatro años y de que estén calladitos. Como decía Julio César, “al pueblo, pan y circo “.

Como dice Arturo Pérez-Reverte, en España siempre nos hemos sabido apuñalar de maravilla. Pero una cosa es eso, y otra, muy distinta, olvidar que sin la empresa privada, sin los empresarios, no hay empleo, y sin empleo no hay impuestos, y sin impuestos no hay dinero para nada, incluidas paguitas y subvenciones, y sueldos de algunos que con el dinero que generamos los 5 millones de trabajadores que seguimos sosteniendo España, se han mudado de Vallecas a Galapagar, tan ricamente.

Es de necios morder la mano que te da de comer. Es como cagar en la puerta de tu casa, aunque en el susodicho chalet de Galapagar los que deberíamos ir a cagar somos nosotros, que para eso le pagamos el papel higiénico.

Así que no olviden, cuando vayan a criticar a los empresarios, que su sueldo se genera porque alguien arriesgó su patrimonio, y mucho más, para crear empleo y generar riqueza. Y si usted es funcionario, su sueldo también lo paga la empresa privada, con sus impuestos.

Dejémonos ya de necedades y de retórica barata. Los puntos sobre las íes.

A trabajar.


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