Un palíndromo es una palabra, o una frase que se lee igual de derecho a izquierda. Un ejemplo “Dábale arroz a la zorra el abad”. Durante años los palíndromos fueron objeto de culto, reservado al ingenio de escritores incapaces de sustraerse al desafío de construirlos. Con el aliciente de insuflar, en la cárcel estilística elegida, algún sentido poético o incluso narrativo. El francés Georges Perec, hombre de talento e ingenio sin par, produjo El gran palíndromo de 1.247 palabras. Una muestra sin duda de “esprit”, muy disfrutable, pero incomprensible y, por supuesto, intraducible. Un palíndromo es un ejercicio de ingenio. No mucho más. Pero, estirando un poco la premisa de un palíndromo, se abren las puertas de lo insospechado. Si puedo leer en un sentido o en otro, estoy, de alguna forma lejana y etérea, recorriendo el tiempo en un sentido y en otro, estoy intercambiando el principio y el final, mientras el tramo intermedio queda intacto.

Christopher Nolan se dio a conocer al público en 2000 con un film que jugaba, a su manera con el tiempo. En Memento, la trama policial (un oscuro homicidio accidental que no lo era) estaba narrada desde el punto de vista de alguien que había perdido la memoria reciente, con lo cual el film funcionaba al revés, narrándose de atrás para adelante. Era, un buen palíndromo. Pero un policial es deudor de dos virtudes gemelas, y, en este caso, la eficacia palidecía ante el ingenio. A partir de ahí, la carrera de Nolan tomaría caminos divergentes. Un policial correcto (Insomnia)  y luego la trilogía de Batman (personaje que se había derrumbado en sucesivas entregas en los noventa) en la cual sobresalía El caballero de la noche en 2008. Junto a ellos, Nolan intercalaba títulos que se perdían en lo incomprensible.

Inception e Interstellar eran dramas astrofísicos en el fondo bastante tontos y confusos, pero su grandilocuencia y el llamado a los grandes temas del hombre le ganaron no pocos adeptos. Mucho más valiosa resultó Dunkerke, esa crónica del fracaso bélico inglés al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, fracasó, que paradojalmente, galvanizó la voluntad de resistir frente a la barbarie nazi. (Nolan, por cierto es inglés).

Tenet es una incursión (una más…) de Nolan en ese universo de borrones metafísicos y grandezas planetarias. En este caso se trata de un agente de la CIA, que, tras un operativo fallido en la Ópera de Kiev, topa con unas balas que poseen una “entropía negativa”, capaz de invertir el paso del tiempo. El protagonista, rápidamente entiende que un arma de ese calibre podría traer una catástrofe galáctica con lo cual, como sus antecesores de Inception e Interestelar se da a la tarea de poner las cosas en orden. Nolan se da de bruces entonces con el banal mundo de 2021 que, pandemia de por medio, ha cerrado las puertas a lo que sería el foro natural de un drama como el que nos plantea. Drama que, dado su paquidérmico peso específico, (¡hombre! Estamos hablando de la supervivencia de la galaxia frente a quienes quieren invertir el paso del tiempo), requiere de su foro natural: la sala de cine. Y el minúsculo mundo actual, indigno de un drama como el de Nolan y jaqueado por la pandemia, ha cambiado las magníficas salas oscuras, templo de feligreses de lo imaginario si lo hay, por unas diminutas pantallas de televisor o de tabletas que no le hacen honor a la propuesta del antedicho. Lo que queda es una película que busca atropellarnos, sepultarnos bajo una capa, espesa e imbatible de efectos especiales en los cuales una parte de la acción se mueve hacia la derecha y la otra hacia la izquierda. Un palíndromo sí, pero inflado por la voracidad de los tiempos que corren en un sentido y en otro, haciendo que la historia, si acaso la hubiera, se transforme en un sinsentido que entenderán los que se animen a verla por segunda o tercera vez. A veces menos es más. Esta es una de ellas.

TENET. Inglaterra-Estados Unidos. 2021. Director Christopher Nolan. Con John David Washington, Robert Pattison, Elisabeth Debicki, Michael Caine, Kenneth Branagh

 


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