Pocas veces la palabra encontró eco en la genialidad. En el despertar del discurso venezolano está Teodoro Petkoff, en primera fila. Su irreverencia para exponer de manera brillante sus ideas lo hicieron un hombre que condensaba su agudeza, con la fecundidad de dar vida a los sueños de redención. Hablamos de una de las inteligencias más notables del continente en las últimas ocho décadas. Su sendero lo marcó la defensa de los más desamparados, atrapados en la jauría de los olvidados, las dentelladas de los intereses chocaron con la piel áspera de un guerrero. Eso de pedir clemencia no estaba en su radar cromosómico, era una conducta de vida que iba más allá de una postura, significaba la lealtad al valor de conducirse apegado a lo que se cree. Hasta sus más enconados adversarios admiraban al visionario que atravesaba el desierto, sin dejarse someter por las inclemencias del naufragio político, sabía liberarse de las ponzoñas del escorpión, devenido en el falaz intrigante disfrazado de amigo. Muchos se le acercaron buscando luz para sus confusiones, sin comprender que los genios tienen su propio sistema solar, que dentro de ellos existen grandes rebeliones que solo su brillantez podrá someter. Para comprender al excepcional Teodoro Petkoff se tendrían que analizar tantos ángulos de su vida pródiga en aventuras fascinantes. Hablamos de uno de los venezolanos más brillantes de cualquier época, se adelantó a los tiempos. Enfrentó al imperio soviético al desnudarlo en la plaza pública del escenario internacional; la atrocidad de un régimen achispado de abusos, prepotente y cruel, quedaba expuesta por el valiente pensador que describía como pocos aquella mentira. Antes había mostrado la inutilidad de la lucha armada, como el craso error de ímpetus revueltos en las heces de la Revolución cubana. Teodoro era un viento huracanado que llevaba frescura al debate. Su genialidad como orador solo podía compararse con una forma de escribir tan meticulosamente profunda que podía hundirse en los abismos y salir impoluta. Fue un verdadero privilegio el haberlo conocido en nuestras primeras armas en la política. Sentimos orgullo cuando sufragamos por él: conociendo que no contábamos con opciones reales, las noches duaqueñas pegando afiches con la emoción de acompañar al hombre que marcaba con fuego un destino. Un pasajero de primera clase de la historia nacional, quienes lo odiaron eran odres viejos que contenían vino envenenado, siempre con los antiguos cuentos atascados en la alcantarilla. Cuánta falta hace en estos momentos cuando Venezuela sufre los desmanes de un gobierno corrompido.

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@alecambero


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