Aníbal Torres renunció al premierato, justo cuando el presidente Pedro Castillo tiene el agua hasta el cuello por las investigaciones en su contra. El que inició como ministro de Justicia deja una antología de frases que su sucesor ni ningún otro político debería calcar. No solo atribuyó una supuesta agenda golpista a la prensa y la oposición —como si la función de ambas fuera mecer al gobierno de turno, sobre todo ante los graves indicios de corrupción— sino que cayó en innumerables contradicciones y hasta expuso su devoción por el nazi Adolf Hitler y el fascista Benito Mussolini. Incluso desacreditó a las Fuerzas Armadas y a la Policía. Su paso por el Ejecutivo terminó representando un quiebre constante entre los poderes. Su salida no generaría mayor transición. Por los antecedentes de la administración chotana, se espera algo peor.

El conocido como «Aníbal Caníbal» en los fueros académicos, expuso desde el día uno su nociva radiografía del panorama político. Dijo que si se realizaba un golpe de Estado —denominación que le dio a la tirria que había contra un gobierno marxista-leninista y con indicios de estar vinculado a Sendero Luminoso— iba a correr mucha sangre en el país. El conductor Mario Bryce le recordó esta frase y, lejos de dar explicaciones, el titular del Minjus solo amplificó su volcánica postura: «A mí no me vas a atarantar. No, muchachito tonto». El irrespeto fue su carta de presentación. Por ejemplo, al presidente del Banco Central de Reserva, Julio Velarde, le dijo: “Es un gordito que dice cualquier disparate”.

Una vez mencionó que Vladimir Cerrón no tenía nada que ver con el gobierno de Pedro Castillo, pero luego le recomendó al presidente que se separe del secretario general de Perú Libre. Entonces, ¿el investigado por filiación al terrorismo tenía influencia o no? Nunca quedó claro. Lo que sí puso en bandeja fue su rapidez para cambiar de versión.

Al comienzo del gobierno señaló que no estaba a favor de la asamblea constituyente y que tampoco tenían planeado excarcelar a Antauro Humala. Su cambio en el primer caso fue bochornoso. No solo dijo que el cambio de la Constitución debía pasar por la reforma de justicia, sino que llegó a sustentar el proyecto ante el Congreso. Incluso la llamó “una salida a la crisis”. Lo mismo pasó con el etnocacerista. Primero ironizó: «Le pondré un auto para que se vaya». Meses después mostró su verdadero cariz. Tuvo a inicios de este año una reunión con un miembro de ese movimiento etnonacionalista y le dijo que la gestión castillense aún no ha olvidado al hermano de Ollanta Humala.

Torres también llegó a ser investigado por posible nepotismo. Se conoció que su hermano había contratado con el Estado. En ese mismo intervalo, volvió a referir que la vacancia al presidente es un golpe de Estado. Y para sellar la secuencia dijo: “Solo los imbéciles no cometen errores”. Desvelarse era como un credo que aplicaba a destiempo. Sus virajes eran muy notorios. Un día pasaba de señalar que el gobierno podía caer y al otro decía que todo en el Ejecutivo estaba sólido.

Entre sus declaraciones más inolvidables está la que hizo en un consejo de ministros en Huancayo. Durante su discurso elogió al nazi Adolf Hitler por su supuesta injerencia en la evolución urbana de Alemania. «A nadie se le juzga por sus buenas obras, sino por sus malas obras», dijo. Lo mismo mencionó sobre el fascista Benito Mussolini en Italia. “Hasta el criminal más avezado puede hacer obras positivas”, agregó.

También llamó “miserable” al cardenal Pedro Barreto. Cuando hubo escasez de pollo por el paro de transportistas exhortó a apostar por el pescado, dijo que las rondas campesinas son más efectivas que las Fuerzas Armadas y la Policía, llamó a Jaime Chincha en vivo para decirle que es un vulgar, y un largo etcétera.

Aníbal Torres a veces rozaba los arranques de sinceridad. Cuando el gobierno iba acumulando varias investigaciones mencionó: «Si cae Pedro Castillo, caemos todos». ¿Será?

Artículo publicado en el medio peruano El Reporte


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