Ilustración: Juan Diego Avendaño

Hace apenas unos días Shanghai Ranking Consultancy (organización independiente) dio a conocer la clasificación anual que hace desde 2003 de las universidades del mundo. Se trata de uno de los índices o rankings más antiguos y prestigiosos; y hasta hace poco considerado como imparcial y objetivo. A pesar de las dudas actuales (debido a la deriva totalitaria del régimen chino), los resultados que ofrece son de gran interés, especialmente por lo que respecta a los países fuera de China (y de aquellos que dependen fuertemente de su influencia). En la clasificación no figura ninguna universidad venezolana y pocas de América Latina.

Las clasificaciones de las universidades (la ARWU o de Shanghái y las británicas THE y QS, entre otras) son instrumentos útiles, cuando se elaboran sobre elementos objetivos, de carácter académico. Aunque éstos son varios, cada una pone énfasis en algún aspecto, según el público al que se dirigen. De allí las diferencias – no muy grandes – en la valoración y conclusiones. Permiten a jóvenes, a empresas y gobiernos obtener información sobre los mejores lugares de estudio o los más productivos centros de investigación. Pero, también muestran el grado de desarrollo de un país o una región, lo que es importante conocer en muchas actividades (incluso, para orientar inversiones). Los responsables o autores de esos trabajos afirman manejar los datos con seriedad y sin atender intereses de países o instituciones (lo que no pocos ponen en duda). Las conclusiones generales que se derivan de sus informes son más o menos las mismas.

Lamentablemente, las clasificaciones mencionadas (y otras) no toman en cuenta el grado de autonomía académica de las instituciones y de formación del espíritu crítico en los estudiantes.  Se trata, sin embargo, de factores definitorios que inciden en el resultado de las tareas confiadas a los centros enseñanza e investigación superior: la autonomía garantiza el análisis de temas sin interferencias extrañas y el segundo propicia la discusión o el cuestionamiento, sin las limitaciones impuestas por un pensamiento dominante o verdades preestablecidas. Aunque pueden dar lugar a conclusiones erradas, abren la posibilidad de nuevas y eficientes soluciones a los problemas de la sociedad. Algunas clasificaciones ubican en posiciones destacadas a instituciones que carecen de autonomía (frente a factores de poder) o que no fomentan (si no prohíben) la discusión de asuntos o temas “sensibles” en la opinión pública. Difícilmente pueden ofrecer una educación integral u obtener buenos resultados en las búsquedas científicas.

Hecha la advertencia anterior, puede decirse que las clasificaciones o rankings mencionados, son los más completos trabajos de su clase. Aportan elementos de interés sobre las universidades; y permiten formular algunas conclusiones. La primera es, sin duda, el dominio de las universidades norteamericanas y de las democracias liberales (de Occidente y el Pacífico) entre las instituciones de excelencia. En la de Shanghai-2023, entre las primeras 10 del mundo figuran 8 de Estados Unidos (con Harvard a la cabeza) y dos inglesas (Cambridge y Oxford, siempre presentes). Entre las primeras 25, a las americanas (17) e inglesas (4), se agregan sendas de Francia, Suiza, China (la única asiática) y Canadá. Y entre las primeras 50, se cuentan 28 americanas (56%), 6 inglesas (12%), 4 chinas, 3 francesas, 2 suizas, 2 canadienses, 2 japonesas y sendas de Australia, Dinamarca y Suecia. Esas constituyen la élite entre las de excelencia.

La otra gran conclusión es que existe una relación estrecha entre el desarrollo económico y social y la existencia de universidades de alto nivel. Aquella condición (que se traduce en la superación de la pobreza general y la satisfacción de las necesidades básicas por las mayorías) es resultado del saber que primero se adquiere y luego se transmite en los centros del saber. Eso ha sido reconocido en Occidente desde comienzos de los tiempos modernos y en los últimos siglo y medio en Japón y en China. La transformación del Imperio del Sol en sociedad moderna, iniciada durante la Restauración Meiji, se fundamentó en buena medida en el establecimiento de un sistema educativo y de las primeras universidades. Y China comenzó su ascenso como verdadera potencia económica, tras la puesta en marcha en 1978 por Deng Xiaoping del programa de las “cuatro modernizaciones” (entre ellas la de la educación).

La miseria y el desamparo son resultado de la ignorancia. La condición del homo sapiens comenzó a mejorar cuando comenzó a reflexionar y aprender. Los cambios se aceleraron con la adquisición de algunos conocimientos fundamentales, como la agricultura y la escritura. Las sociedades antiguas (y las que llamamos “medievales”) de todas las latitudes que alcanzaron un mejor nivel de vida (aunque para una proporción limitada de la población) fueron las que accedieron a mayores y más útiles saberes. Después, cuando la obtención de conocimientos se intensificó, los progresos se produjeron en todos los campos; y se hicieron generales cuando se extendió a un gran número de personas de todos los sectores. El proceso estuvo vinculado a reformas en la enseñanza y a la aparición de centros de alto nivel de estudio e investigación. Prepararon las grandes transformaciones que se iniciaron en los siglos XIV y XV que aún continúan.

Esa tendencia se mantiene hoy. Las mejores condiciones de vida corresponden a países con buenos sistemas educativos que culminan en universidades de excelencia (dedicadas a la enseñanza y la investigación). En los países subdesarrollados, por el contrario, los dirigentes (de los sectores público y privado) no dan importancia a esas tareas.  En muchos casos les temen. Saben que el atraso y la miseria favorecen la persistencia de regímenes autoritarios y dictatoriales. Entre las 100 mejores universidades de ARWU-2023 no figura ninguna de aquellos países. Son 38 de Estados Unidos y 5 de Canadá, 8 del Reino Unido, 24 de otros países de Europa Occidental y 3 de Israel, 7 de Australia y 4 de otros países del Extremo Oriente y 11 de China. No aparece ninguna de India, de Brasil o de Nigeria, entre los países más poblados. Tampoco de Rusia (superpotencia nuclear) ni del Mundo Árabe (refugio del saber antiguo).

No figuran instituciones de España, Portugal y América Latina en el TOP-100 de Shanghái-2023. Las mejor ubicadas entre las españolas son las de Barcelona (261) y Granada (272); después las Autónomas de Barcelona (303) y Madrid (304), la Complutense de Madrid (311), la Pompeu Fabra de Barcelona (347), la de Valencia (392), la Politécnica de Valencia (436) y la del País Vasco (485). Entre las lusitanas, a las de Lisboa (277) y Porto (286) siguen las del Aveiro (460), Coímbra (466) y Minho (474). Como las de sus antiguas metrópolis, las de América Latina aparecen después del primer centenar. Las mejor calificadas son: Sao Paulo (145), Autónoma de México (256), Buenos Aires (264), Estadal Paulista (359), Federales de Minas Gerais (409) y Rio Grande do Sul (455), Campinas (463) y Chile (465). Pero, sí son de las cien mejores las de Sao Paulo en QS-2023 y Buenos Aires en THE-2023.

Ninguna de las universidades venezolanas ha figurado en lugar destacado de las clasificaciones internacionales. Lo han impedido el temor de sus autócratas a la inteligencia y la irresponsabilidad de los partidos democráticos (y algunos de sus adherentes académicos) que pretendieron utilizarlas como instrumentos de sus ambiciones. A pesar de tales circunstancias (verdaderas rémoras), en épocas todavía recientes, algunas lograron ubicarse entre las primeras de la región. Pero, en los últimos años la hostilidad del estado (que se manifiesta en la disminución de sus aportes económicos y en la reducción del salario de sus docentes) el nivel de nuestras Casas de estudios superiores cayó en forma dramática. Es peligroso para el “país”, en el sentido auténtico del término, porque su permanencia histórica no la garantizan las armas (a veces utilizadas para someter al pueblo y ahora al servicio de intereses extraños), sino quienes cultivan y mantienen su espíritu y su cultura.

La historia muestra que los pueblos que alcanzaron un alto grado de desarrollo, dentro de las condiciones propias de su época, fueron aquellos que habían logrado la mayor capacitación posible de sus integrantes, obtenida a través de procesos de transmisión de conocimientos y de formación de generaciones. Esa observación sigue siendo válida en la actualidad. Por eso, la mayoría de los países se esfuerzan en mejorar sus sistemas educativos. Constituye su principal preocupación y dedican a ello sus recursos espirituales y materiales más importantes. No lo hacen los subdesarrollados. Sus dirigentes no buscan más allá de su beneficio personal inmediato.

X: @JesusRondonN


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