Foto Alfredo Cedeño

Hay frases que pueden tener un tinte de lamento vacuo, pero no por ello dejan de ser veraces. En esta ocasión me pasa al releer a Federico García Lorca. No puedo dejar de preguntarme: ¿Qué hubiera pasado si al bardo andaluz no lo matan, a los 38 años recién cumplidos, en tierras de Granada? Hoy –tiempos de máquinas veloces, comunicación pasmosa y badulaques empoderados–, su obra se conserva limpia y digna, deslumbrante en su precisión, preciosa en esencia. Prosa y poesía son un laberinto del que cuesta salir. Se empieza a leer cualquiera de sus obras y la necesidad de seguirlo leyendo se hace vital.

Me viene a la memoria de su Nocturnos de la ventana: “El estanque tiene suelta / su cabellera de algas / y al aire sus grises tetas / estremecidas de ranas.” ¡Carajo!

Otra que siempre me ha conmovido es Caracola: “Me han traído una caracola / Dentro le canta / un mar de mapa. / Mi corazón / se llena de agua / con pececillos / de sombra y plata. / Me han traído una caracola”. Imposible armar tanta belleza en tanta sencillez, solo su genialidad pudo.

Pocos han logrado el equilibrio perfecto de belleza y tragedia de sus obras teatrales y versos, no me atrevo a decir si fue un poeta dramaturgo o un dramaturgo poeta, su empleo de las palabras fue de precisión arrobadora. Por ejemplo, apenas empieza La zapatera prodigiosa y nos suelta este parlamento: “Por ser el teatro en muchas ocasiones una finanza, la poesía se retira de la escena en busca de otros ambientes donde la gente no se asuste de que un árbol, por ejemplo, se convierta en una bola de humo o de que tres peces, por amor de una mano y una palabra, se conviertan en tres millones de peces para calmar el hambre de una multitud”.

Cómo olvidar de Bodas de sangre a la madre decir: “Cien años que yo viviera, no hablaría de otra cosa. Primero tu padre, que me olía a clavel y lo disfruté tres años escasos. Luego, tu hermano. ¿Y es justo y puede ser que una cosa pequeña como una pistola o una navaja pueda acabar con un hombre, que es un toro?”.

En cada uno de sus libros hay un rosario de gemas. Mariana Pineda me ha sido siempre particular, tal vez por la ocasión en que la vi por primera vez en la sala de la vieja sede del Ateneo de Caracas. La voz de Pedro diciéndole a ella: “Mariana, ¿qué es el hombre sin libertad? ¿Sin esa luz armoniosa y fija que se siente por dentro?”.

Al amparo de estos recuerdos agarro mi ejemplar de esa pieza y al releer encuentro este parlamento en boca de Fernando: “Ahora los ríos sobre España, / en vez de ser ríos son / largas cadenas de agua”.  No puedo evitar parafrasearlo y escribir: Ahora los ríos de Venezuela, en vez de ser ríos, son largas cadenas de llanto.

© Alfredo Cedeño

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