Foto Alfredo Cedeño

Mantengo en la memoria la primera vez que comí paella en casa de unos amigos españoles. Ellos eran catalanes y se jactaban de ser buen diente. Y lo mantengo en mis recuerdos porque hasta ese día había comido ese plato en innumerables ocasiones, pero aquel primer bocado me hizo quedar inmóvil. Mis amigos que me conocían muy bien dejaron de comer y me miraban fijamente; hasta que Jorge saltó: «¿Ahora qué mosca te ha picao?» Respondí: ¡Este sabor es diferente!, ¿qué vaina es esta? «Hala animal, deja de tocarnos las narices y come, me dijo el padre». Por supuesto que no me quedé en paz y seguí comiendo, pero buscando qué era lo extraño. Hasta que caí en cuenta de que había un cierto amargo, y un aroma muy característico, que le daba ese toque mágico que me tenía embriagado. Cuando seguí con el dale que te pego de saber qué era lo diferente, doña Montserrat me explicó el secreto. Y así me hice adicto al azafrán.

Esta especia proviene de los estigmas de la flor de la planta Crocus sativus. Son largos meses desde que se siembra hasta que se colectan, y se le llama el oro rojo porque un kilo de dicho condimento puede costar alrededor de 4.000 dólares. Pero es que para llegar a colectar esa cantidad es necesario escarbar más de 160.000 flores, porque de cada una apenas se pueden extraer tres hebras…

Acerca de la producción de esta joya hay un universo de referencias. En el siglo VII a. C, los botánicos asirios le documentaron por primera vez, aunque ya antes había algunas referencias a su uso medicinal, pues era utilizada para el tratamiento de unas noventa enfermedades. Los egipcios la utilizaban para embalsamamiento, para los romanos fue un afrodisiaco, los griegos la empleaban para perfumar sus salones. Será en el siglo VIII de esta era, luego de la llegada de los musulmanes a la península Ibérica, cuando llega a la gastronomía española.

Sin embargo, su cultivo y recolección se ha ido concentrando en un país a caballo entre el llamado Oriente Medio y Asia Occidental: Irán. Allí se siembra 90% de la producción mundial de azafrán.

Cuando leí el 13 de julio las declaraciones de Ali Rezvanizadeh, responsable de proyectos agrícolas iraníes en el exterior, anunciando que la satrapía venezolana “había acordado proporcionar 1 millón de hectáreas de predios agrícolas para los proyectos de cultivo de Irán en el extranjero para asegurar los alimentos que necesita la nación persa para sustentar su estrategia de seguridad en esta área”, recordé las cifras de producción del mencionado aliño. Y empecé a preguntarme si será que ahora van a sembrarlo en Paraguaná, o quién sabe si les dará por plantarlo en las afueras de El Guamache, allá en Margarita. Porque la verdad que no se me ocurre otra cosa. ¡A menos que se dediquen a sembrar amapola! No sería extraño que los hampones que se han adueñado de Venezuela pretendan convertirla también en La Meca de la heroína tropical. Algo es seguro: yuca no van a plantar, a menos que se la siembren a Maduro y su combo.

© Alfredo Cedeño

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