Mientras el país se sigue cayendo a pedazos, literalmente; mientras la hegemonía despótica y depredadora es aún más rechazada por el pueblo; mientras se desvanece el espejismo de la recuperación socio-económica; mientras todas las tragedias políticas, económicas y sociales se agudizan, una gran parte de la oposición política está dedicada al repetitivo asunto de las primarias.

Y para muchos de sus voceros pareciera que no existiera más nada. No sé, pero cuando mínimo ello luce un error, y en verdad más que un mero error, refleja una sorprendente incomprensión de la naturaleza de la realidad venezolana, o, quizás, una compresión impresentable y aprovechable de la misma.

Las primarias son un instrumento útil en una democracia operativa. En un despotismo disfrazado de democracia, no solo pueden ser un instrumento inútil, sino beneficioso para el poder establecido. Al fin y al cabo este hace lo que le da la gana, y no habría motivo para pensar que las primarias serían una excepción. Al contrario…

No faltan los comentarios de que todo está «arreglado» en favor de una figura del agrado de la hegemonía, y que lo demás es una tramoya o un circo. De nuevo, podría ser así. Y para serlo se necesita un poder despótico y al menos una parte de la oposición que no lo desafíe en sus cimientos. Ambas cosas existen.

Uno se pregunta: ¿Y qué entonces? Pues la conexión entre el drama de la población venezolana y una conducción política comprometida con el cambio necesario, que, necesariamente debe ser radical, o de raíz.


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