Por Ysmeride José Astudillo Barreto (*)

Tal vez una de las instituciones más longevas en el tratamiento de las ideas sea antesala de lo que se ha llamado históricamente Universidad, desde el medioevo, reivindicando la universalidad del conocimiento, como una forma de ecumenismo cognitivo. Pues bien, como del pensamiento se trata, he decidido colocar los míos procurando irrumpir desde otros escenarios que permitan la configuración del saber bajo novedosos criterios con fundamento en la universalización. La universidad en búsqueda del cambio, significativamente desde entonces, y hasta ahora, como la sociedad misma, muy a pesar de las ritualidades que persisten hasta hoy y que en nombre de la tradición, impiden ponerse al día con los tiempos vertiginosos que acontecen.

La sociedad digitalizada es una expresión que toma las dos orillas del océano y las convierte en pañuelo de colores diversos, con matices a gloria y saber a fundamento, en el abierto libro de las contextualizaciones. La tecnología digital en el devenir con sus dispositivos y las nuevas formas de comunicación, nuevas formas de socialización; tan natural a los nativos digitales y que pone en angustia digital a los migrantes de estos lenguajes, en la carrera performativa.

Allí donde la pandemia, hambrunas, crisis sociales y económicas, persecuciones políticas, la nueva esclavitud de tiempo, el desplazamiento indebido, las migraciones forzadas, dejaron sus huellas profundas y tuvimos que salir de las madrigueras ocultas en las estanterías de bibliotecas y pasillos, donde antes existían jóvenes en disertaciones y ahora en el descalabro de las huidas forzosas obligando a mentes lúcidas a realizar otras ocupaciones en lugares tan cercanos como remotos. Pero siempre con la «farología» erguida de nuevo estandarte, vencedor del miedo natural para desarropar las convicciones.

Desde esa urdimbre de interconexiones urge transformar a la Universidad para que tome otros aires y permita que desde cualquier lugar del orbe, quien desee formar-se y educar-se, lo pueda hacer, sin más motivaciones que sus necesidades de transformar-se. Es el imperativo de este tiempo construir narrativas, oportunidades y realizaciones, en el campo de una formación del siglo XXI, fuera de los patrones del medioevo, el renacimiento y la llamada modernidad intelectual, en profundo cuestionamiento.

El discurso como dispositivo de poder de la academia, se mantiene más por la fuerza de la tradición, que por la vigencia de su forma, el estatuto epistemológico sobre el que sustenta y el estatuto formativo, ágil y flexible que represente los cambios que hemos experimentado.

La relación vertical, autoritaria y reproductora de la comunidad universitaria que se mantiene forzada; apegada a un pacto de titulaciones y acreditaciones que no responden a las dinámicas económicas, sociales, políticas y profesiográficas, debe dar paso a una relación distinta en la  que todo profesor pueda sentirse libre de exponer sus criterios sin la rigidez de lo académico y teorías interpeladas, que el estudiante ejerza la libertad de decidir, de vivenciar y de participar en la transformación de un mundo que ya no cabe en los contendores de la universidad de hace seis siglos, que envejeció resistiéndose a los cambios.

El planteamiento es aprovechar toda la intelectualidad contenida en el docente, para que desde cualquier rincón del mundo pueda realizar sus gestiones de flujos y reflujos de información, sin tener que acudir a un espacio físico para que al final reciba una contraprestación por sus servicios.

Al derrumbar hitos, mitos barreras y fronteras, es más pertinente concebir a la Universidad, como un campo discursivo de relaciones, tal como lo concibe la sociología de la educación del siglo XXI y no como coto amurallado, opaco y censor que se pretende mantener. La nueva ciudadanía universitaria funda su sentido de pertenencia en las relaciones ágiles y fluidas, nunca en la servidumbre de los locales, que lo cosifica y anula.

Con las huidas por razones múltiples, el hombre ha migrado en búsqueda de un mejor sustento para los suyos. Escenarios de múltiples aristas donde priva el criterio: «Todos queremos estar cerca de los afectos». ¿Por qué entonces debemos echarle de la universidad que lleva cargada en sus ideas? ¿Por qué penalizar a quien aspira a trascender en sus diversas dimensiones?

¿Acaso no es mejor aprovechar sus dotes y enseñanzas para que desde el lugar donde se encuentre, pueda mostrarse ante sus discípulos y compartir esa vasta experiencia, vivencias, realismo, ilusiones, esperanzas y desencuentros? El acercamiento con otras personas en la proxemia y el hogar áulico que aporte ese fuego sensible, que produce encantamiento a través de los saberes experimentados en la cotidianidad, es una nostalgia, que las nuevas realidades como la pandemia, el exilio forzoso, la precarización y pobreza extrema han negado y actúa como elemento de exclusión.

La realidad nos impone otras maneras de pensar y en consecuencia actuemos con otras miradas para poder comprendernos mejor, vencer las distancias, incluir, acercar y relacionar a través de la innovación tecnológica.

Vamos hacia la Universidad global, ya no importa si estoy en una calle cualquiera de Bangalore (India), una fábrica abarrotada de pequeñas tiendas en Bangkok (Tailandia), en un laboratorio científico en Oxford (Inglaterra), en un estudio de TV en Hollywood (Estados Unidos), si tenemos el deseo de compartir desde ese escenario, y entrelazar experiencias en el loable impulso de hacer formación. Pues realicemos esa experiencia. Aprovechemos el caudal de toda esa magia constructiva para crear nuevos conocimientos.

Estaremos a las puertas de un mundo mejor, sin las restricciones de hoy, que se convierten en cerrojos para que la Universidad muera en su interior. Esta iniciativa solo busca ser escuchada por quienes a nivel global tienen la responsabilidad de hacer propuestas, trabajar en ellas y que sencillamente no lo hacen. Entonces dejemos de ser individuos bajo la certeza de llegar a ser ciudadanos y comencemos con esta obra a cambiar al mundo. Donde el epicentro de todas las esencias es el hombre hasta concederle la Ciudadanía Universal.

Lamentablemente, en Venezuela, pareciera que nuestras universidades marchan en realidad contraria ante los grandes centros del conocimiento y la investigación del mundo; y es por ello que debemos reflexionar si, en definitiva, vamos o no por el camino de una universidad distinta.

(*) Ex director-decano UPEL-IPMALA

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