«Tenía yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil sentimental. Lanzaba suspiros de acróbata» (VICENTE HUIDOBRO) 

Quiero advertir al lector de El Nacional que esta columna de hoy no va a resultarme fácil. Es posible que me equivoque alguna vez al pensar en el concepto de inteligencia emocional y se me escape escribir inteligencia artificial en su lugar. Por otro lado, mi carácter inquieto y apasionado me lleva a ser alocado por momentos y no revisar lo que escribo. Hace un tiempo no solía hacer proofreading y enviaba mi texto a la Redacción. Después, escribía apurado a Patricia Molina para pedirle arreglos a posteriori. Creo que no volverá a pasar.

Según dicen los manuales de psicología, pertenezco al tipo de individuo apasionado dado que soy emotivo, activo y secundario. Claro, me afecta todo lo que sucede a mi alrededor. No vivo en una burbuja: leo periódicos, veo informativos de televisión, vivo inmerso en redes sociales y escucho la radio. Quiero estar informado. A menudo oigo «inteligencia artificial». Muchos medios hablan de inteligencias presentes en el mundo actual. Antes no se hablaba de la inteligencia artificial puesto que no existía esta clase de inteligencia. El hombre no había creado Internet. No escribíamos en teclados electrónicos. Tampoco nos preocupaba quedarnos sin batería en el teléfono móvil. Ahora la gente dice chat GPT, algoritmo y domótica.

A mí me gustaría saber qué es la Inteligencia Emocional. El californiano Daniel Goleman escribió sobre esta clase de inteligencia. Goleman publicaba «Emotional Intelligence» en 1995. Sin embargo, unos pocos años antes otro investigador, Howard Gardner (también estadounidense), presentaba en 1983 su teoría acerca de las inteligencias múltiples-«Frames of Mind: The Theory of Multiple Intelligences»– y que podría haber originado la idea a la que se referiría después el señor Goleman. Curiosamente, ambos psicólogos estudiaron en la Universidad de Harvard (Massachusetts). Howard Gardner fue el salvador de todos aquellos que creyeron fracasar en la vida al no entender determinados conceptos en la escuela. Howard Gardner abrió los ojos a quienes pensamos que solo seríamos útiles si éramos buenos en matemáticas, geografía, historia, química y lengua, entre otras asignaturas. Este revolucionario desveló la existencia de varias inteligencias que había que valorar. Abordó la inteligencia lingüística, la inteligencia lógico-matemática, pero también destapó la inteligencia musical, la inteligencia interpersonal y la inteligencia intrapersonal. En principio halló ocho tipos de inteligencia.

La inteligencia emocional de Goleman sería la clase de inteligencia que equivaldría a la inteligencia intrapersonal, es decir, la capacidad de un hombre (o mujer) de conocerse a sí mismo. Esta inteligencia intrapersonal no se limita a saber que uno es inquieto, irritable, hipersensible, sino que además hace el papel de conciencia, vamos, el Pepito Grillo que nos susurra al oído lo mal que hemos reaccionado diciendo ‘de una puta vez’, ‘hasta los cojones‘ en un momento de ira. La verdad es que uno no sabe qué le pasa por dentro cuando se enfada de esa manera. La reacción de mal genio ante una situación desagradable casi nunca es la más adecuada. El lenguaje del exabrupto no es precisamente una marca de elegancia, aunque a veces el alivio que supone hablar claro es una satisfacción que no tiene precio. Yo, que me voy conociendo, prefiero no arrepentirme de haber hecho daño a alguien con mi actitud o mi lenguaje.

La inteligencia intrapersonal -de la cual no dispone todo el mundo- modifica nuestra conducta y nos pone ciertos límites que son obviamente necesarios. Creo que nos ayuda a ser mejores. Me propongo a mí mismo dejar de decir palabras que hieren. Quiero ser el mejor yo de todos mis yoes posibles. Hic et nunc elijo la cortesía, el eufemismo y la ironía.


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