Los regímenes totalitarios siempre han caído en la tentación de reprimir la disidencia, lo cual supone una práctica oprobiosa que incluye la violación de los derechos humanos.

El nacionalsocialismo alemán sigue siendo una referencia contra el olvido. Los nazis soñaban con establecer una religión nacionalista y pagana. Hitler y sus seguidores percibían a la Iglesia católica como un obstáculo. De hecho, miles de católicos sufrieron persecución, encarcelamiento y martirio. En marzo de 1933, monseñor Bertram empieza a denunciar ante el presidente alemán, Paul von Hindenburg, los actos ilegales perpetrados por los nazis contra instituciones y bienes de la Iglesia, y pide su amparo ante los ataques. En enero de 1934 el cardenal Pacelli, secretario de Estado de la Santa Sede, denunció el encarcelamiento de sacerdotes por el régimen nazi.

La libertad de conciencia es un derecho que solo admite restricciones legítimas relacionadas con la preservación de la moralidad, la decencia o el orden públicos. Sin embargo, ciertos grupos religiosos, que han criticado al gobierno nicaraguense, han estado sometidos a persecución y discriminación. Y ello no es legítimo: por el contrario, es inaceptable pues constituye una violación de derechos humanos.

¿Cómo olvidar la quema de iglesias, la salvaje destrucción de las imágenes del culto católico, persecución, allanamientos, cierre de medios de comunicación católicos, la detención de tres sacerdotes y exilio de religiosos en Nicaragua en menos de un año?

¿Y por qué el régimen de Daniel Ortega persigue a la Iglesia católica nicaraguense? ¿Acaso porque el clero se ha convertido en portavoz de la angustia de la mayoría de los nicaraguenses por la agudización de la crisis que deteriora la libertad y la calidad de vida de los ciudadanos?

Más cerca que la Alemania nazi, geográfica, temporal y culturalmente, los latinoamericanos tenemos otra referencia de las represalias contra la Iglesia: el martirio del padre Arnulfo Romero. El cantautor panameño Rubén Blades resumió e hizo más popular la historia:

El padre condena la violencia

sabe por experiencia que no es la solución.

Les habla de amor y de justicia,

de Dios va la noticia vibrando en su sermón.

Al padre lo halló la guerra un domingo de misa,

dando la comunión en mangas de camisa.

En medio de un padre nuestro el matador

y sin confesar su culpa le disparó.

Y entre el grito y la sorpresa, agonizando otra vez

estaba el Cristo de palo pegado a la pared.

Y nunca se supo el criminal quién fue…

“Suenan las campanas otra vez” advierte Blades y los latinoamericanos podríamos (deberíamos) hacer coro, con fundamento en la política sistemática de represión a la disidencia, que ahora ha convertido a la iglesia en blanco de sus disparos.

Estas prácticas aberrantes, que pueden conducir a asesinatos selectivos, violan la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, que constituye uno de los elementos más esenciales de la identidad de las personas y su concepción de la vida. Se trata de una conquista lograda con el transcurso de los años, intrínseca a la idea de pluralismo, que hoy, nuevamente, es pisoteada.

Es previsible que la situación empeore por los efectos perniciosos de la impunidad de este tipo de violaciones.

Sin embargo, ante este tipo de atropellos, el 12 de agosto de 2022 el Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos condenó la persecución religiosa y la censura de prensa ejercida por Daniel Ortega, para que no se olviden los desafueros cometidos en Nicaragua, al mejor estilo de los nazis y de los bárbaros que azotaron Centroamérica.

¿Será que Daniel Ortega quiere repetir la historia oscura de El Salvador en 1980? Con su vil y abyecta política persecutoria y las violaciones a los derechos humanos en contra de los representantes de la Iglesia católica le recuerda al mundo lo que un régimen parecido al suyo le hizo al padre Arnulfo Romero. En definitiva debería escuchar la canción de Ruben Blades: “Suenan las campanas otra vez…”

 

 

 

 

 


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