El taller de Gianpiero Manciagli se divisada en las húmedas colinas de Abruzzo. La ciudad amurallada de L’Aquila, quedaba a pocas leguas a pie. Un sendero por donde descendía un riachuelo de aguas cristalinas, acariciaba la entrada principal del inmueble del artista. Con monástica dedicación aquel hombre risueño, de porte ceremonial, se consagraba desde tempranas horas a trabajar en infinidad de pedidos para iglesias y monasterios. Sus obras le granjearon una gran reputación. En cierta ocasión una carta enviada desde Duaca, Venezuela, llamó poderosamente su atención. Un comerciante italiano de nombre Francisco Bortone, le expone el interés que tiene de regalarle a Duaca un pesebre que representara fielmente el nacimiento de Jesús. Entre sus argumentaciones estaba lo agradecido que se sentía al haber encontrado su segundo hogar en esas tierras. Que la población había cobijado a una importante comunidad italiana, brindándoles solidaridad y amistad. La epístola lo conmovió hasta las lágrimas. Su único hijo había viajado al nuevo mundo en la búsqueda de un destino mejor. Gianpiero Manciagli, le manifestó en varias oportunidades que se quedara, pero su decisión se mantuvo firme hasta el final. Desgraciadamente su embarcación zozobró cuando se dirigían a Venezuela, muriendo todos sus pasajeros. La idea del pesebre le gustaba. Sin embargo, estaba muy complicado por compromisos previos.Una fortuna había pagado el obispado polaco por una virgen negra para el Monasterio de Komancza. La iglesia de Alejandría tenía pautado homenajear al patriarca Macarios. Su solicitud era un cristo de oro con incrustaciones de diamante puro. Una delegación de alto nivel visitó su taller para pautar la entrega. Un tiempo después estalla un conflicto en el seno de la iglesia egipcia, suspendiéndose el contrato. Es allí donde Gianpiero Manciagli, comienza a ocuparse del pesebre. Desde Molopolole en Botsuana, en el sur de África, llegó el fino marfil con el cual trabajaría las piezas. Con gran afán comenzó su labor cuidando el mínimo detalle. Una capa de revestimiento con material florentino. Desde la región de Basilicata trajo la pintura. Sus padres eran de Potenza. Utilizar el material forjado en la cresta de los Apeninos al norte de los Dolomitas lucanos, era volver a su semilla. El artista sintió el encargo: como la posibilidad de homenajear a su familia. En tiempo récord culminó su obra. La calidad de las mismas era única. Cada detalle cuidado con esmero. La brillantez que adquirieron dejó atónitos a muchos. Un clérigo local fue y lo bendijo. Mientras, un rico comerciante lombardo ofreció una buena cantidad por el pesebre.  La decisión ya estaba tomada. Iba para Duaca como una donación especial del artista. Tres grandes baúles con bordes de hierro resguardaron las piezas. Dentro del baúl principal enviaba una guía de cómo armar el pesebre. En el  fondo unas letras grandes para su hijo: Amato filio del mio cuore. El dolor lo inundó en gran manera. El domingo 11 de julio de 1907 salió del puerto de Pescara una embarcación con rumbo a Venezuela. Allí iba el pesebre que con tanta ilusión obsequiaba el laureado artista. Desde el mismo puerto en donde viajó su hijo, para morir infaustamente en aguas del Caribe. Esta vez sabía que su pesebre no zozobraría, que los embates oceánicos no socavarían su destino. En el brillo de la ausencia de su hijo, nació la esperanza de llevar su sangre a través del arte. Un espléndido amanecer guaireño vio llegar un barco de bandera italiana el 13 de octubre de 1907. Una larga escalera azul fue colocada entre el muelle y el navío. Descendieron hombres y mujeres con rostros pálidos. Varias de ellas de sombreros y guantes que contrastaban con el clima imperante. Los hombres cargaban pocos enseres. Un mundo distinto se abría ante sus ojos. El pesebre fue enviado hasta el puerto de Tucacas para llegar a Duaca, el 15 de octubre de 1907. Una comitiva encabezada por el presbítero Virgilio Díaz, y la comunidad italiana, aguardaron en el terminal del ferrocarril Bolívar. La gente se extrañaba del hermetismo reinante. ¿Qué contenían aquellos cajones grandes?  Se preguntaban los parroquianos. El silencio de la comitiva atrajo la atención y alimentó los comentarios. Duaca era un corrillo de teorías sobre el contenido. Un repique de campanas anunciaba la misa dominical. El pueblo estaba allí escuchando la palabra de Dios, pero también con ganas de saber. El padre Virgilio Díaz anuncia con alborozo: «Dentro de quince días tendremos pesebre». La gente aplaudió sin cesar. Tenían dos semanas para organizarlo todo. Escrupulosamente fueron sacando las piezas. Para la presentación buscaron orquídeas en el caserío Licua. Moradas, amarillas y blancas con el símbolo de un corazón en donde acostaron al niño. El establo lo hicieron con madera proveniente de Perarapa. Las barbas de palo para el fondo estaban a metros en el bosque de Barro Negro. Francisco D’Amico se encargó de elaborar los faroles y una gigantesca estrella de Belén, con la guía que envió el artista. El domingo 3 noviembre de 1907 repicaron las campanas con singular emoción. Se abrieron las puertas de la iglesia San Juan Bautista de Duaca, la gente fue ocupando los bancos. La comunidad italiana encabezada por Francisco Bortone estaban en la parte central. El pesebre estaba resguardado con un enorme liencillo blanco. La eucaristía fue más corta de lo usual. El padre bendijo desde el púlpito. Miembros de la Sociedad de Jesús En El Huerto develaron el misterio. Cuando quitaron cuidadosamente el liencillo todos pudieron observar el espectacular pesebre. Aquello era sencillamente incomparable. La obra de  Gianpiero Manciagli, rasgaba lo extraordinario. El brillo de las piezas, el acabado de las mismas, con rasgos tan perfectos, que las piezas parecían tener vida. Las orquídeas refulgían haciendo juego con los faroles. La estrella de Belén por encima de una corona de orquídeas blancas, hecha con esmero. Los ojos del niño matizado con los colores del joven ahogado en aguas de Caribe. Fue el detalle que quiso dejar el artista. En la plaza Independencia se organizó una retreta. La comida italiana se sirvió para todos en los alrededores de la iglesia. Una fiesta que emocionó a la comunidad. Durante semanas se hablaba del pesebre. Muchas personas provenientes de otras latitudes visitaban la iglesia para observar el hermoso nacimiento. Pocas zonas del país podían darse el lujo de contar con semejante obra hecha por un maestro europeo. Cada tres días se cambiaban las orquídeas. Desde Licua llegaban en burros que se venían por un camino que conducía a  Cacho e Venao. Se internaban en las montañas de Buena Vista para con sumo cuidado traerlas. Eran cestas grandes de flores. Los asnos lentamente hacían el recorrido. En las noches se encendían los faroles. Era emocionante ver como un pueblo se hizo feliz a través de una tradición.

 


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