Por primera vez desde la revolución islámica de 1979, Irán ha atacado directamente a su enemigo jurado, el Estado de Israel.

Es un hito negativo en las relaciones entre ambos países, aunque solo desde la perspectiva simbólica.

Desde su nacimiento, la República Islámica ha estado organizando acciones armadas contra Israel a través del nutrido grupo de proxies que tiene en Oriente Medio, entre los que destaca por su absoluta lealtad la milicia libanesa de Hezbolá. No es pues el primer golpe de Teherán, sino el primero en el que se mancha las manos.

El detonante de lo ocurrido ayer fue el bombardeo de algunas instalaciones próximas a la embajada de Irán en Siria, el pasado 1 de abril.

Teherán asegura que se trataba de un consulado anexo a su embajada, algo que niega Tel Aviv sin por ello admitir la autoría del ataque.

En lo que ambos sí están de acuerdo es en que en ese edificio murieron dos generales de la Guardia Revolucionaria Islámica, la poderosa rama de las Fuerzas Armadas iraníes responsable de la defensa del régimen, que tiene entre sus misiones la de organizar los ataques de sus proxies contra Israel.

El ataque

El plan iraní era intercambiable con el de cualquiera de los bombardeos que ordena Putin sobre las ciudades ucranianas.

La única diferencia estuvo en la escala: el ataque a Israel duplicaba el número de drones y misiles de los mayores ataques rusos.

Buscando saturar las defensas con la llegada simultánea de centenares de atacantes, los militares de la Guardia Revolucionaria lanzaron en primer lugar alrededor de 170 drones Shahed, los mismos que emplea Rusia.

Lentos y vulnerables, pero muy baratos, los Shahed son verdadera carne de cañón, y se consumieron de forma estéril en un vano intento de distraer al enemigo.

A ellos siguieron más de 30 misiles de crucero, comparables a los Kalibr rusos: subsónicos pero difíciles de abatir por la baja altitud de su trayectoria.

Por último, Irán lanzó más de 120 misiles balísticos, que alcanzan velocidades de varios Mach cerca de los límites de la atmósfera antes de descender sobre sus objetivos. A esta categoría pertenecen los Iskander rusos.

La defensa

Ningún sistema tiene un 100 % de eficacia. Por eso, la defensa de Israel está organizada en capas. A gran distancia, sobre los cielos de Irak, Siria y Jordania, los aviones de combate fueron los primeros en enfrentarse a los drones y a los misiles de crucero.

Los primeros son blancos fáciles, y los aviones de los EE.UU. y Gran Bretaña aseguran haber derribado varias decenas de ellos. Los segundos no lo son tanto, pero tampoco es una tarea imposible.

¿Era necesaria la ayuda de norteamericanos y británicos? No desde el punto de vista militar, porque Israel tiene suficientes aviones de combate para esta tarea. Pero sí pareció conveniente desde la perspectiva política.

La demostración de solidaridad con Tel Aviv no habrá pasado desapercibida, ni a los ojos de los enemigos de Israel… ni a la de los aliados más dubitativos, como es el caso de España.

La segunda capa de defensa está formada por misiles antiaéreos de largo alcance: los David’s Sling y, todavía más allá, los Arrow, capaces de derribar los misiles enemigos a medida que se acercan al espacio aéreo israelí.

También en esta capa hubo unidades norteamericanas, en concreto un destructor Aegis que derribó tres de los misiles balísticos iraníes.

Por último, la tercera capa está formada por la tan publicitada Cúpula de Hierro, un sistema de misiles de alcance más corto, diseñado fundamentalmente para lidiar con los cohetes que Hamás o Hezbolá lanzan casi todos los días sobre Israel.

A estas tres capas se suman los efectos de los sistemas de guerra electrónica, que confunden a los sistemas de navegación de que dependen los misiles para llegar a sus blancos.

El resultado de las acciones defensivas de Israel y sus aliados se quedó al borde de la perfección. Un único misil hizo impacto en una base aérea sin causar daños de consideración. Aparte de este impacto, algunos cohetes de Hezbolá consiguieron alcanzar posiciones militares israelíes en los altos del Golán sin consecuencias graves.

Ya que estamos, y dada la similitud de los medios empleados, ¿puede extrapolarse un éxito así al escenario ucraniano? Sí, pero habría que mostrar con Kiev la misma solidaridad que con Tel Aviv. Algo que, al menos en los Estados Unidos, sigue pareciendo muy difícil de conseguir.

Y ahora ¿qué va a pasar?

Un análisis frío de lo ocurrido sugiere que hay muy pocos deseos de escalar la situación. En el caso de Irán, el régimen se ha molestado en telegrafiar oportunamente sus intenciones y ha tenido la prudencia de no atacar blancos norteamericanos.

Diríase que se conforma con mostrar a la opinión pública imágenes falseadas de lo ocurrido, y que casi se alegra del fracaso del ataque.

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Por parte de los Estados Unidos, el presidente Biden ha dejado bien claro que no acompañará a Tel Aviv por el camino de las represalias. Una cosa es la defensa de Israel y otra contribuir a una escalada regional, particularmente cuando tiene por delante unas elecciones complicadas.

Queda la incógnita de Netanyahu. Si Israel pudiera hablar por sí misma, bien podría conformarse con los resultados de este breve enfrentamiento.

Ha demostrado una superioridad militar casi insultante. Ha logrado, además, que los reproches de sus aliados a su cruenta campaña en Gaza pasen a segundo plano. Poco más tiene que ganar. Pero no decide Israel, sino Netanyahu.

¿Estará de acuerdo el discutido primer ministro en poner fin a una carrera de ataques y represalias que, lejos de hacerle daño, potencia su imagen ante su opinión pública? Personalmente, lo dudo.

¿Hay riesgos en que continúe el intercambio de golpes? Alguno sí. Netanyahu podría aprovechar la ocasión para intentar repetir los ataques que, en 1981, frenaron el programa nuclear iraquí. Y Jamenei, llevado por la impotencia en el terreno convencional, podría recurrir a la verdadera arma de la dictadura de los velos: el terror.

En cualquier caso, lo que ahora de verdad cabe temer no es una guerra convencional. Ni siquiera es previsible una verdadera escalada de las hostilidades.

En el peor de los casos, tendremos que ser testigos de nuevas rondas como la que acabamos de vivir, en una aparente escalada que no será tal porque cada paso dejará a los contendientes en el mismo sitio en el que estaban, como si trataran de ascender por una escalera mecánica de bajada. Ojalá no tarden, ni uno ni otro, en decidir que lo que de verdad les conviene es bajarse de la escalera.

Artículo publicado en el diario El Debate de España


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