Los términos “orientalismo” y “occidentalismo” surgieron en momentos distintos, sin embargo, ambos coinciden en representar una percepción aprensiva y prejuiciada del “otro”. Los nuevos significados de estos términos fueron introducidos por el intelectual palestino Edward Wadih Said, profesor de la Universidad de Columbia, Nueva York, con su obra Orientalismo escrita en 1978 y el historiador holandés Ian Buruma, profesor de Luce en Bard College, Nueva York; con Avishai Margalit, profesor de Universidad Hebrea de Jerusalén con su obra Occidentalismo. Breve historia del sentimiento antioccidental  del año 2004. Allí fundamentan cómo las potencias occidentales (colonizadores) y los pueblos sometidos de oriente (colonizados) conciben, ven y juzgan a su contraparte, teniendo como fuente primaria los contactos y comportamientos del “otro” en la colonización de Asia y África.

A partir del siglo XVIII las potencias colonizadoras europeas por excelencia eran Francia y Gran Bretaña, y para la segunda mitad del siglo XIX la “competencia colonial” incluye a otros países europeos como Alemania, Holanda, Bélgica, Portugal e Italia, posteriormente se suma Estados Unidos. La convención celebrada en 1885 de las potencias coloniales europeas en Alemania (Congreso de Berlín), que controlaban territorios en Asia y África, cuyo objetivo era dejar claro los territorios que “pertenecían” o a los que “tenían derecho” las distintas potencias, fue una muestra de hasta donde había llegado ese proceso de colonización. (Fraíz Ascanio, Francisco; La visión mítica del otro, Caracas, 2017).

El proceso colonizador se conforma básicamente por dos grupos, el conquistador, foráneo que viene a ejercer un dominio pleno sobre la región y sus habitantes, y el conquistado, nativo originario de la región. La opresión del colonizador es completa: dominio económico explotando los recursos y subvalorando el trabajo duro y despreciable del nativo; dominio político imponiendo la voluntad y normas del imperio; dominio social, segregando y jerarquizando a los colonizadores como élite; y dominio cultural, calificando de ilustrado, refinado y superior al colonizador; y atrasado, tosco, ordinario y hasta bárbaro al nativo. (Lander Edgardo, La  colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, Buenos Aires: Clacso, 2000).

Como consecuencia del intercambio, de la convivencia y enfrentamientos de conquistadores y conquistados, se originó en los europeos una visión prejuiciada de las poblaciones autóctonas, que resume el concepto de “orientalismo”. Asimismo, las poblaciones subyugadas elaboraron su propia visión del invasor, resumida en el concepto de “occidentalismo”.

Con respecto al “orientalismo” el intelectual palestino Edward Wadih Saíd presentó en el año 1978 su polemizada versión, en la que plantea que “el orientalismo es la interpretación del mundo oriental por parte de los occidentales: se hace una descripción simplista de las personas y sus costumbres, asociando a todo lo que se hace con los malos hábitos de los nativos, su condición de salvajes, infieles, en fin, subdesarrollados”. (Said, Edward. Orientalismo. Editorial DeBolsillo. Barcelona. 2003. Pp. 21 y 22).

Adicionalmente, el propio Said expresa que en la cultura occidental se ha creado intencionalmente una perspectiva sobre el Medio Oriente y resto de Asia para legitimar el sometimiento, la invasión y colonización, trataron de justificar la dominación afirmando que su labor era loable, bien intencionada y muy positiva para las poblaciones sometidas, pues lograban beneficios culturales, religiosos, sociales, etc., necesarios para el futuro de esas poblaciones. “Las expediciones a Egipto, Siria, Palestina o Turquía servían para elaborar informes favorables a una potencial intervención político militar en la zona: ‘tenemos el deber de gobernarlos por el bien de la civilización propia de los orientales y la de Occidente por encima de todo’, dijo Arthur James Balfour en 1910”. (Izzat Haykal, Orientalismo, psicología y mente, Siria, 2018).

Este mismo político escocés, como canciller de Gran Bretaña en 1917, fue quien presentó la Declaración Balfour, una manifestación formal pública del gobierno británico para anunciar su apoyo al establecimiento de un «hogar nacional» para el pueblo judío en la región de Palestina, lo cual se llevó a cabo en 1947 con la creación del Estado de Israel.

Por otro lado está el concepto de “occidentalismo”, que se podría interpretar como la contraparte del “orientalismo”, en el sentido de retratar lo que los ciudadanos de los países ubicados al “oriente” piensan sobre la civilización que los dominó y subyugó en la colonia. “Este sometimiento bajo el control de las potencias occidentales fue recibido como una afrenta a su tradición y su cultura, donde los contrastes en la vida social, política y económica impactaron profundamente su conciencia… Se podrían citar como elementos fundamentales del occidentalismo los sentimientos de odio y envidia contra occidente, culpándolo de los problemas y desgracias sufridas por “oriente”, tales como su situación de atraso y desigualdad frente a las potencias industrializadas.”. (Fraíz Ascanio, Francisco; La visión mítica del otro, Caracas, 2017).

Al igual que el orientalismo, la definición de occidentalismo está íntimamente ligada al desprecio por el ser humano, así lo expresan Buruma y Avishai: “La imagen deshumanizadora de Occidente que pintan sus detractores es precisamente lo que hemos denominado occidentalismo. En este libro, nuestra intención no es otra que examinar este racimo de prejuicios y rastrear sus raíces históricas…  La mentalidad occidental es capaz de grandes éxitos económicos, sin duda, y de desarrollar y promocionar el avance de la tecnología, pero no consigue en cambio aprehender las cosas más elevadas de la vida, ya que carece de espiritualidad y del entendimiento necesario del sufrimiento humano”. (Buruma, Ian y Avishai Margalit. Occidentalismo. Breve historia del sentimiento antioccidental. Ediciones Península. Barcelona. 2005).

Estas dos visiones, aun cuando reflejan ser parcializadas, distorsionadas y reduccionistas, predicadoras del desprecio al ser humano, hoy todavía tienen vigencia, en pleno siglo XXI y en medio del actual sufrimiento debido a una gran prueba mundial jamás presentada. Existen tanto en “oriente” como en “occidente” personas, organizaciones, sectores y poblaciones que las asumen, y consideran al “otro” un peligroso enemigo a quien se debe combatir, pues se estima que está en riesgo la cultura, la coexistencia y hasta la propia integridad física.

El escritor libanés Amin Maaluf, en su discurso al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras expresó: “Lo que importa no es saber si podremos vivir juntos pese a las diferencias de color, de lengua o de creencias; lo que importa es saber cómo vivir juntos, cómo convertir nuestra diversidad en provecho y no en calamidad”. (Oviedo, España, 22 de octubre de 2010).


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