Orestes Lorenzo junto a su esposa Vicky, luego del rescate

Recientemente, luego del triunfo de cuatro atletas venezolanos que han logrado obtener medallas olímpicas en las Olimpiadas de Tokio 2020: tres de plata y una de oro ganada por la deportista Yulimar Rojas, quien además rompió el récord del mundo, se ha suscitado una dura polémica y fuertes críticas por las declaraciones de estos mismos atletas cuando han sido conminados a darle las gracias a Nicolás Maduro y a su régimen.

Particularmente creo que el deporte no debería ser politizado, pero la politización del deporte es algo propio e inherente a los fines de toda revolución. Todos aquellos que tenemos algo más de edad que la misma revolución de Chávez y el terrible continuismo de Nicolás Maduro sabemos que el deporte, al menos en Cuba,  siempre fue utilizado como bandera de los logros de la revolución castrista.

Las victorias y medallas alcanzadas por los deportistas cubanos eran y son promocionadas como parte de los éxitos sociales de la revolución, mientras el común de la gente va viendo el deterioro de su sistema y calidad de vida, así como de su libertad. Los deportistas exitosos generalmente obtienen un trato especial y acceso a bienes y servicios no disponibles para todos.

Aquí estamos viviendo algo similar, mientras la OEA maneja la cifra de migrantes y refugiados venezolanos que podría superar los 7 millones este año 2021, escapando de la revolución, de Maduro, del hambre, de una inflación que deteriora todo sueldo, salario o pensión y de un sistema de control social que abarca todo, desde las cajas de alimentos subsidiados CLAP hasta la priorización de la vacunación por el sistema del carnet de la patria, estos atletas olímpicos terminan siendo “orientados”, por no decir obligados bajo sutiles indirectas, por jerarcas o ministros y puestos a la disposición de la promoción de Maduro, sin que exista el más mínimo recato por parte del régimen y dejando la dignidad de los atletas por el piso.

Si a ver vamos, para mí tuvo mucho más valor y dignidad la atleta bielorrusa Krystsina Tsimanouskaya competidora de pista y campo de 100 y 200 metros planos quien, sin haber ganado ninguna medalla, y tras negarse a participar en una prueba de relevo, para la cual ella aducía que no estaba preparada, emitió críticas contra el Comité Olímpico Bielorruso. Este, en represalia, pidió al COI que fuera retirada de los juegos y querían obligarla a regresar a su país. Krystsina, desnudando al régimen de Bielorrusia y al muy amigo de Maduro, Aleksandr Lukashenko, pidió asilo y le fue otorgado por la Embajada de Polonia en Japón.

La atleta bielorrusa espera que sus compatriotas puedan dejar de tener miedo
Krystsina Tsimanouskaya | Foto @Tsihanouskaya

Todo esto sin haber ganado ni una medalla, pero con el criterio claro de una atleta de alta competencia de su lado.

Pero es distinto cuando alguien gana una medalla olímpica obtenida por un esfuerzo descomunal propio, lleno de grandes sacrificios. Ese atleta se convierte en una persona fuera de serie, alguien que puede hacer uso de aún mucha más fuerza y dignidad moral, suficientes para no tener por qué darle gracias al chavismo o a Maduro, buscando un rancho de la misión vivienda o un plato de lentejas.

Mucha gente los justifica diciendo que son presionados, que en definitiva tienen que regresar a ganarse la vida o que tienen familia en Venezuela, por lo cual pueden sufrir las consecuencias sociales o políticas de cualquier crítica pública a Nicolás Maduro. Pero ahora yo les quiero contar la historia de un piloto cubano llamado Orestes Lorenzo.

El 20 de marzo de 1991, con la Revolución cubana bajo total control de los sanguinarios hermanos Castro, el mayor aviador Orestes Lorenzo despegó de suelo cubano para prácticas de vuelo en una caza MiG 23BN; un avión de combate de fabricación Rusa y el más moderno de la Fuerza Aérea cubana para la época.

Repentinamente, cambió el rumbo propuesto y se dirigió a toda velocidad a Estados Unidos. Una decisión terriblemente dura de tomar y de gran trascendencia para él y su familia, pues atrás, en tierras cubanas, y a merced del dictador Fidel y su hermano Raúl, dejaba a su esposa y sus dos hijos.

Volando a muy baja altitud logró cruzar en menos de 10 minutos los 150 km que separan Cuba de Estados Unidos. Como iba casi a ras del mar, ni los radares cubanos ni los norteamericanos advirtieron su presencia, por lo que pudo aterrizar sin problemas en la pista de Boca Chica, perteneciente a la estación aeronaval (NAS) de Key West, en los cayos del sur de la Florida.

El mayor saltó de la cabina, se paró y saludó en posición firme, subió los brazos y solicitó asilo político en Norteamérica. Una vez superados los interrogatorios, a los que evidentemente tuvo que ser sometido, recibió el estatus de refugiado político. La deserción de Orestes Lorenzo fue una bofetada en la cara del régimen castrista.

Era uno de los pilotos de élite de la Fuerza Aérea, veterano de la guerra de Angola y había sido enviado a realizar dos períodos de entrenamiento de los aviones MiG en la Unión Soviética. Como tal, él, su esposa Vicky Rojas e hijos gozaban de ciertos privilegios.

Fue durante el último período de entrenamiento en Rusia y ya con la perestroika de Gorbachov en marcha, que Lorenzo se dio cuenta de cómo el régimen comunista y su vida en Cuba, una vez retirada la ayuda de la Unión Soviética, empezaban a colapsar.

A su regreso empezó a planificar su deserción con la esperanza de que una vez en Estados Unidos su esposa Victoria y sus dos hijos, Reyniel y Alejandro, pudieran reunirse con él.

Luego de fugarse en el avión y ya en calidad de refugiado, solicitó la visa americana para su esposa e hijos, la cual les fue otorgada, esperando que los Castro los dejaran salir. Pero se topó con la negativa de Raúl Castro, en ese entonces comandante de las Fuerzas Armadas cubanas, que de ninguna manera permitiría salir de Cuba a la familia de un militar de élite que había traicionado la confianza depositada en él y que había puesto en ridículo al régimen cubano.

Un coronel de la contrainteligencia cubana le entregó a su esposa Victoria un mensaje textual de Raúl Castro, que entre otras cosas decía: “… si Lorenzo tuvo los cojones para llevarse un avión, que los tenga también para venirte a buscar”.

En 1992, Lorenzo recurrió a la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, con sede en Ginebra, sin resultado alguno. En julio de ese año, cuando Fidel Castro viajó a Madrid para participar en la II Cumbre Iberoamericana, Lorenzo se encadenó a las rejas del muy madrileño y concurrido Parque del Retiro y empezó una huelga de hambre que duró ocho días. Allí lo visitó el entonces presidente de Chile, Patricio Aylwin, y la hoy reina emérita Sofía, la cual guardaba una buena relación personal con Castro. Pero tampoco hubo respuesta.

Ante las escasas perspectivas de sus gestiones internacionales comenzó a sentirse desesperado. Así que, como último recurso, decidió que iría él personalmente a buscar a su esposa e hijos.

Se entrenó en modelos occidentales de aviación general que no conocía bien. En poco tiempo logró sacar su licencia, pues tenía una óptima formación como piloto y con 30.000 dólares prestados por la Fundación Valladares, una organización humanitaria de exiliados cubanos, logró obtener un viejo avión bimotor Cessna 310, un avión de dos motores como para tener algo de mayor seguridad, con suficiente autonomía y espacio para él y sus tres pasajeros.

A través de un par de amigas mexicanas que viajaron a Cuba, hizo llegar secretamente a su familia la fecha y el lugar donde debían esperarlo para el rescate que había puesto en marcha. El día elegido fue el 19 de diciembre de 1992 a las 5:00 pm.

Despegó desde un pequeño aeroclub de Cayo Marathon, cercano a Miami, advirtiéndole a su amiga Arriaga, de la Fundación Valladares, que si no regresaba en un máximo de dos horas, a lo sumo, lo dieran por muerto.

El plan de vuelo de Lorenzo garabateado en un papel y su llegada a Estados Unidos

Volando nuevamente a ras del océano, para evitar ser ubicado por los radares, se aproximó a la isla al atardecer, hacia la angosta carretera frente a la playa El Mamey, muy cerca a las playas de Varadero, a unos 150 km del este de La Habana, la cual conocía muy bien.

Mientras tanto su esposa y los niños que esperaban caminando por la playa, según lo acordado, escucharon el estruendo del aparato. En su minucioso plan no había previsto que a esa hora la carretera estuviera transitada. El escenario no podía ser peor porque en el tramo previsto para el aterrizaje estaba un auto estacionado, un autobús con turistas o típica “rastra” cubana y algunas piedras que debía eludir. Con gran precisión, Lorenzo logró colocar el avión casi sobre el techo del auto y tocó tierra.

Después de casi 2 años de separación familiar, Orestes veía a su esposa y a sus hijos corriendo frente al avión. Sin apagar los motores, giró el Cessna en U y se preparó para el despegue; todo en menos de un minuto. Finalmente, con su familia adentro, aceleró los dos motores al máximo y logró despegar en corta distancia. Dentro del avión, mientras él hacía su trabajo y no dejaba de pensar en ser interceptado por un avión caza cubano, el miedo y el llanto se apoderaba de su familia; los niños estaban asustados y confundidos. Solamente cuando la aeronave traspasó el paralelo 24 –límite del espacio aéreo de Cuba– la tensión aflojó un poco y casi una hora más tarde, cerca del anochecer,  aterrizaron a salvo, en Cayo Marathon.

El momento del aterrizaje

La repercusión que tuvo el vuelo de rescate fue tremenda. En la primera conferencia de prensa que dio, Orestes Lorenzo dijo: “Díganle a Raúl Castro que le he tomado la palabra y he ido personalmente a recoger a mi familia”. Por segunda vez había hecho quedar en ridículo al régimen cubano.

Cuando alguien les quiera hablar de sacrificio, valentía y dignidad, recuerden a Orestes Lorenzo.

 

 


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